Daños y resistencias de la catástrofe. Teología del barro
El 1 de noviembre de 1755 tuvo lugar el terremoto de Lisboa que destruyó la ciudad, causó la muerte de miles de personas y un trauma social que desafió el optimismo de quienes creían que “vivimos en el mejor de los mundos posibles” y la idea de que todo lo que ocurre es parte de un orden divino perfecto. El gran pensador de su tiempo, Voltaire en su obra satírica “Cándido o el Optimismo” (1759) y en el “Poema sobre el desastre de Lisboa” se encargó de ridiculizar el «optimismo» y expresar sus dudas sobre la bondad de Dios ante la magnitud de las desgracias y sufrimientos. El terremoto de Lisboa de 1755 se convirtió en el argumentario moderno del ateísmo.
En la devastación sin límites de Valencia, se ha ido construyendo otro modo de afrontar las catástrofes basada en el principio de que todo lo que se produce en el mundo, tiene sus razones en el mundo. Nadie ha buscado en el cielo, lo que puede encontrar en la tierra. La pregunta en Lisboa “dónde estaba Dios”, se ha trasformado en Valencia “dónde estaba el Estado”. Y la tierra desvela, en primer lugar, que la cuenca mediterránea es propensa a los incendios forestales en los veranos secos, y aguas devastadoras en inviernos lluviosos. En el meu poble, canta el poeta, la pluja no sap ploure, o plou poc o plou molt, si plou poc es la sequera, si plou molt es la catástrofe. La gota fría, es pues, parte del paisaje; la DANA no es un accidente en Valencia, como no es el Mediterráneo ni su clima paradisiaco, ni el permanente azul del cielo; como la niebla en el norte o el huracán en el Oeste; no existe Valencia sin la gota fría, no hay necesidad de acudir a ningún poder maléfico ni benéfico para explicar lo que los geógrafos dicen con mayor propiedad: el agua siempre vuelve a sus cauces con la escritura de propiedad bajo el brazo. Y la ciencia sabe lo que hay que hacer en una Valencia que sin la gota fría sería un círculo cuadrado.
Mi padre, hombre del campo valenciano, avisado conocedor de los vientos y las aguas de su tierra, me hizo comprender en qué consistía la vulnerabilidad de nuestro territorio; me decía que siempre ha existido la gota fría, pero en mi tiempo no existían autopistas que impedían el paso de las aguas, ni se construían casas en barrancos que impedían las desembocaduras” Los científicos han confirmado la sabiduría popular en una formula sencilla: el daño es el resultado de la intensidad del golpe (los litros por metros cuadrados) menos las resistencias. Esta sencilla fórmula D = I – R debería apoderarse de las mentes, de las comunidades, de las instituciones, de las asociaciones, de las escuelas. La intensidad de la lluvia caída en un espacio y tiempo tan corto (en media hora cayó la misma agua que todo un año) ha sido determinante para entender la catástrofe. Pero el tamaño del daño depende de las resistencias, como sucede en cualquier ámbito de la vida. Un resfriado es distinto en un cuerpo frágil o en alguien bien alimentado e inmune a los virus. Los científicos/as han señalado las debilidades que debilitaron las resistencias, y dado que todo lo natural es social, y todo lo social es político detrás de cada fragilidad hay responsabilidades sociales, políticas y penales. No ha sido una catástrofe natural sino ambiental. Nos ha fragilizado la negación del cambio climático, un desarrollo urbanístico irracional, el debilitamiento injusto y territorial, la reducción de los servicios de emergencias, la construcción en los barrancos, el retraso de obras necesarias, el déficit de gobernanza en un estado con distintos niveles, y sobre todo las desigualdades.
Mi amigo y admirado Joan Romero, catedrático emérito de geografía humana tras denunciar las negligencias, las desidias y la ausencia del Estado en sus distintos niveles, ha señalado con acierto las avenidas de la razón en esta catástrofe. Ante el déficit de gobernanza, gobiernos fiables y recursos públicos; frente a los fallos del sistema de emergencias, cooperación y colaboración; ante un estado compuesto, la coordinación de todos los niveles de las administraciones centrales, autonómicas y locales. ante la trasformación y el aumento de los riesgos, la prevención, planificación y formación; ante el desbordamiento de los ríos y de los barrancos, la gestión de las aguas; frente al trauma colectivo, descombrar el alma y el ánimo colectivo.
La catástrofe golpea por igual a creyentes y descreídos. Las ciencias, las humanidades y las espiritualidades quedan afectadas por la catástrofe y están llamadas a aportar sus propios dispositivos ¿Es posible que la teología ayude a crear resistencia y a descombrar el alma con palabras sensatas? Sobre el qué, el cómo y el porqué de la catástrofe, la teología no sabe otra cosa que las ciencias. Pero tiene el coraje de creer que la Vida es más fuerte que la muerte y que la bondad vale la pena y que la esperanza es tan frágil como indestructible. La experiencia de un hombre excepcional, bueno y justo, Jesús de Nazaret, se atrevió a confiar en el Abba, Padre como el corazón de la realidad. El coraje de amar incondicionalmente y la confianza en la realidad y la esperanza en el don último de la vida son las hélices que pueden ayudar a descombrar el ánimo colectivo, y aunque no dispensará de conocer el abismo y todos los infiernos, ayudará a convertir la caída en vuelo, la destrucción en una escalera y la desidia en responsabilidad.
En las vísperas del día 1 de noviembre de 2024. Amparo, una mujer de 85 años, ante la devastación masiva de su pueblo y la muerte de todas sus vecinas con el llanto y la voz entrecortada tras identificar por el número de sus casas a todas sus vecinas muertas -quizá ofreciendo su última localización para su búsqueda-, pronunció el gran símbolo “Gracias a Dios estoy viva. Amparo sabe que la muerte de sus vecinas no tiene nada que ver con Dios, incluso confía que Dios les haya ayudado a soportar tanto dolor. No pudo librarles de la catástrofe pero les pudo ayudar a soportar la catástrofe y a revelarse contra el mal. El día 3 de noviembre Nerea de 19 años poseída por una fuerza extraordinaria se enfrenta cara a cara con los representante políticos y les arroja su indignación; es la misma fuerza que le llevó a las pocas horas a agradecer a los políticos que escuchaban su grito de impotencia y repetía también ella “gracias a dios estoy viva”. Indignación y agradecimiento son las dos caras de la misma moneda.
Una teología seria no puede atribuir a Dios lo que no se puede atribuir a un padre o a una madre, que traen hijos al mundo, aunque saben que van a sufrir en un mundo inmisericorde, pero vale la pena, y lo único que pueden hacer es volcarse para que realmente valga la pena haberlos traído al mundo. Dios Padre y Madre vive volcado a sus hijos sin poder asegurar que estarán libres de toda tragedia. Lo único que sabemos de Dios es que consiste en estar amando incondicionalmente, vivir volcado hacia nosotros.
“¿Dónde está Dios?” Se preguntaba el teólogo de la liberación Victor Codina, desde el hospital afectado gravemente de COVID “Está en las víctimas de esta catástrofe, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza. No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, que nos hace confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros». Quizás nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos» Y Javier Vitoria desde la cama del hospital concluía que “la providencia de Dios son las mujeres y los hombres buenos. Son “sus manos largas”.
Desde la teología cristiana, Dios sólo sabe amar y se volcó en la catástrofe valenciana en los constructores de la cadena humana que con sábanas, salvaron a una mujer del naufragio fueran creyentes o descreídos; se volcó a través del hombre, fuera creyente o descreído, que bajó del segundo piso para brindar su brazo a quien estaba vencido por el agua; se volcó en los hijos que buscaron a sus padres y se alegraron cuando les encontraron, fueran creyentes o descreídos; se volcó en las personas que se embarraron para llevar el agua y el pan fueran creyentes o descreídos; se volcó en las enfermeras y en las medios que curaron las heridas , fueran creyentes o descreído; se volcó en los soldados que buscaron sin cansancio, se volcó en los responsables que antepusieron el bien común a sus intereses de parte, fueran creyentes o descreído. Se volcó suscitando riadas de solidaridad, sean creyentes o descreídos. Si alguien atribuye a Dios algo que no sea compatible con su condición de padre, suele decir Andrés Torres Queiruga el teólogo que mejor ha repensado el problema del mal, estará promoviendo la candidatura de Dios al Tribunal de la Haya.
No ayuda a la cultura de la resistencia utilizar las situaciones de fragilidad y limitaciones humanas para mostrar la necesidad De Dios, ya que a un padre no se le quiere porque somos frágiles sino para ser fuertes. Tampoco ayuda hablar del silencio De Dios en las catástrofes, porque nadie imagina a un padre callar ante la tragedia de sus hijos.
Joaquín García Roca