Dos amores. José Luis Cuerda.
“Cuando salía con Marilyn Monroe, lo que más nos gustaba era ir a sentarnos a un banco del parque de Albacete y hablar de nuestras cosas”. Esto lo escribí en Twitter hace tiempo e inmediatamente alguien me respondió con una pregunta alarmada y en mayúsculas: “¿Tú es que eres tonto?”. Por alguna razón no debía comprender que eso fuera lo que más me gustase hacer con Marilyn.
Ahora, que me veo con Angela Merkel con cierta frecuencia, tampoco me entiende nadie.
Nos citamos en Andorra a la caída de la tarde, paseamos, nos cruzamos con personas acaudaladas que van allí a hacer inversiones lucrativas y a las que, conocidos que somos como asiduos al Principado, saludamos educadamente.
A veces, formamos un grupo reducido y cenamos en alguno de los excelentes restaurantes que hay allí. La cuenta la pagamos unos u otros indistintamente. Sin orden, el que antes se echa la mano al bolsillo. Angela no paga. Piensa que debe darnos esa oportunidad de mostrarnos galantes con ella. Especialmente a mí, al que me adjudica dos características muy propias de los españoles, según ella: galantes y gastones.
Putin tampoco paga, pero éste no sabemos por qué lo hace, ni a qué viene a Andorra. No consta que se haya visto con Rajoy, aunque se rumoreó en un primer momento que ambos querían reunirse y ver de cerca si Andorra da para tanto como cuentan. Y tampoco se justifica el viaje por la existencia de un sastre del que le habían hablado muy bien y que le tiene cogidas las medidas.
Lo más frecuente es que Angela y yo cenemos los dos solos y casi siempre en su hotel. Son cenas largas durante las cuales hablamos la mayoría de las veces de la “Influencia de la correlación espacial de la velocidad de reacción bimolecular de reacciones elementales en los medios densos”, tema de su tesis doctoral sobre química cuántica, por la que obtuvo un sobresaliente en 1986, y que, si no he entendido mal, quiere aplicar a los recortes que con tanta reiteración y eficacia recomienda para nuestro país.
Si esto tranquiliza a quienes me critican, les diré que, después de la cena, ella se retira honestamente a sus aposentos y yo me voy a mi hotel, mucho más modesto que el suyo. La verdad es que el que yo quería, y al que la invité en nuestro primer viaje, le pareció demasiado lujoso para un español y me lo recortó.
Nunca me ha gustado que alguien ejerza el poder omnímodo sobre mí. Estábamos empezando nuestra relación la Merkel y yo y di por bueno y bienintencionado el recorte que me hizo del hotel; pero conforme va pasando el tiempo y a medida que aparecen en los poquísimos medios de comunicación, que en este país ejercen la crítica más ajustada de la situación, a la que nos han arrinconado quienes nos han creado la deuda externa en beneficio propio, para que se la devolvamos arruinando a nuestra sociedad y aupados por nuestros paisanos mentirosos compulsivos a fuer de zafios –es marca de la casa- al interpretar estadísticas a beneficio de inventario, con fe de mamporreros sin escrúpulos, no los trago. Me repugnan.
Y me temo que mi fantasiosa relación con Angela Merkel se va a ir a pique apenas llegue en este escrito a las quinientas y pico palabras exigidas. Si no las recorta ella. Lo mío con la cancillera ha sido, lo reconozco ahora, un sindiós y estoy casi seguro de que, a día de hoy, mi historia con Marilyn también hubiera sido distinta. Y, llegar a semejante conclusión a estas alturas, duele.
Publicado en CTXT en fecha 14-1-2015