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Dos historias, dos personas sin hogar

Personas sin hogar desalojadas de un asentamiento en el jardín del Turia de València.

Vicente vive en la calle, come en la calle y duerme en la calle. Vicente, ¿podríamos ser tú o yo?

Cuando los medios de comunicación se ocupan del sinhogarismo, con frecuencia describen a migrantes, pero tú y yo nacimos aquí. Dicen que son personas con problemas mentales, y yo solo fui a la sicóloga del colegio en la adolescencia.

Gente con adicciones, enfermos con “patologías duales” …que no sé ni lo que es…pero seguro que lo más alejado de las personas normales como tú y como yo.

Así que tranquilidad, ¡esto no me va a pasar a mí! Nunca, jamás, por mal que se pongan las cosas. Sin embargo…

A Vicente un día lo despidieron con 55 años, las tensiones familiares se agravaron y hubo un divorcio en el más amplio sentido de la palabra.

Vicente y su depresión, le convirtieron primero en un pobre hombre que había que ayudar, y muy pronto en un problema que convenía evitar.

Vicente sin casa, ni posibilidad de alquilar una habitación, pero existiendo muy a pesar del sistema (El Proceso de Kafka) replicó al funcionario que se negó a empadronarlo ante la falta de un contrato:

Pero ¿y las ayudas que no voy a poder recibir si no demuestro que vivo en el municipio? ¿cómo va a depender la constatación de la realidad, que vivo aquí y ahora, de un contrato que no puedo realizar si no recibo la ayuda?

Como el hombre inexistente seguía siendo ostensiblemente real, todas las noches se desplomaba debajo de unos cartones, debajo de un puente del jardín de la ciudad, hasta que los responsables políticos pensaron que era mejor reforzar su no existencia y la de sus iguales anegando con un estanque la zona …no existe lo que no se ve.

Vicente pronto comprobó cómo la Administración puede ser diligente cuando se trata de desahuciar a los desahuciados, despojarles del colchón, del palet que hace de somier o de la desvencijada silla que servía de mesilla. Unos pasquines anunciaron que ocurriría y ocurrió a los dos días.

Flori huyó de una familia que la asfixiaba. Su madre no denunció su desaparición a pesar de ser menor de edad, una preocupación menos y una habitación más. Flori acabó en València. La primera noche la pasó en la estación de autobuses, fue un problema, tenía la regla e improvisó una compresa con las bragas y el papel de váter.

Pronto se corrió la voz de que había una chica nueva y vino un hombre que le prometió ropa, teléfono, micropigmentación y techo. A cambio el hombre alquilaría su cuerpo. Pronto Flori hizo su último viaje desde la señal de la carretera secundaria hasta la acequia donde empujaron su cadáver, aquella noche lluviosa. Otra vez el agua…

Hay una ley valenciana, de la Función Social de la Vivienda, que obliga a quienes administran lo público a proporcionar una casa o el equivalente al alquiler de una casa, a personas como Flori, Vicente o, por ejemplo, a parejas con hijo o hija a su cargo que ingresen menos de 1.200€ al mes y lleven un año empadronadas en la Comunidad Valenciana. Además, si se solicita y la Administración no contesta en seis meses, está concedida la ayuda. Lo dice la ley y lo respalda el Tribunal Superior de Justicia, puesto que la ley valenciana determina que es un derecho subjetivo, es decir, que obliga y es reclamable ante los tribunales.

Y siempre, cuando se habla este tema, dedicar todo el reconocimiento a las asociaciones por los DDHH de las personas sin hogar como titulares de derechos que son resilientes en la lucha por la supervivencia y por la dignidad*, combatiendo la discriminación, la aporofobia y el odio;  porque,  como explica Martí Domínguez, para asegurarnos un comportamiento ético hay que tener conciencia.

*Curs de drets humans i lluita contra la discriminació. Hogar sí. Muchas gracias a Laura, Ester, Sergio y Andrea.

Blanca Jimenez
Publicado en ElDiario.es

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