El científico que piensa que aún estamos a tiempo
Hoy, el cambio climático está en boca de todos, pero Veerabhadran Ramanathan (1944, India) empezó a avisar de lo que se nos avecinaba hace décadas, cuando muchos lo veían con escepticismo o, directamente, lo negaban. En esta entrevista, el climatólogo dice que no es demasiado tarde… Siempre que tomemos medidas radicales.
Los gases CFC, comunes hasta hace pocos años en aerosoles y frigoríficos, estaban acabando con la capa de ozono. La comunidad internacional reaccionó por primera vez con unidad y prontitud ante una crisis medioambiental, y se sustituyeron por los HFC. El boquete no solo dejó de crecer, sino que empezó a cerrarse. Fue entonces cuando el científico Veerabhadran Ramanathan (Mandurai, India, 1944) alertó de que los nuevos gases (llamados «de traza»), eran más devastadores si cabe: producían el 45% de los gases de efecto invernadero.
Esto sucedía en la década de los 90, y el climatólogo abría al mundo un escenario dramático en el que el calentamiento global era una realidad de consecuencias devastadoras, más cercanas de lo que nadie imaginaba y, sobre todo, no estaba únicamente originado por las emisiones de CO2. Hoy trabaja en la Institución Oceanográfica Scripps de California, y es asesor ineludible en las grandes cumbres internacionales sobre clima (como la Agenda 2030 o la COP22 de Marrakech). Acaba de recibir el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Cambio Climático, por descubrir que hay otros gases contaminantes sobre los que se puede actuar para combatir el calentamiento global. Responde a las preguntas de Ethic desde su despacho de San Diego.
Muchos políticos, e incluso parte de la comunidad científica, han negado hasta hace no muchos años que el calentamiento global esté provocado por la acción humana. ¿Se ha llegado a sentir solo en su cruzada?
Lo que muestra en los objetivos de París para 2030 de desarrollo sostenible es que la mayoría de los gobernantes ya aceptan que el cambio climático es un problema real y urgente. Eso es lo importante.
¿Es usted optimista frente a los acuerdos de París?
Creo que son un primer paso. Grande, pero un primer paso al que le deben seguir muchos más. Está muy bien que los gobernantes se hayan puesto de acuerdo, pero ahora los esfuerzos deben ir de abajo arriba. Y para eso es imprescindible que haya un apoyo del sector público a nivel local, en cada país. Y que lleve a cabo acciones drásticas. Porque solo lo drástico será capaz de reducir la curva de emisiones. Los acuerdos de París son un hito histórico porque, por primera vez, la naciones se ponen de acuerdo para reducir las emisiones. Pero no podemos quedarnos ahí.
Lo considera insuficiente, por tanto.
Ahora mismo, sí. Tenemos que ir más allá. Formé parte del panel de expertos de la última cumbre de Marrakech, junto a científicos expertos en medio ambiente, politólogos y economistas. Todos coincidieron en que los acuerdos de París en cambio climático solo son un primer ladrillo de todo un edificio. Pero tiene que haber otros ladrillos, por ejemplo la ampliación del Protocolo de Montreal, o medidas de las regiones como es el caso de California, una región contaminadísima por los coches, que ya tiene un plan para reducir las emisiones en un 40%. Son esas iniciativas, cuando se toman en serio, las que realmente van construyendo la pared que es la lucha contra el cambio climático.
El triunfo de Donald Trump, ¿puede frenar estas iniciativas?
Tenemos que esperar antes de entrar en pánico. Creo, de hecho, que la realidad durante el mandato de Trump no será tan mala como pensamos. Ya hay 53 ciudades que han empezado con sus programas de reducción de emisiones. Estocolmo, Berlín… Incluso muchas ciudades en China. Y las grandes economías ya tienen planes de acción, o han empezado a aplicarlos. Hay que tener en cuenta también que la energía solar, por ejemplo, no para de bajar su precio para competir con la obtenida del carbón, que al final acabará obsoleta. Los líderes políticos no podrán, ni siquiera Trump, obviar estas tendencias, que son imparables.
Los gobernantes, entonces, tienen menos peso del que pensamos en el problema del cambio climático.
No son los líderes adecuados. Necesitamos otros que abanderen esta lucha, como el Papa Francisco o el Dalai Lama. Ellos son mucho más capaces de llegar a más agente, de cambiar la mentalidad de millones de personas. Y ese cambio de mentalidad debe ser drástico. La religión es un herramienta clave para detener el cambio climático. Los líderes religiosos son hoy por hoy quienes arrastran más credibilidad entre sus seguidores.
Usted ha asesorado al Vaticano sobre la crisis medioambiental. ¿Ha visto al Papa Francisco realmente implicado?
Casualmente tuve una reunión con él hace un par de semanas. Y lo cierto es que es un tema que le preocupa muchísimo. La Iglesia siempre se había mostrado a favor de defender el reino animal y la naturaleza, pero de una forma algo vaga. En 2014 fui al Vaticano para expresar al Papa el problema real del cambio climático, y sus fatales consecuencias. Y enseguida se apropió de esa causa, porque vio la dimensión del problema. Es algo que expresa en cada vez más apariciones públicas. Por eso lo veo como un verdadero líder en la lucha contra el calentamiento global. Ahora la Iglesia concreta más que nunca a qué se refiere con «defender la naturaleza». Y la capacidad del Papa para convencer a las masas es innegable.
Antes ponía ejemplo de California en cuanto a medidas para reducir las emisiones. Pretende ser una región neutral en carbono para 2025. Usted reconoce que su gobernador, Jerry Brown, le dio que pensar cuando le dijo que no nos enfrentamos a una crisis medioambiental, sino existencial.
Creo honestamente que Brown es ahora mismo el único líder político real contra el cambio climático, porque entiende de verdad la dimensión, la seriedad, el dramatismo y la urgencia del problema. Hay que tener en cuenta que California es la sexta economía del mundo, y por eso a él le corresponde tomar medidas realmente drásticas para reducir la curva de emisiones. Lo que se haga en California tendrá mucha repercusión en el resto del mundo. Y él tiene muy claro que si no tomamos medidas y la temperatura sube dos o tres grados en las próximas décadas, las consecuencias serán devastadoras en muchas partes del mundo. Por eso la crisis es de toda la humanidad. Es una crisis existencial de nivel planetario. Estamos hablando de catástrofes previstas con base científica, como inundaciones, huracanes, o la subida del nivel del mar, el Pacífico puede subir dos metros a medio plazo, obligando a desplazarse a millones de personas.
Pero sigue sin ser el problema número uno en la agenda de los países.
La situación política cada vez se complica más por las migraciones masivas, las crisis financieras… Y los gobernantes de los países desarrollados siguen pensando que los grandes afectados por desastres medioambientales son los países pobres. Están equivocados. Esta subida de temperatura global, que ya está sucediendo, nos va a afectar a todos.
Algunos estudios alertan de que el nivel de gases nocivos en la atmósfera actual está en un punto de no retorno. ¿Es ya una situación irreversible?
Todavía no es demasiado tarde para resolver el problema. Tenemos la tecnología para eliminar desde ya mismo el 40% los gases nocivos que emitimos y provocan el cambio climático. También para sustituir el uso mayoritario de combustibles fósiles por energías limpias. Solo hace falta un apoyo público que tome medidas drásticas y le de viabilidad económica.
Además de la actuación de los poderes públicos, ¿no deberíamos, la población, cambiar de forma drástica nuestra mentalidad? Por ejemplo, en nuestra manera de consumir.
Está claro que consumimos, hoy en día, a mayor velocidad y en mayores cantidades que lo que pueden sostener los recursos del planeta. Y está claro que debemos cambiar eso, sin discusión. Pero el mayor cambio de hábitos y mentalidad no debe ser en toda la población, sino en los mil millones más ricos, que somos los que consumimos más de la mitad de todos los recursos naturales. Esos mil millones se reparten por todo el mundo, pero gracias a las redes sociales, hoy es más fácil que nunca comunicar y extender ese cambio de mentalidad. Y no solo se trata de consumir menos. Por ejemplo: la producción masiva de carne de ternera es dañina para el medio ambiente y contribuye al calentamiento global. Pero hoy, un tercio de la carne producida termina en la basura. Antes que pedir a la gente que coma menos hamburguesas, abogaría por una mentalidad más racional, más redistributiva. Y esto no es más que una cuestión de cultura.
Luis Meyer.
Artículo publicado en Ethic.