El club de las feministas incómodas
Camille Paglia, Jessa Crispin, Leyre Khyal… Dentro del feminismo, como en cualquier otra corriente política, también florecen grupos en desacuerdo con el discurso oficial que generan fisuras a través de sus inesperadas opiniones.
Uno de los detonantes fundamentales de la transformación social en los tiempos que corren es el feminismo. Me Too, No es no… pocos dudan ya de que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres es una realidad tan evidente como la lucha climática. Otra historia es la del feminismo como sistema de pensamiento o ideología que, como cualquier otra, se enfrenta igualmente a desacuerdos, fisuras y discordias. En esta cuarta ola se siguen escuchando tanto en España como fuera de nuestras fronteras voces feministas que resultan heterodoxas e incómodas por rebatir el discurso oficial del feminismo.
Quizá la más insolente –y mediática– sea Camille Paglia (Nueva York, 1947), quien atribuye al feminismo institucional haber consagrado a la mujer como víctima perpetua, infantilizándola en lugar de alentar su responsabilidad sobre sí misma. En la vida hay que asumir algunos riesgos. Por ejemplo, defiende Paglia, si regresas a tu casa de madrugada, sola y ebria, es posible que te metas en problemas.
Esta profesora de la Facultad de Arte de Filadelfia, discípula de Harold Bloom, exalta también el poder sexual de la mujer capaz de someter al hombre y, frente al cuerpo asexuado que, denuncia, propone el núcleo duro feminista, reivindica el principio del placer, la sexualidad femenina, la belleza como elemento diferenciador, la coquetería. El erotismo no puede regirse por normas ni leyes porque habla un lenguaje misterioso y sutil: «El cuerpo de la mujer es un laberinto en el que el hombre se pierde».
Cabe destacar su axioma más polémico: las bondades del patriarcado. A su juicio, es la sociedad patriarcal la que ha permitido a la mujer ser libre, y es el capitalismo el que ha ofrecido tiempo y oportunidad a la mujer para ser independiente, económica, social e intelectualmente. «Si la civilización hubiera quedado en manos de las mujeres, seguiríamos viviendo en chozas», defiende en Sexual personae (Deusto), un título imprescindible para ahondar en su pensamiento.
¿Por qué no soy feminista? (Alpha Decay). Con este libro, la también norteamericana Jessa Crispin (Kansas, 1978) se enemistó con el establishment tras acusar a feministas como Hillary Clinton, Lena Dunham o Beyoncé de fariseas y sucedáneas afirmando que cumplían todas las expectativas del prejuicio machista de feminidad (bellas, de apolíneos cuerpos, recurren a la cirugía para mantener su lozanía y visten marcas caras), lo que perjudica seriamente a cuantas no puedan mantener ese estatus. Lo suyo, lo de ellas, dice, es feminismo epidérmico. Y ya se sabe: el hábito no hace al monje. «Las verdaderas feministas son un grupo de strippers que imparten talleres gratuitos a adolescentes sobre cómo abortar en casa, especialmente en zonas de Estados Unidos donde es casi imposible abortar de manera legal», zanjó Crispin.
Más templada, Arli Hochschild (Boston, 1940), fundadora de la «sociología de las emociones» –sostiene que estas son, fundamentalmente, sociales–. Sus investigaciones demuestran la brecha de ocio existente en las familias, donde las mujeres disponen de menos tiempo de diversión que los hombres al encargarse de la mayor parte de las tareas domésticas y los afectos (al cabo de un año, ellas trabajan un mes más que ellos); así como distinguen la calidad del tiempo que dedican al hogar y a los mayores y/o niños: mientras que ellas asumen tareas con presión (la cena tiene que estar lista a una hora determinada), ellos las asumen condicionalmente (cuando pueda, arreglo la cerradura).
Sin embargo, Hochschild es una convencida defensora de los valores familiares, de la familia tradicional, y de que los cuidados los ejerzan ellas. Se pregunta qué hace el feminismo norteamericano con las mujeres inmigrantes que dejan a sus hijos y a sus mayores en sus países de origen para cuidar a hijos y mayores ajenos. Su título imprescindible: La doble jornada. Familias trabajadoras y revolución en el hogar (Capitán Swing, 2021).
Aterricemos en suelo patrio. Prado Esteban (Madrid, 1960), anarquista y madre de familia numerosa, sin título académico y miembro de la CNT, ha ido pespuntando con los años un pensamiento vehemente. Para empezar, dinamita la figura de la ‘Papisa’ del feminismo, Simone de Beauvoir, a la que califica de misógina, recordando, además, la buena acogida que tuvo la francesa entre las filas de la Sección Femenina, en especial con la condesa de Campo Alange y la falangista Mercedes Fórnica. En esta línea, Prado Esteban combate el ‘feminismo de Estado’ que, critica, rechaza el amor romántico, y defiende la intensidad y riqueza que este proporciona, acusando al feminismo de criminalizar las relaciones heterosexuales. Como Paglia, considera que una legislación específica hace a la mujer más inmadura. Un título: Feminicidio o auto-construcción de la mujer (Aldarull).
«Basta ya de culpar al hombre de todo». Esta podría ser la síntesis del pensamiento de Leyre Khyal (Barakaldo, 1981): «No nos sirven de nada los linchamientos», apuntilla en Prohibir la manzana y esconder la serpiente (Deusto). Para esta feminista, lo único que consigue la política de cuotas es –además de fomentar la mujer objeto–«aparentar que estamos allí». Critica al feminismo oficial por «vivir de la tragedia», en lugar de ayudar a las mujeres a superar las experiencias dramáticas que puedan haber sufrido, y por entrometerse en la esfera íntima de las personas al tratar de normativizar las relaciones afectivas o sexuales.
Al mismo tiempo, recuerda que el sexo tiene una dimensión biológica, y otra que escapa de cualquier tipo de cosificación: «Hay un vacío, algo irresoluble en el modo en el que se articula el sexo, y al feminismo le incomoda ese hueco». En este sentido, Lola Pérez (Murcia, 1991) cuestiona: «¿Tan difícil es asumir que el hecho de que un tío tenga iniciativa sexual no es sinónimo de abuso, violación o dominio?»
En este sentido, las abajo firmantes (*), ocho feministas de larga trayectoria, firmaron a finales de noviembre de 2020 una carta abierta al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, impugnando el contenido de la polémica ‘ley trans’, calificando de «aberración» la autodeterminación del sexo que propone el texto. Estas mujeres dicen ver «necesario preservar la distinción entre sexo y género, porque para el feminismo, el género siempre ha sido esa construcción de los estereotipos que ha fomentado la desigualdad».
El feminismo, a fin de cuentas, tiene distintos calados, impregna todas las esferas sociales. De vocación universal, se construye como un movimiento aglutinador, una Babel diversa, frondosa y enriquecedora de presupuestos teóricos llevados a la acción.
(*) Amelia Valcárcel, Ángeles Álvarez, Laura Freixas, Marina Gilabert, Alicia Mirares, Rosa María Rodríguez Madga, Victoria Sendón de León y Juana Serna.
Esther Peñas
Publicado en Ethic