En este marco, la clase media se ha convertido en modeladora de ideologías, objetivos políticos y sendas de cohesión. La reivindicación de las reglas de juego democráticas ha encontrado en esta misma clase un sostenido soporte que ha arrastrado a otros sectores sociales. Una reivindicación de valores que ha devenido en activa utilización de la voz, el voto y la calle. La fuerza social y electoral de la clase media se ha convertido en un referente esencial para la mayoría de las fuerzas políticas, elevando a dogma la opinión de que combatir sus intereses conducía al despeñamiento del proyecto que lo intentase.
No obstante, acaso como consecuencia de la influencia adquirida, la clase media ha difuminado la presencia pública de la clase trabajadora, al tiempo que expandía sus límites hacia el territorio de la clase alta: ahora, ésta parece ocupada únicamente por el 1% de los más ricos; un porcentaje que se utiliza como frontera para separar la desigualdad admisible de la abiertamente criticable; algo que ocurre hasta en el pensamiento liberal moderado, -lo que excluye al neoliberalismo-, aunque sólo sea porque tras ese 1% se percibe una concentración económica extraordinaria, capaz de expulsar del mercado a la libre competencia.
Al mismo tiempo, el desplazamiento hacia arriba de la clase media la ha distanciado de la clase trabajadora. La primera no ha sido suficientemente consciente de que se agudizaban los problemas de esta última a medida que avanzaba el desempleo de larga duración y el fracaso de las políticas activas de empleo, la precarización laboral, la disminución de los salarios reales, la digitalización de algunas tareas rutinarias y la presión sobre los servicios públicos fundamentales.
Los anteriores factores han jugado a favor de una percepción, objetiva o subjetiva, de nueva desigualdad en la clase trabajadora. Un proceso que numerosos análisis enlazan con la desafección hacia los que eran sus referentes políticos tradicionales para sumergirse en la abstención o en movimientos populistas y neofascistas. Se precisará de mucha investigación para delimitar las semejanzas y diferencias entre los países y extraer, de este modo, los rasgos comunes e idiosincráticos del anterior cambio. Entre tanto, la hipótesis de trabajo que aquí se sugiere adoptar atribuye al excesivo egocentrismo de la clase media, en particular la urbana, una proporción nada desdeñable de las reacciones de la clase trabajadora que, genéricamente, podrían calificarse de anti-sistema.
La primera razón en apoyo de esta dirección es el considerable dominio de la voz pública por la clase media. Un resultado facilitado por su peso electoral, uso de las redes sociales y el soporte de los medios de comunicación. Desde esta posición de superioridad la clase media ha filtrado los problemas de la clase trabajadora; un filtro potente, ya que incluye los puntos de vista de influyentes grupos, -políticos, funcionarios, académicos, creadores de opinión-, sobre los problemas sociales de la clase trabajadora. La insuficiente conexión con los perfiles más necesitados de ésta ayuda a explicar la inicial pasividad que se pudo observar ante los desahucios, la inutilidad de diversas políticas de empleo o la actual infrautilización de apoyos públicos importantes, como el ingreso mínimo vital y similares. En estos casos, el uso de procesos administrativos con rasgos ensayados entre la clase media, ha destapado una miopía pública incapaz de asimilar que existen familias sin ordenador ni acceso a internet, trabajando sin contrato laboral, compartiendo una misma vivienda con otras personas y carentes, incluso, de una cuenta corriente bancaria.
La distancia entre la clase media y la trabajadora se agudiza, asimismo, ante la constatación de que quienes más se benefician del Estado del Bienestar y de otros bienes comunes, como los culturales, son los integrantes de la primera. ¿Motivo? Su mayor facilidad para conseguir la mejor información, además del acervo disponible de cultura digital y de capital relacional. En tercer lugar, a los factores separadores de ambas clases se añade la percepción, real o manipulada, de las migraciones: el emigrante que acude a España se percibe como adversario por numerosos integrantes de la clase trabajadora, mientras que la compasión y empatía suele florecer en la clase media.
Lo expresado conduce a preguntarse si ambos sectores sociales pueden estar distanciándose hasta el punto de amenazar la cohesión social y la compartición de los valores que mantienen sana, activa y estable a una democracia. En estas condiciones, parece necesaria una preocupación genuina por el diálogo interclasista, una menor propensión auto-referencial en la clase media cuando analiza las situaciones de la clase trabajadora y la proximidad real de las respuestas públicas al tejido social de esta última.
Manuel López Estornell
Publicado en Levante.emv
enero 5th, 2022 at 10:26 am
De lo que hay que darse cuenta es de que la inmensa mayoría de la sociedad es clase trabajadora, sean trabajadores intelectuales o manuales ; estén en mejor o peor situación . Es un error de las llamadas clases medias pretender diferenciarse a ultranza de los sectores manuales e identificarse con las clases altas. Porque al final todo el conjunto son clases subordinadas y experimentan o sufren las consecuencias .Por eso los proyectos, las propuestas de cambio factibles tienen que ser transversales –