El iceberg negro
Frente al 8-M, ante lo que ya se constata como un imparable avance de las reivindicaciones feministas y la masiva toma de conciencia de género por parte no solo de la mayor parte de las mujeres sino también de un importante número de hombres, la derecha ultramontana está que brama, no solo VOX, sino también en gran medida el PP, el partido de referencia de la derecha postfranquista. Ciudadanos, haciendo gala de sus variados y floridos recursos demagógicos, no deja por su parte de poner también su granito de arena en este merder.
Pero es últimamente, el inefable Casado, en su lucha para taponar el escape de votos de su partido hacia la ultraderecha quien pretende asumir el protagonismo del antifeminismo. Su irrupción en un mundo que ni entiende ni domina no ha podido ser peor. Está haciendo el ridículo del modo más espantoso, con declaraciones inasumibles ni siquiera por el mismo, teniendo que recurrir a excusas para justificarse como que “me están sacando las frases de contexto”, etc. Mercedes Milá, a la que no se la conoce precisamente como feminista, el pasado viernes en la Sexta se avergonzaba de las declaraciones de Casado sobre el aborto cuando “les explica a las mujeres lo que él jamás podrá tener dentro”.
Me llama mucho la atención (y más como hombre) que la Secretaria de Comunicación del PP, Isabel Díaz Ayuso, afirme en una reciente declaración sobre estos temas: ”No creo que por el hecho de ser hombres sean culpables de nada, creo que son personas por igual”.
Cierto, totalmente de acuerdo, tiene usted razón, pero usted, señora Isabel, ostentando el cargo que ocupa no creo que pueda ser tan tonta que vaya soltando inocentemente obviedades tras obviedades por su boca. Usted, Isabel, hace como que no sabe distinguir entre hombres y maltratadores, porque cuando se habla de violencia de género no se especifica ni se supone que todos los hombres sean maltratadores. ¡Claro que todos somos personas por igual! Pero yo, al igual que la mayoría de los hombres no me siento amenazado por una ley contra los maltratadores. Al contrario, deseo con todas mis fuerzas que dicha ley sea la más ejemplarizante del mundo, que se acabe de una vez con esa lacra de la que el número de mujeres asesinadas no es más que la punta de un iceberg muy negro, un iceberg mucho más profundo y vil de lo que a primera vista pueda parecer. La estadística de mujeres asesinadas no es más que la portada de una revista de más de mil páginas, revista que en el sumario tiene muchos artículos dedicados a toda clase y tipo de ninguneos; de opresión, represión y abusos familiares; de discriminaciones estudiantiles, laborales, jurídicas, legales y religiosas; del escamoteo de su existencia a través de un lenguaje no inclusivo y cargado de machismo; de cien mil casos históricos de ocultación y ninguneo de mujeres artistas, científicas, escritoras, pensadoras, políticas, etc.
No. Las mujeres asesinadas son, nada más y nada menos, que la desgraciada y triste punta de ese iceberg negro el cual, afortunadamente, ha comenzado ya a derretirse en algunos países del primer mundo y es de esperar, yo al menos confío en ello, que este avance a mi juicio imparable sirva de ejemplo y tenga un efecto multiplicador para el resto del planeta.
Mientras, resulta de todo punto ridícula y vergonzante la “defensa” que la derecha ultramontana pretende hacer de los maltratadores llamando a la solidaridad con ellos como pertenecientes al género masculino. Hay que ser bobo para dejarse engañar. Es más que obvio que a los hombres no nos hace falta ni necesitamos defendernos de las mujeres. Lo que necesitamos, tanto hombres como mujeres, es un cambio radical en la educación patriarcal, un cambio orientado a erradicar los múltiples modos y maneras tradicionales de marginar a las mujeres y que sirva para invitar a estas a empoderarse.
Lo que pretenden estos partidos, está muy claro, es captar votos para con ellos defender “sus” privilegios machistas y esa pretendida “superioridad” que algunos, muy machos, creen tener sobre el “sexo débil”.
Miguel Álvarez