El Informe Pisa
Pisa es una hermosa ciudad italiana, famosa hasta hace poco tiempo por su célebre torre inclinada construida junto a la catedral. Sin embargo, a la pobre Pisa le ocurre lo que a Bolonia, que, siendo también una espléndida ciudad, despierta malos recuerdos gracias a ese plan Bolonia que padecemos las universidades europeas desde hace unos cuantos años.
Pero la desgracia de Pisa es mayor, porque en ella ni siquiera se han reunido educadores para tomar decisiones sobre propuestas escolares, sino que las siglas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, organizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), arrojan como resultado en inglés el acrónimo PISA. Y como los adolescentes españoles de 15 años que se someten a las evaluaciones de ese programa vienen quedando malparados desde el primer informe, el solo nombre de PISA despierta pésimas sensaciones.
Este año no nos ha ido mejor, y además ha incluido dos novedades. Anteriormente se medían tres tipos de capacidades de los alumnos: matemáticas, ciencias naturales y comprensión lectora. España solía quedar en todas ellas por debajo de la media. Pero esta vez se añadió un nuevo ítem: la capacidad para resolver problemas prácticos de la vida cotidiana. Cabía esperar que nuestros jóvenes tuvieran más éxito en estas lides, porque llevan las habilidades digitales en el ADN, pero no ha sido así. De nuevo, los alumnos españoles han quedado por debajo de la media también a la hora de resolver situaciones como la de escoger una buena combinación de metro o programar un aparato de aire acondicionado.
Naturalmente, estas pruebas sirven para lo que sirven y los resultados han de interpretarse adecuadamente. Pero la inercia de las malas notas un año tras otro ha disparado de nuevo las alarmas. ¿Qué pasa con la educación de nuestros jóvenes?
La cuestión no es complicada en lo que respecta a las cuestiones de la vida cotidiana. Ocurre que sus familias les resuelven los problemas y ellos nunca se ven en la situación de tener que hacerlo. Pero ya lo aprenderán en la vida corriente cuando tengan necesidad.
Sin embargo, la segunda novedad del último informe PISA es alarmante. Se eligió a un grupo de jóvenes de todos los países para someterlos a pruebas de competencia financiera, porque la OCDE asegura que «las finanzas forman parte de la vida diaria de nuestros adolescentes, quienes ya son consumidores de productos financieros, como una cuenta bancaria». Y se comprobó que uno de cada seis tiene problemas para leer una factura o utilizar la tarjeta de crédito.
Genial y deprimente. Genial que buena parte de nuestros adolescentes carezcan de competencias financieras, solo faltaba que empezaran ya. Deprimente que la OCDE reconozca sin problemas que la entraña de nuestro mundo es financiera y se apresure a preparar a los jóvenes para que se adapten a esta circunstancia. Cuando lo que sí resulta grave es que sea tan bajo el nivel de comprensión lectora. Si una persona es incapaz de entender la prensa, los libros, si no puede comprender un texto que vaya más allá del mensaje minúsculo de un wasap o un SMS, tampoco entenderá el verdadero mundo humano, el de las alegrías y los sufrimientos de las personas, el del temor y la esperanza. Y sin comprender ese mundo nuestro no podrá ser verdaderamente libre. Por eso en las escuelas es necesario enseñar matemáticas y ciencias pero, muy especialmente, es necesario formar en humanidades.
Adela Cortina.
Artículo publicado en el boletín de la Fundación Étnor.