El mago que hacía desaparecer a los pobres
Cuando el universo Matrix ni siquiera era la idea estrafalaria de algún visionario, la presencia del mago era uno de los momentos más esperados en eso que con el tiempo se convertiría en la industria del ocio. Bien en la versión aristocrática de frac y chistera o bien envuelto en un exotismo oriental y bigotes de Fu Manchú, lo cierto es que la actuación del prestidigitador me resultaba fascinante en mi lejana infancia de ciudad obrera, sobre todo cuando a la vista de todos era capaz de descuartizar a una seductora ayudante o, mejor aún, hacerla desaparecer en un magistral ejercicio del arte de birlibirloque.
Los efectos especiales y la realidad virtual hacen difícil que el niño de hoy pueda sorprenderse igual que nosotros con la fascinante aparición de un conejo blanco en el vacío y polvoriento fondo de una chistera. Sin embargo, el clásico truco de la desaparición sigue teniendo incondicionales seguidores dispuestos a aprovecharse de la candidez de nuestra mirada.
En Brasil, por ejemplo, el gobierno de la presidente Dilma Rousseff ha encontrado el abacadabra capaz de evaporar la miseria del gigante país americano, gracias a ese gran libro de la Magia Negra de las Estadísticas.
El truco es sencillo. En 2009 fijó en 70 reales al mes (unos 26,7 euros) el límite en el que se encontraba la miseria absoluta y ahora se muestra orgulloso de haber erradicado esa lacra. Si ya de por sí resulta discutible vanagloriarse de que ningún brasileño sobreviva una renta inferior a 70,10 reales, la cosa se pone más discutible al comprobar como en estos años no han revisado el impacto que la inflación ha tenido en su límite fijado. De haberlo hecho habrían comprobado que los 70 reales de hace cuatro años son equivalentes a 77 reales y 56 céntimos de la actualidad, una sencilla operación matemática que de repente pemite sacar de la chistera estadística a unos 22,3 millones de personas que habían desaparecido.
Si en Brasil, a mayor gloria de la potencia emergente, se invisibilizan a millones de hombres y mujeres que tienen que afrontar sus existencias con menos de un euro al día, en España el PP se siente más cómodo en el papel del mago histriónico y algo payaso, a lo Juan Tamariz, para disimular sus vergüenzas sociales. Es así como hemos visto a la torpe diputada popular, Carmen Amorós, bromear sobre el número de parados en el País Valencià (ay, perdón, Comunidad) al equipararlo al ejercicio caprichoso de elegir el número para el gordo de Navidad.
Para su desgracia los pobres y parados comienzan a estar hartos de que se les aplique sistemáticamente desde el gobierno los polvos mágicos de la indiferencia y el olvido. O incluso peor, que se les convierta en el truco del almendruco con el que justificar la desaparición de derechos colectivos. Por eso, mientras Rajoy nos quiere asumiendo la invisibilidad de quedarse en sus casas, los parados se empeñan en hacerse bien visibles como los cientos de ellos que el pasado sábado se manifestaron en las calles de Sagunto. O los trabajadores que lo harán próximamente en defensa del empleo en Galmed. Y es que cada vez son más los que en este circo de tercera en que tienden a convertir nuestras sociedades, siempre les acabe tocando el papel de descuartizado en el repetitivo número del mago.