El, mi, nuestro.
El lenguaje es muy decisivo a la hora de tomar posición ante cualquier situación. No es lo mismo decir: Dios creó al Hombre…, que decir: Dios es el Padre de la Humanidad… La primera frase es exclusiva, deja fuera a la mujer; la segunda es claramente inclusiva
Un ejemplo cotidiano de esto es la utilización del artículo el como forma de evadir nuestra responsabilidad ante problemas propios. Me explico: Estamos acostumbrados a expresar que el gobierno de España ha firmado un acuerdo con el de Francia. No se suele expresar como: nuestro gobierno ha firmado un acuerdo con Francia…
Nunca decimos: mi, o, nuestro Ayuntamiento ha realizado… Renunciamos a los posesivos empleando artículos neutros sin ser demasiado conscientes de que, esto, en realidad, es una forma de escurrir el bulto ante responsabilidades personales. Si decimos: el Ayuntamiento ha firmado un acuerdo con… estamos declinando nuestra responsabilidad y derivándola exclusivamente hacia los firmantes, dando a entender que, aunque ese pacto te afecta en tanto a sus consecuencias positivas como negativas, no te sientes responsable, porque esas decisiones te son ajenas. Crees que ese matiz te convierte en inocente o irresponsable y, en cualquier caso, te resulta cómodo.
En cambio, si te expresases como se debe, correctamente, deberías decir siempre: Mi Gobierno… no el Gobierno. Mi, nuestro Ayuntamiento… no el Ayuntamiento, independientemente de que al final de la frase te sientas sorprendid@, contento, avergonzad@, enfadad@…
Estamos hablando de recursos semánticos históricamente preestablecidos para sacarnos de las instituciones, para hacer de ellas lo que les apetezca, sin que pueda parecer que eso nos afecte, al menos directamente. Un truco que funciona muy bien porque aprovecha nuestra natural inclinación a la comodidad, para decirte: no te preocupes, nosotros ya lo arreglamos, tu vota (si te apetece) cada cuatro años y, después, tu a lo tuyo y nosotros a lo nuestro. En una palabra: para sacarte de la política.
Este modo de expresarnos, el, tu, su, vuestro… echando balones fuera, viene de los tiempos en que no se votaba, donde no participabas porque gente armada había creado un régimen dictatorial que tomaba las decisiones por ti. Pero hoy no hay excusa: no solo podemos participar, sino que debemos hacerlo, es una obligación hacerlo, y ello porque si se deja solos a los elegidos puntualmente, frente a las decisiones a tomar, estos, en un momento u otro se desplazarán hacia su espacio de confort, o aún peor, hacia la corrupción. La Democracia nos exige participación, compromiso, intervención, cooperar, colaborar y… vigilar. Esto ayuda a explicar el por qué se ha llegado a la evidente degeneración del llamado Régimen del 78. Este insoportable nivel de corrupción institucional, político y mediático se debe, entre otras tantas cosas, a las acciones como a las omisiones del pueblo español.
Miguel Álvarez