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El mundo que viene

Si miran a su alrededor verán que hay demasiadas referencias al mundo de ayer y pocas seguridades respecto al mundo del mañana. Hay en el ambiente demasiadas analogías con los años 20 del siglo XX. Regresan la nostalgia imperial y el imperio de la nostalgia. Tal vez porque no hay algo sólido a lo que poder asirse. Porque se hace difícil imaginar un futuro que ofrezca seguridad y esperanza. Son los valores mismos de la Ilustración los que se discuten y se combaten ahora. Incluso volvemos la vista hacia Etienne de la Boétie y su Discurso sobre la servidumbre voluntaria y hacia Hannah Arendt y sus Orígenes del totalitarismo. Es un tiempo de emociones. Se está perdiendo la Razón, con mayúsculas.

El desorden y la incertidumbre son la nueva normalidad de un mundo fragmentado y desquiciado. Gobernado por nuevos magnates, plutócratas, oligarcas, mercaderes globales de alimentos o de armamento y nuevos señores digitales. Un mundo replegado, dividido y peligroso, que asiste al retroceso de la capacidad de los Estados y las democracias liberales frente a la ofensiva autoritaria de las grandes plataformas digitales, los nuevos imperios del siglo XXI, y de distintas formas de autocracias, teocracias y dictaduras. Tiempos donde gobierna el capital a escala global, sin intermediarios, sin reglas.

Asistimos a una mutación patológica del capitalismo. Muchos ya habían decretado el final de la hegemonía del pensamiento neoliberal, pero no habían previsto la posibilidad de que pudiera evolucionar hacia una versión mucho más descarnada, que entiende el neoliberalismo como insuficiente y la democracia liberal como un obstáculo. Todo ello apoyado en las urnas por mayorías sociales, lo que obliga a explicar las causas. Trump puede ser quien abra una nueva etapa de populismo libertario que haga pensar que la etapa neoliberal fue incluso moderada. Estamos en un tiempo de retroceso de valores y conquistas sociales, sin precedentes desde el primer tercio del siglo pasado, de la mano de una nueva internacional reaccionaria que aspira a convertirse en oligarquía global. Esta es la marea libertaria, fanática y disruptiva que sube.

Puede ser la era del gobierno del capital y del «nacionalismo desastre» del que habla Richard Seymour. Desmantelando lo poco que queda del orden internacional del siglo XX, reduciendo el Estado a la mínima expresión, como en las primeras décadas del siglo XX; socavando las bases de pertenencia a una comunidad política multicultural; incrementando las desigualdades; haciendo ostentación desinhibida de una arrogante ignorancia y de una irresponsable y desmesurada soberbia. Hasta el conocimiento les parece una amenaza, como afirma Marilynne Robinson. Es la hýbris de este tiempo.

Y a la vez, y esta es la gran paradoja, tiempos de muros. Abiertos en lo económico, aunque menos que en décadas anteriores, y cerrados en lo cultural e identitario. Tiempos de nuevos despotismos y de dificultades para unas democracias liberales que también sucumben a la tentación de levantar muros. Y más allá de estas, allí donde transcurren las precarias vidas de casi dos tercios de la humanidad, la impunidad, la inseguridad, la represión y la vulneración de derechos son los rasgos de una normalidad impuesta. Nunca han conocido otra cosa.

Es el mundo al revés. El mundo de los «nadies», de los que hablaba Eduardo Galeano. Y hay muchos «nadies» en el mundo. Basta con mirar hacia América Latina y el Caribe, África, Asia o a lo que queda de Cisjordania y Gaza. Paradigma de la indignidad. La negación de todo vestigio de humanidad. Un genocidio presenciado en directo desde hace año y medio, de la mano de un Occidente cómplice que sigue aplicando un doble rasero injustificable. Y los «nuevos pobres» del opulento Occidente, los perdedores de la globalización, que cada vez son más y con menos esperanza, condenados a vivir en un presente continuo. Todos ellos son la inmensa mayoría, pero las dictaduras de las minorías, de las que hablan Levitsky y Ziblatt, ya no son la excepción, sino la regla.

Es el tiempo de nuevos flautistas de Hamelín. Señores tecnofeudales, como los define Varoufakis, con sus vistosos ropajes tecnológicos, disfrazados de nueva modernidad y progreso, que nos han convertido en los nuevos «siervos de la nube». Desde una falsaria concepción de la libertad, crean las condiciones que en realidad nos aboca a la soledad en mitad de la multitud, al individualismo patológico y a la anomia social. Se están creando las condiciones para desbordar, deslegitimar e incluso hostigar a los mediadores tradicionales (medios de comunicación, universidades, comunidad científica), apelando a los miedos y recurriendo a las fábricas del odio y a la industria de la desinformación como estrategia deliberada desde la más absoluta impunidad. Intoxicando a las sociedades hasta la náusea para generar caos. Llenando las cabezas y vaciando las mentes. Incluso implicándose en procesos electorales. Estas son las nuevas armas de manipulación masiva.

Mientras tanto, el reloj ambiental sigue descontando los minutos. Las emisiones de CO2 crecen de forma inexorable. Pero nosotros seguimos prometiendo que la próxima década será la decisiva, aunque lo vengamos reiterando desde hace décadas. Acelerando el calentamiento global, contribuyendo a que ocurran eventos extremos y devastadoras catástrofes cada vez con mayor frecuencia. Como hemos podido comprobar en Valencia. Empeñados en seguir caminando hacia el precipicio. Aun así, muchos siguen negando la evidencia. Ahora incluso desde la misma presidencia del país más poderoso.

Y la otra gran amenaza existencial, los riesgos asociados al desarrollo de una inteligencia artificial generativa desregulada y sin control, no solo pueden ocasionar rupturas sin precedentes en sistemas productivos, mercados de trabajo o sistemas de protección social, sino que es la gran amenaza para los dos mayores logros de la modernidad: el Estado de Derecho y la democracia. Además de la gran incógnita sobre cómo afectará a nuestra propia existencia como una especie que podrá convivir con humanoides dotados de capacidades que les permita pensar y tomar decisiones por su cuenta. El riesgo sistémico es nuestro compañero de viaje.

No sabemos qué nos depara el futuro inmediato, pero los vientos de la historia, también en Occidente, ahora empujan en esa dirección. Un huracán geopolítico muy disruptivo y con gran potencial desestabilizador se ha desatado en EEUU y la borrasca ya está amenazando seriamente a Europa y a la estabilidad mundial. Un metafórico invierno geopolítico, democrático, moral, informativo y ambiental amenaza nuestro tiempo. Es el mundo que parece que viene.

Estamos más cerca del Leviatán de Hobbes que de la paz perpetua de Kant. Pero ese invierno pasará, como ha ocurrido otras veces en la historia, y vendrán tiempos en los que los antiguos, que no viejos, valores de la Ilustración recuperarán toda su vigencia. Se recuperará la Razón, con mayúsculas, y una brújula moral ahora extraviada. Y regresarán los grandes valores y fundamentos de la modernidad: el mayor grado de libertad posible con el mayor grado de igualdad y fraternidad posibles. Esta sigue siendo la gran utopía. La cuestión es cuándo sucederá. Les confieso que me gustaría verlo.

Joan Romero
Publicado en Levante.emv

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