El niño del pozo y los niños del mar
Cuando escribo estas líneas es miércoles. Este artículo se publica el sábado ‘on line’. Hoy toda España está pendiente de las labores de rescate del cuerpo de un niño que se ha caído en un pozo.
Escribo ‘cuerpo’ conscientemente. Nadie se atreve a decirlo, mucho menos a escribirlo. Pero es imposible que ese niño haya sobrevivido.
Entre tanto, en alta mar, hay 140 niños en peligro. 308 personas migrantes procedentes de Libia que ni Italia ni Malta, los puertos seguros más cercanos, quisieron acoger.
Dos barcos españoles, el ‘Aita Mari’ y el ‘Open Arms’, se han ofrecido a rescatar a estas personas. Pero no se les dejar zarpar. El dejar en puerto a estos barcos condena a la muerte a 308 personas que pueden y deben ser salvadas.
Condena a muerte a 140 niños
Estos barcos de rescate son la última esperanza para personas que huyen de la violencia y pobreza en sus lugares de origen. Lo de la ‘última esperanza’ no es un recurso literario. Hace unos días murieron al menos 170 personas en dos naufragios.
Cualquier extraterrestre que leyese esto pensaría: «Qué extraña raza la humana, que invierte millones en el rescate del cuerpo de un niño fallecido y que no quiere salvar a 140 niños vivos».
La psicología tiene una explicación para este ilógico comportamiento.
En primer lugar, nosotros somos primates, primates ligeramente evolucionados. Y es fácil manipularnos. Es fácil hacernos pensar en términos de ‘nosotros contra ellos’. Y como expliqué en el artículo del pasado domingo, eso es lo que están haciendo ahora muchos políticos: Bolsonaro, Trump, Vox, los partidarios del ‘brexit’, los independentistas catalanes. Hacer pensar que las personas que no son de tu patria no tienen tus mismos derechos.
Por eso, hay quien cree que los niños del mar no tienen los mismos derechos que el niño del pozo.
Pero hay otra explicación más.
Un estudio que realizaron Deborah Small, George Lowenstein y Paul Sovic examinó el impacto de diferentes tipos de peticiones en las donaciones benéficas a una organización contra el hambre. La primera petición solicitaba a los donantes que ayudaran a Rokia, una niña de Malí. La segunda petición presentaba hechos y estadísticas sobre millones de niños en países de África. La tercera petición incluía a dos niños, Rokia y Moussa.
De estas tres peticiones, ¿cuál creen ustedes que generó una mayor cantídad de donativos de los participantes del estudio? Las personas a las que se mostró la historia personal donaron el doble de dinero total que las que recibieron los hechos y las cifras.
En cuanto a la tercera petición, si se pedía a los participantes que donasen para ayudar a uno de los dos, los donativos se mantenían generosos. Sin embargo, si se pedía que donaran para ayudar a los dos, los donativos disminuyeron.
Esto sucede porque somos mamíferos. Si un perro se encuentra un cachorro abandonado, lo adopta (recientemente se ha hecho famoso el vídeo del labrador Boo que adoptó a un cachorrito y… a una cabra). Pero si se encuentra a cientos de cachorros heridos, sale huyendo. Esto es porque el perro sabe que dispone de recursos para adoptar a un perro, pero no a muchos. También, porque la visión de muchos animales heridos implica un peligro: un depredador o una catástrofe natural. El animal huye.
Por eso la historia de un solo niño nos implica, la de 140 niños no.
Los políticos lo saben bien y por eso un político ha tenido la desfachatez de mentar al niño del pozo en un mitin.
Pero nosotros no somos monos. Somos seres humanos. Es nuestro deber moral ayudar a esos niños. También es un imperativo jurídico. Save the Children insiste en que la obligación de asistir a las personas que se encuentren en peligro en el mar es uno de los principios básicos y esenciales del Derecho Marítimo, y así lo reconoce toda la legislación internacional ratificada por España.
Cuando usted lea este artículo será sábado o domingo. Quizá ya se haya recuperado el cuerpo de Julen. No dudo de que lo sentirá usted enormemente por sus padres. Pero piense en esos 140 niños que tienen el mismo derecho a la vida que Julen, o que cualquier otro niño.
Piense en lo ilógico, y lo inhumano, que es que se conmueva usted por Julen y no por ellos. Escriba usted al presidente del Gobierno y exija que permita que el ‘Aita Mari’ y el ‘Open Arms’ salgan a alta mar a recoger a esos niños cuya vida peligra.
No sea tan miserable de pensar que ‘nuestros niños’ valen más que los niños de otros.
Lucía Etxebarria
Artículo publicado en El Periódico