El Planeta necesita activistas más empáticos y menos endogámicos
Han pasado unas cuantas décadas desde que distintas organizaciones ecologistas empezaron a llevar a cabo acciones relacionadas con el medio ambiente; sin embargo, no han conseguido casi nada a nivel global. Quizás deberían analizar las causas que les impiden ser eficaces para conseguir el compromiso de la sociedad ante el cambio climático. Dos factores claves son la empatía necesaria para comprender las necesidades reales de la gente y abandonar su endogamia tradicional.
Analicemos, en primer lugar, las actitudes habituales de los activistas. La mayoría se decanta por mensajes negativos de carácter catastrofista. Sin embargo, por mucha razón que tengan, la gente se siente abrumada ante las crecientes amenazas que rodean sus vidas e, incapaces de absorber más, asumen actitudes defensivas, como son la huida hacia delante.
En segundo lugar, hay organizaciones que desarrollan acciones que fueron un éxito hace unas décadas, pero que han quedado totalmente obsoletas, porque el mundo actual ha cambiado mucho. En efecto, desde hace unas décadas, las antiguas convocatorias reivindicativas han dejado de ser multitudinarias y se han reducido de forma ostentosa. En la mayoría de los casos, son auténticos fracasos. No obstante, las organizaciones que defienden actuaciones reivindicativas no quieren ver la realidad y prefieren achacar su fracaso a restricciones gubernamentales con la excusa de que su objetivo es controlar de forma férrea a la población.
Organizaciones como Fridays for Future (FFF) y Extinctionrebellion (XR) han desarrollado concentraciones más adaptadas al momento presente e, incluso, han incluido performances y actos festivos para atraer al público. Sin embargo, los resultados han sido exiguos a nivel mundial, porque la reacción del 95% de la población ha sido casi nula. Sobre todo, en aquellos casos en que los mensajes «climáticos» elaborados han sido tan negativos que han provocado el rechazo de sus espectadores, quienes ya tienen una vida cotidianas lo suficientemente disruptiva como para seguir asumiendo mensajes angustiosos relacionados con el cambio climático.
Ahora bien, dichos fracasos nos pueden enseñar que es mejor elaborar mensajes positivos de forma creativa. La vía más eficaz podría ser su propagación entre grupos reducidos próximos a los emisores o informantes mediante un liderazgo de tipo horizontal. A partir de esos primeros grupos de participantes, los mensajes se expandirían a grupos más amplios. Ciertamente, esa labor podrían desempeñarla los medios de comunicación de masas con mayor eficacia y rapidez, principalmente a través de la televisión, pero no podemos contar con ellos porque están en manos de los lobbies causantes del cambio climático.
En tercer lugar, es clave que cambiemos a nivel individual para convertirnos en motor de arranque del cambio social. Ante amenazas a nivel planetario, aparecen en ocasiones colectivos que trabajan solidariamente partiendo de cambios individuales. Lo hemos visto durante la pandemia al usar mascarillas y mantener las distancias entre los individuos.
Aunque acciones individuales aisladas no pueden doblegar amenazas globales, si asumiésemos nuestras responsabilidades individualmente, sería menos costoso afrontar los problemas comunitarios y mejoraríamos la situación. Asimismo, se fomentarían actitudes colectivas eficaces que alcanzarían con éxito objetivos de mayor envergadura.
En esa tesitura, ante una información confusa acerca del cambio climático, actuaciones de activistas poco efectivas y convincentes y una mayoría de gobiernos al servicio de los lobbies que provocan el cambio climático, ¿cómo generar una respuesta colectiva positiva a partir de una actitud individual?. La experiencia demuestra que la gente trabaja junta ante una amenaza externa si se percata de que los cambios individuales pueden ser eficaces colectivamente; es decir, cuando actúa individuo a individuo para sumar una conciencia colectiva solidaria que incida a todos.
Una observación consciente y una reflexión profunda pueden ayudarnos a conseguir resultados efectivos.
El primero es utilizar «mensajeros fiables», porque saben compartir valores si comprenden las necesidades de sus audiencias. Es decir, hay que ser menos endogámicos y más empáticos. Por cierto, el «ecologista o defensor medioambiental» tiene, en la actualidad, «mala prensa» entre la mayoría del público, pues se le considera elitista, excesivamente moralizante y poco dado a compartir las necesidades del público mayoritario. No es, por tanto, el mensajero apropiado en periodos críticos. Mensajeros efectivos podrían ser científicos y sanitarios, puesto que son respetados por la población, pero deberían «descender» a un nivel que se hiciese comprensible para el público mayoritario.
El segundo, constatar que, desde situaciones muy disruptivas, se pueden alcanzar objetivos solidarios. Ha ocurrido durante la pandemia, en que gente en situación económica muy desventajosa se ha visto expuesta a riesgos y daños irreparables; sin embargo, han aparecido voluntarios que han trabajado para contrarrestar su vulnerabilidad y se ha abierto una discusión fructífera para provocar cambios sistémicos efectivos.
El tercero, imputar al capitalismo la culpa del cambio climático, pero mediante una narrativa verosímil y aceptable por todo el espectro político de los votantes. En ese sentido, términos como «legitimidad, equidad, ecuanimidad, imparcialidad», podrían facilitar la comunicación. Se trata de sumar voluntades, no de restarlas.
El cuarto, utilizar imágenes atractivas, que suelen atraer a la gente mucho más que las palabras, ya que focalizan su atención y desencadenan emociones utilizables para frenar el cambio climático. Lo hemos podido comprobar también durante el confinamiento en tiempos de pandemia. Las imágenes de calles vacías, canales limpios y paisajes impolutos construyeron un relato muy vinculado a la «recuperación de la naturaleza» y las emociones que brotaron de la gente fueron muy potentes. Investigaciones llevadas a cabo por expertos, constataron que el público se sentía muy atraído por historias novedosas e imágenes auténticas de la vida cotidiana que realzaban el sentido de «estar todos juntos en algo». Por el contrario, fueron rechazadas aquellas en las que la gente participa en manifestaciones a favor del medio ambiente o contra el gobierno.
En conclusión, las imágenes pueden conseguir bastante más que las palabras, por lo que salir a la calle a buscar nuevas y creativas acerca de soluciones climáticas podría ser una solución muy efectiva. Solo necesitamos vincularlas a historias humanas que resalten nuestra fragilidad y la del planeta y muestren los impactos negativos que sobre la salud tiene el cambio climático.
Pepa Úbeda