El umbral de indignación
Queridos lectores, he llegado a un punto en que me es imposible indignarme más. Es como si hubiese alcanzado un umbral que ya es imposible de superar suceda lo que suceda. O, al menos, es lo que siento. Puede que me esté equivocando y que mañana se produzca cualquier circunstancia que me haga retractarme de estas palabras y mi indignación sea capaz de aumentar. No lo sé.
Explico esto a colación de los últimos sucesos acontecidos con la Casa real, la Monarquía o como quieran denominarlo. Es inconcebible que en un país “presuntamente” democrático se puedan tolerar todos estos escándalos. Es impensable que hechos de esta naturaleza pudieran suceder en otros países y la población permaneciese tan impasible, tan absolutamente aborregada como lo está en el nuestro.
Si son ciertos los hechos que se están desvelando estos días es algo de una magnitud sin precedentes. No sólo el enriquecimiento ilícito del anterior Jefe del Estado, sino de su presumible involucración con la corrupción de la Gürtel del Partido Popular. Se rebasan todos los límites de lo que se le puede exigir a la cabeza visible del Estado cuando la Constitución lo define como imparcial.
Pero la Constitución dice que la figura del rey no tiene responsabilidad y que los hechos sucedieron durante el ejercicio de la Jefatura del Estado, y, por consiguiente, no son punibles. Impresionante. No soy ningún experto en Derecho Constitucional, pero la lógica me indica que la mencionada “irresponsabilidad” debería referirse a sus actos como representante del país, es decir, a todas aquellas participaciones inherentes al cargo – lo cual ya me parece absolutamente abominable, dicho sea de paso – no a sus actitudes a título personal. ¿O es que, acaso, si el “emérito” le hubiese descerrajado un tiro a alguien tampoco sería responsable de nada?
Estafar a un país, ese país en el que cada año en los discursos de Nochebuena recae toda una sobredosis de patriotismo, de unidad y de moralidad, es un acto de ALTA TRAICIÓN, señores monárquicos. Eso es TRAICIONAR a la patria, no instalar unas urnas para que se vote. Pero esto era un secreto a voces que se ha ido destapando poco a poco: “el caso Nóos, las primeras informaciones sobre Corina, la cacería de elefantes…”
Todavía habrá quien defienda que da lo mismo tener un monarca que un presidente de una república. A la vista está, y con la Constitución que tenemos, que se necesita ser estúpido cum laudem para sostener semejante afirmación.
No obstante, como parece ser que debemos tener el coeficiente de idiotez más alto de todo el globo terráqueo, nos quedaremos todos en casa comentando con la familia y los amigos lo impresentable de la institución y cómo la odiamos a muerte, en lugar de abarrotar las calles para exigir que desparezcan los Borbones de nuestra vida política e institucional y que se lleve a cabo una revisión integral de la Carta Magna.
El congreso ya se ha pronunciado: ese asunto ni tocarlo. Le toca pronunciarse al pueblo. Es necesario salir a la calle. Es imprescindible que estemos todos los que deseamos que desaparezca esta lacra. Es obligatorio pedir la instauración de una república. Es imprescindible limpiar este país de toda la basura franquista y nacional-catolicista que nos está llevando a la ruina y nos deja en ridículo ante el mundo entero. Esto, queridísimos lectores, es la marca España.
Víctor Chamizo
Artículo publicado en Alcantarilla Social