Elogio del serrucho
“Por un mundo donde la diferencia no se interprete como amenaza sino como una oportunidad para aprender”
¡Ay, que te vengo con un cuento hoy! Si eres profe, quizás lo conozcas. A mí me lo contó Miquel A. Oltra Albiach en una clase sobre literatura infantil y juvenil que se convirtió al final en una genial reflexión sobre lecturas que abordan la diversidad desde todos los aspectos: sexual, afectiva, cultural, familiar, lingüística, de capacidades… Con Miquel, que es profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la @UV_EG y antropólogo, ya disfruté de otra clase magistral sobre el fomento de la lectura con marionetas (en Bunrakus y Polichinelas lo conté), así que imagina cómo tenía la neurona. ‘Aquí hay Fémur’, me susurró la vocecilla que me alerta cuando la realidad se pone generosa conmigo. Antes de contarte el cuento, quiero decir que, yo, a profesores como Miquel A. Oltra Albiach o como Rosa Sanchis Caudet (la conociste en Lecciones de amor), les encomendaría la educación de mis hijas, hijos, sobrinos, nietos, hijos de amigos, hijos de vecinos y hasta el infinito y más allá… Educar en la diversidad no siempre es bienvenido, ni tan guai como parece leído aquí, todos serenos y compuestos. Ellos y ellas saben los obstáculos con los que lidian y los prejuicios con los que tropiezan dentro y fuera de los centros educativos, y en los que trompiconean de rebote los alumnos y las alumnas. Así que, todo el reconocimiento desde aquí a su compromiso con la enseñanza en valores e igualdad. Y ahora; el cuento.
“Cuadradito juega con sus amigos. ¡Ring! Es hora de entrar en la casa grande. ¡Pero cuadradito no puede entrar! No es redondo como la puerta. Cuadradito está triste. Le gustaría mucho entrar en la casa grande. Entonces, se alarga, se tuerce, se pone cabeza abajo, se dobla. Pero sigue sin poder entrar. ¡Sé redondo! Le dicen los Redonditos. Cuadradito lo intenta con todas sus fuerzas. ¡Te lo tienes que creer! Dicen los Redonditos. Soy redondo, soy redondo, soy redondo. Repite Cuadradito. ¡Pero no hay nada que hacer! ¡Pues te tendremos que cortar las esquinas!, dicen los Redonditos. ¡Oh, no! Dice Cuadradito. ¡Me dolería mucho! ¿Qué podemos hacer? Cuadradito es diferente. Nunca será redondo. Los Redonditos se reúnen en la sala grande. Hablan durante mucho, mucho tiempo. Hasta que comprenden que no es cuadradito el que tiene que cambiar. ¡Es la puerta! Entonces, recortan cuatro esquinitas, cuatro esquinitas de nada, que permiten a Cuadradito entrar en la casa grande junto a todos los Redonditos.” Por cuatro esquinitas de nada, de Jerôme Ruillier (Editorial Juventud) (Aquí en Google Doc)
No se si eres Cuadradito o Redondito. No me importa. No te lo digo desde la desafección, lo digo desde el Respeto con mayúscula. Porque, de verdad, tu identidad, eso que tú eres, no es de mi incumbencia. Ni de nadie. Tu identidad es única y exclusivamente asunto tuyo. Ser es un derecho que nadie ha de otorgarte, ni concederte, ni te lo tienes que ganar, ni demostrar cuánto lo mereces, ni sacrificarte para conseguirlo. Si te alargas, retuerces, doblas o pones cabeza abajo para caber por las puertas, no te hace falta. No necesitas ser redondo. Lo único que necesitas es tener muchos serruchos. Muchos, muchos, muchos, mucho… ¿Pero cuántos?… Pues muchos mil. Los vas a necesitar para regalar uno a todo aquel o aquella que se cruce en tu camino y te señale con el dedito índice una puerta redonda por la que, supuestamente, tienes que caber para que él o ella no se sienta amenazado/a. Regálale uno, con lacito incluido, a quien te juzgue, a quien opine sobre ti, o te sugiera cómo ser según él o ella. Serrucho empaquetado a quien te explique en el nombre de algún Dios que ser Cuadradito es una enfermedad o te diga que tu sexo sentido tiene que coincidir con tu sexo biológico porque la naturaleza es sabia y tú ignorante. ¡¡¡Un buen serrucho!!! Total serán cuatro esquinitas, cuatro esquinitas de nada.
Fani Grande