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¿Es machismo hacerle una tortilla a tu novio?

¿Cómo es posible que nos cuelen estrategias de márketing y que sigamos cayendo en ellas a pies juntillas en lugar de ignorarlas?

Llevamos unos días escuchando y leyendo opiniones acerca de Roro, la influencer (aunque a ella no le guste la denominación) que aparece en sus vídeos casi siempre cocinando las recetas preferidas de su novio Pablo. La gran peculiaridad de su contenido es que sus elaboraciones no son de cocinera principiante, sino que hace todo lo posible por conseguir un resultado excelente, por rebuscado que sea el plato, cocinando de forma artesanal todos aquellos ingredientes que sean posibles hasta dar con la receta perfecta para preparársela a su pareja. Hasta aquí, nada que decir. La gente cocina para quien quiere y emplea en ello el tiempo que considera. Además, no es misión del feminismo, me permito recordar, criticar las acciones individuales de una mujer.

El caso es que a partir de su presencia en distintos medios (por no hablar del impacto que tienen sus vídeos con más de 40.000.000 reproducciones), ha surgido una polémica que la sitúa dentro de un movimiento que se ha dado en llamar «tradwives» (trad, como abreviación de tradicional, y wives, de esposas, en inglés). Una tendencia, surgida en Estados Unidos, casi como si fuera una subcultura de internet, formada por mujeres, por lo general de clase baja, que defienden una interpretación tradicional de lo que debe ser el papel de «madre y esposa» inspirándose en las de los años 50 y lo llevan a las redes sociales. El fenómeno es algo bastante reciente –lo de llevarlo a las redes, lo de esposa tradicional evidentemente no–, porque el término empezó a popularizarse en 2018 y se ha intensificado su uso en redes de forma exponencial desde 2020. Ha saltado el charco y en Europa está teniendo, por lo visto, bastante aceptación. De todos modos, tradwives a la española ya las «programaba» la Sección Femenina; vamos, que en España ya las conocíamos hacía años.

Desconozco los datos exactos del fenómeno en la Europa del siglo XXI, pero lo que parece claro es que la polémica sobre Roro, la verdad, resulta casi tan estéril como la que tuvimos el año pasado cuando a una cantante le dio por enseñar los pechos en un concierto y pareció que eso era (pareció, digo), una reivindicación feminista, siendo una simple estrategia de márketing. Tanto en un caso como en el otro, dicho sea de paso, el fenómeno sirvió, casualmente, para acabar retratando a las feministas como «quejicas y antipáticas», siendo suave.

Empiezo por el principio.

Yo conocí la existencia de Roro a través de Rita Maestre. La portavoz de Más Madrid aseguraba, indignada, en un vídeo en el que hablaba de la chica, que: «Algunos nos quieren en ese papel de mujer sumisa, con voz suave y obediente al servicio del hombre». Y en alusión, no solo a la actitud de la joven, sino también al tono de voz de Roro que, parece ser, se llama fundy baby voice, añadió: «[Tiene] una voz que imita la forma de hablar de las mujeres en las comunidades ultra religiosas norteamericanas».

Despejemos la duda primera: ¿es Roro una tradwife?

Pues, por lo que parece, no. Lo ha asegurado ella misma en un podcast donde la han entrevistado, no solo porque vive con sus padres y no está casada, sino porque tiene claro que es un personaje que ha creado para las redes: «Hay gente muy amable, que entiende que es un personaje, que realmente no vivo por y para Pablo. […] Estoy haciendo una receta para mi novio, no significa que las mujeres se tengan que poner a cocinar, no significa que los valores tradicionales sean los mejores, ni que yo sea un ama de casa. No significa nada». Lo que nadie le discute es que cada uno de sus vídeos lleva horas de grabaciones y está perfectamente guionizado, lo que no quita para que (esta licenciada en traducción, que habla cuatro idiomas) explique que ha visto vídeos similares con millones de seguidores en redes en los que se ha inspirado. Ni que decir tiene que la chica ya tiene agencia que la representa y le está organizando sus «bolos» futuros. Bien por ella, os diría, no es fácil encontrar un trabajo lucrativo con 22 años y que además le guste.

Pero es que aún podríamos darle más vueltas al personaje y a la reacción que ha generado. ¿De verdad el hecho de que cocine uno de la pareja para el otro es representativo del tipo de relación que se tiene? ¿Te hace la cocina más o menos tradicional, moderno, igualitario o machista? Quizás hacer bandera de eso nos aleja de otras cuestiones que son más relevantes o tal vez nos aleja de otras cuestiones que deberíamos plantearnos o a las que podríamos darle la vuelta. Recordemos que es un personaje pensado para hacer vídeos de cocina, nada más, y algunos y algunas han saltado convirtiendo el tema en cruzada política. Es el claro ejemplo de la política llevada a la anécdota, a la irrelevancia. Lo del famoso populismo queda en mantillas frente a este toque a rebato por unos vídeos de cocina, cuando no conseguimos –las feministas, digo–, ni de lejos, una reacción tan airada cuando todas las semanas tenemos mujeres asesinadas. ¿A ver si va a resultar que es más relevante para poner el grito en el cielo una chica haciendo tortillas que una asesinada cada tres días?

La cuestión real, tanto para ayer (con las tetas al aire), como para hoy (Roro y sus cocinillas) es: ¿cómo es posible que nos cuelen estrategias de márketing y que sigamos cayendo en ellas a pies juntillas en lugar de ignorarlas? Eso por no hablar de que convertir el feminismo en la crítica de hacerle una tortilla a tu novio puede ser más machista que la propia cocina de esa tortilla.

Y ya para otro día aplazo el cuestionarme qué hubieran dicho comunicadores y opinólogos varios si Roro llevara el pelo cubierto y fuera racializada, aunque creo que todos conocemos la respuesta: NADA.

Carmen Domingo
Publicado en Ethic

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