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España debe enterrar el fantasma de Franco

El 35 aniversario del golpe militar de Francisco Franco, Madrid, 1971.Credit…Guy Le Querrec/Magnum Photos

Mi abuelo cumplió 100 años este mes. Un retrato al óleo que muestra a su padre cuando era niño cuelga en el comedor de su casa, en un pequeño pueblo valenciano. Mi bisabuelo se llamaba Paco, como yo. Ese primer Paco, un humilde electricista, fue concejal en los últimos años de la Segunda República española.

En la primavera de 1939, al final de la guerra civil española, las victoriosas autoridades fascistas lo detuvieron y encarcelaron. Cuatro años más tarde fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento contra la tapia de un cementerio. Su delito fue haberse comprometido con la república. Cada vez que miro ese cuadro en casa de mi abuelo veo más allá de mi bisabuelo. Veo el terrible legado de la dictadura. No solo la represión y los asesinatos políticos, como el suyo, sino también el silencio que mi abuelo se vio obligado a guardar en los años siguientes.

Este mes de noviembre se cumplen 50 años de la muerte del generalísimo Francisco Franco, el caudillo que gobernó España de 1939 a 1975. El gobierno político de izquierda del presidente Pedro Sánchez se ha pasado el año conmemorando el aniversario con conferencias, exposiciones y actividades culturales bajo el lema “España en libertad”, una celebración de cómo floreció la España democrática tras el régimen opresor de Franco. Esta conmemoración dista mucho de ser universalmente aceptada. Los partidos conservadores y de extrema derecha españoles —el Partido Popular y Vox— se han negado en gran medida a participar.

Ha regresado el miedo a que nuestro pasado nos divida. Franco, muerto, aún perdura. Es un fantasma que persigue a los vivos de España. Al olvidar su reinado de terror y blanquear su memoria, corremos el riesgo de trivializar el autoritarismo y debilitar la democracia.

En 1975, tras la muerte de Franco, la transición de España a la democracia se inició con el Pacto del Olvido, una decisión tomada por las élites españolas y acordada por gran parte de la sociedad para pasar por alto la guerra civil y los 36 años de dictadura franquista. Decidimos enterrar nuestro pasado.

En Italia, la cultura antifascista de posguerra se centró en la condena de Benito Mussolini y la exaltación de la Resistencia. Juntas sirvieron como narrativa fundacional de la democracia italiana tras la Segunda Guerra Mundial.

En Alemania, el arrepentimiento histórico por los crímenes del Tercer Reich dio lugar a la Vergangenheitsbewältigung, término que significa “enfrentarse al pasado” o “reconciliarse con el pasado”. El rechazo del nazismo, de Hitler y de la maquinaria del terror industrial fue fundamental para la creación de la Alemania moderna.

Sin duda, casi 80 años después, la claridad del antifascismo de posguerra se ha visto enturbiada por el auge del populismo y el ascenso de Giorgia Meloni en Italia y el ascenso de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Pero tras la guerra, en general, hubo pocas excusas públicas para Hitler o el fascismo.

España salió del fascismo 30 años después de la derrota de las potencias del Eje. En aquel momento, los españoles no rechazamos el fascismo. Simplemente lo borramos. No hubo juicios de Nuremberg ni tribunales de la verdad y la reconciliación. Ese borrado se produjo no solo porque Franco, a diferencia de sus contemporáneos, murió en su propia cama y ovacionado por cientos de miles de españoles en su entierro; también porque España nunca tuvo una cultura antifascista que honrase la memoria del exilio de los republicanos españoles que huyeron durante y después de la guerra. Nunca hubo una reivindicación de la cultura cívica republicana, ni un acogimiento generalizado —y mucho menos una disculpa— a las víctimas de la represión franquista.

En los años transcurridos desde el nacimiento de nuestra actual democracia, jamás ha existido el deseo real de enfrentarse abiertamente al pasado. Peor aún, las escuelas no han logrado establecer una memoria colectiva entre los jóvenes. El resultado ha sido un gran vacío.

Esa memoria colectiva es más difícil de crear porque cada vez quedan menos personas vivas capaces de vincularnos a un recuerdo directo y compartido de la guerra. En un país de casi 49 millones de personas, el número de personas que aún viven y tenían más de 10 años durante la guerra civil es cada vez menor, y la mayoría de nosotros —unos 28 millones— nacimos después de 1975. Si ni siquiera vivimos bajo la dictadura, cómo la vamos a recordar.

Nuestra realidad demográfica, con tanta gente nacida después de la muerte de Franco, es determinante para comprender dos tendencias alarmantes: según encuestas recientes realizadas para el diario El País, el 30,6 por ciento de los españoles menores de 24 años apoya a Vox, el partido de extrema derecha. Aún más inquietante, uno de cada cuatro jóvenes españoles preferiría el autoritarismo a la democracia “en algunas circunstancias”.

Por eso, sin memoria directa y sin enseñanza educativa, Franco y su dictadura se definen para los jóvenes a través de YouTube, X y TikTok. Muchos creadores de contenido en redes sociales cuentan a sus jóvenes audiencias la supuesta generosidad y eficiencia de Franco, su amor por España y los españoles. Insisten en que trajo al país gran fortuna y prosperidad.

Hoy, para demasiados jóvenes, Franco es la antítesis a la llamada cultura woke. Un símbolo de rebelión contra lo políticamente correcto. Franco, por kafkiano que parezca, es el nuevo punk. Y cuando el fascismo es disidencia, el mundo está patas arriba.

En 2019 el cuerpo de Franco fue retirado del Valle de los Caídos, el grandioso y espeluznante mausoleo que el dictador construyó para su propia glorificación utilizando presos políticos como mano de obra. Allí yació durante décadas, junto a los restos de 33.000 combatientes muertos en la guerra, lo que la convirtió en la mayor fosa común de España, un país lleno de antepasados enterrados en fosas comunes que nunca recibieron justicia.

El cuerpo de Franco fue reinhumado en una cripta familiar ubicada dentro de un cementerio público de Madrid. Su espíritu, que ha envenenado la vida pública española durante casi un siglo, también debe ser enterrado en la memoria democrática. Debemos empezar a explicar —sin odio ni nostalgia ni afán de venganza— cómo fueron posibles todos aquellos horrores silenciados por el olvido.

Desde hace muchos años, los activistas por los derechos humanos han presionado para que se cree una Comisión de la Verdad en España. Este año se han producido avances con la creación de un Consejo de la Memoria Democrática para documentar las violaciones de derechos humanos durante la guerra civil y la dictadura mediante la recopilación de testimonios y documentos que conduzcan a la reparación de las víctimas. Es un paso importante.

Con todo, aún queda mucho por hacer. Más de 11.000 víctimas de la represión siguen enterradas en fosas comunes y deben ser recuperadas. Debemos catalogar y resignificar los lugares donde acontecieron estos horrores, los muros de ejecución o las antiguas cárceles para presos políticos. Debemos mejorar el acceso a los archivos de aquella larga época de censura y abusos. Y, sobre todo, debemos consensuar un currículo educativo que enseñe a los jóvenes el terror que supuso el franquismo. Es la única manera de desafiar el enorme poder engañoso de las redes sociales y su influencia, sin filtros, sobre nuestra juventud.

Incluso hoy, tantos años después, mi abuelo evita hablar del terrible asesinato de su padre. Recordar ese pasado, como a tantos miles de españoles, le despierta el trauma. Pero yo conozco los detalles: cómo lo encerraron en la celda 518; dónde y cuándo se efectuó el disparo final. Conozco la cruz de mármol del cementerio de Paterna, un lugar adonde las fuerzas franquistas asesinaron, a sangre fría, a 2238 personas después de la guerra.

Franco no es pasado. Franco es presente. Y lo seguirá siendo mientras los españoles no nos unamos para enterrarlo.

Paco Cerdá
Publicado en The New York Times

  1. Pepa García Gil Says:

    Paco Cerdá nunca defrauda.Gran periodista, gran escritor y gran persona.
    Excelente resumen de la situación dirigido a las personas lectores de The New York Times.

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