España ¿país para viejos?
La pirámide demográfica española se invierte. En pocos años, gran parte del peso de la sociedad irá a parar a las personas mayores de 55 años, algo que está ocurriendo también en muchos países del globo. Es una situación inédita. El planeta ya no es de los jóvenes, y los pronósticos acerca de lo que ello puede suponer son inciertos. El futuro está lleno de interrogantes y arrugas, pero ¿cómo transformará la demografía a España?
En 1973, con 16 años, el actor y poeta Stephen Fry se escribió una carta a sí mismo en cuyo encabezado ponía: «No leer hasta que cumplas los 25». En ella reclamaba su adolescencia; todo lo que viniera después, aseguraba, sería un alejamiento de su auténtico yo. Fry la rescataría años después en su autobiografía Moab Is My Washpot, en la que le respondía a su yo púber: «Sin duda, el pasado es un país extranjero desde el que las cosas se ven de otra manera».
Hace unos meses, una conocida marca automovilística presentó su primer coche eléctrico en un enorme auditorio de Berlín, ante cientos de periodistas de todo el mundo. El desconcierto en sus caras fue patente cuando empezó a sonar música trap y el maestro de ceremonias, un enorme holograma, animó a los asistentes a ponerse unas gafas de realidad virtual para echar una partida a un videojuego de carreras. «Esto es muy generación Z», comentó entonces uno de los asistentes, a lo que un portavoz de la marca respondió que estaba ante «una campaña aspiracional». Dejó una pregunta en el aire: «¿Qué cincuentón aspira hoy a tener su edad?».
Las dos anécdotas reflejan el desencaje cultural de una sociedad en la que la longevidad avanza al ritmo al que retrocede la natalidad. Un fenómeno que atraviesa Europa: en nuestro país, una de cada cuatro personas tiene más de 65 años. Una proporción que, además, se ha duplicado en lo que va de siglo, según datos del INE. Hoy, los menores de 15 años solo representan el 14% de la población, una cifra que era el doble en los años 60. El adolescente Stephen Fry escribió la carta a su yo de 25 años, porque era la edad adulta de alguien hecho a sí mismo; ahora, en cambio, se corresponde con la de esa generación Z formada por jóvenes que, en su mayoría, no pueden permitirse una casa, una familia ni, mucho menos, un coche eléctrico. Hoy, el protagonista de Los amigos de Peter hubiera encabezado su misiva de la siguiente manera: «No leer hasta los 40 años».
La campaña de la marca automovilística tiene poco encaje en un contexto en el que la esperanza de vida ya supera con holgura los 80 años en nuestro país, lo que supone casi el doble que a inicios del siglo pasado. La cifra, de hecho, seguirá aumentando hasta más allá de los 90 gracias al avance de la medicina, la alimentación y los estilos de vida saludables. Una persona de más de 55 años dista mucho, hoy, de sentirse vieja, y menos de renegar de su edad.
«La economía sénior supone ya un 26% del PIB en España», anuncia Juan Fernández Palacios, director del Centro de Investigación de Ageingnomics, de Fundación Mapfre. «Es un escenario de futuro porque va a más, pero ya lo tenemos aquí». El experto opina que los cambios demográficos suceden más rápido que los cambios de mentalidad. «Los adultos hemos sido educados en un contexto donde a partir de los 65 años, normalmente, uno se jubilaba porque las fuerzas no daban para más», reflexiona Fernández Palacios. «Eso ha cambiado: le hemos ganado 10 o 15 años a la vida, por lo que toca hacer un cambio cultural y desterrar prejuicios». Algo que, afirma, «lleva su tiempo».
Los retos ante un vuelco demográfico sin precedentes son innumerables, y el discurrir de esa sociedad inéditamente envejecida depende en gran medida de la capacidad de previsión política. Algo sobre lo que Mayte Sancho, que fue responsable del Observatorio del Envejecimiento y la Dependencia del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, tiene sus reservas: «Las sociedades nunca se han anticipado a nuevos fenómenos. Los poderes públicos van creando soluciones a los problemas según se presentan. Somos reactivos, no preventivos». Sancho considera perentorio atender a la situación de los mayores de 80 años, «los que sí se pueden considerar ancianos, al contrario que los de 65». Se trata de una franja que se ha duplicado en las últimas dos décadas y que no dejará de aumentar cuando la generación boomer llegue a esa edad. «Los efectos perversos de la vejez son la dependencia y la pérdida de una red social. Ahí es donde deben entrar las Administraciones». La experta abog a por empezar a transversalizar lo que se asocia a la ancianidad. «Un diseño urbano accesible no es solo bueno para la gente mayor o las personas con alguna discapacidad, sino para toda la población», ejemplifica. Y concluye: «Tenemos que dejar de ver la vejez como una especialidad». Ante una nueva demografía, además, los jóvenes de hoy deberán afrontar la mediana edad en un país definitivamente tecnologizado, con infinidad de debates abiertos que distan mucho de cerrarse. El papel que jugará la inteligencia artificial, por ejemplo, plantea claroscuros sin diagnósticos certeros, como ocurre con la manera en que afectará a un mercado de trabajo que contará con cada vez menos profesionales jóvenes. «Habrá que adaptarse, como poco, al mismo ritmo que avanza la tecnología, porque el panorama laboral va a cambiar mucho, y eso afectará a todas las edades», opina Patricia Sánchez Holgado, profesora e investigadora del departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca. «Ante todo, la gente tendrá que ser capaz de entender el mundo digital en el que vive. El adulto del mañana tendrá que diferenciar una imagen creada con inteligencia artificial de otra verdadera. Y lo mismo con la información, aunque no tendrá la referencia de lo que es real y lo que no, como pasa con quienes aún tenemos un recuerdo vivo del mundo analógico». La solución, dice, está en los centros educativos: «Es necesario invertir en formación para el buen uso de la tecnología desde edades tempranas».
Es un error común pensar que los desafíos varían con el avance de la edad. Los jóvenes de hoy se llevarán sus problemas en cada fase de su vida por un motivo muy sencillo: son minoría. «Los boomers teníamos el dividendo demográfico a nuestro favor, duplicábamos la renta per cápita en diez años y nos acompañaba la política: éramos el 35% del electorado; hoy, los jóvenes apenas llegan al 20%», explica el economista José Ignacio Conde Ruiz, autor junto a su hija adolescente de La juventud atracada, un libro que radiografía la problemática de una generación Z cuyo peso demográfico se evapora. «Los boomers siempre hemos ido moldeando la política a nuestro favor. Ahora somos los de 50 años, luego seremos los de 60 y más tarde los de 70, pero siempre seremos la mayoría y los más rentables electoralmente».
No obstante, los jóvenes de hoy pueden provocar una crisis añadida a la demografía: «Son mucho más globales de lo que éramos nosotros. No tienen reparo en marcharse a otro país que les valore, algo que ya está sucediendo», advierte Conde Ruiz. Para el economista, la solución llegará cuando los poderes públicos se den cuenta de que esa diáspora puede hacer que el tejido productivo nacional se tambalee: «Entonces, se fijarán en lo que reclaman los jóvenes».
Artemio Baigorri Agoiz, profesor de Sociología en la Universidad de Extremadura, aboga por una solución estructural: «Nacemos incapacitados para la vida, por eso la especie humana produjo una suerte de placenta social en la que seguimos desarrollándonos, un periodo que ha ido aumentando a medida que el progreso social avanza. Cada vez necesitamos más tiempo para madurar y ser autónomos, lo que se relaciona con la ampliación de la esperanza de vida». El experto opina que la juventud llega hoy al mundo adulto antes de tiempo, mientras el mercado laboral discrimina a los mayores de 50 años cuando aún tienen mucho que aportar. Baigorri concluye con una propuesta: «Recualificar a la gente de mayor edad y que prolonguen su productividad, y formar mejor y durante más tiempo a los jóvenes, para que salgan empoderados a la vida adulta».
Hasta entonces, el famoso verso de Jim Morrison —«Ellos tienen el poder, nosotros tenemos los números»— solo podrán cantarlo, precisamente, aquellos contra los que se rebelaba su generación.
Luis Meyer
Publicado en Ethic