España se merece un indulto
Convivir genera conflictos. La política democrática es la mejor manera de resolver los conflictos sociales. En las viejas escuelas se obligaba a los niños traviesos o despistados a copiar muchas veces una frase para que no se olvidasen de un deber, una regla, un dato o un pensamiento. La repetición castigadora fue un modo escolar de superar esa canallada dogmática de “la letra, con sangre, entra”. Vamos a dejarnos de sangre. Yo no quiero hacer sangre. Pero me obligo a mí mismo a copiar unas cuantas veces una frase que condensa el corazón de la política democrática: la política debe servir para resolver conflictos, la política debe servir para resolver conflictos, la política debe servir para resolver conflictos, la política debe servir para resolver conflictos…
Nunca es buen asunto el esfuerzo por olvidar, silenciar, esconder, camuflar o ignorar conflictos. Algunos líderes políticos han sido diestros en no darse por enterados o maestros en utilizar con cinismo el arte de birlibirloque. Los cínicos son listos poco honestos y muy sabios a la hora de torear a los honestos poco listos. Es verdad, la sabiduría envenenada de los que silencian o desatienden conflictos hace daño a la convivencia.
Pero lo que más daño hace a la salud humana de una sociedad es utilizar la política para agravar conflictos hasta el punto de convertirlos en un infierno sin salida. Para buscar ganancias egoístas, se echa leña al fuego, se avivan los enfrentamientos, se genera odio y se busca alimentar los fundamentalismos del contrario como el mejor modo de justificar la propia barbarie. Los lectores de infoLibre me van a permitir que escriba con obsesión otra frase: no se debe utilizar la política para agravar conflictos, no se debe utilizar la política para agravar conflictos, no se debe utilizar la política para agravar conflictos…
Lo de agravar conflictos a través de la política no sólo hace daño a la hora de debatir asuntos reales, superar obsesiones, encontrar acuerdos, tranquilizar las cosas y hacer posible la convivencia. Se provoca además una deriva de prejuicios y degradaciones que daña el crédito social de la política, es decir, el crédito del mejor modo que tiene la democracia para solucionar conflictos. Los insultos y descalificaciones que se lanzan contra un responsable acaban afectando a la política en general. Oigo con pavor decir a una diputada, líder de un partido en la oposición, que el presidente de Gobierno mantiene una determinada postura para aferrarse al sillón, viajar en avión y chupar del presupuesto.
Así se extiende la idea de que los políticos son unos sinvergüenzas que asumen responsabilidades públicas movidos por ambiciones vergonzosas. Nadie se molesta en comparar el sueldo de los políticos con el de de los directivos de las grandes empresas o el de los periodistas que dirigen los grandes espacios televisivos o radiofónicos. Las comparaciones a veces no son odiosas, sobre todo cuando sirven para comprender quién paga y dónde descansa el verdadero poder en una sociedad. Pero mucha gente preferirá no comparar y caerá en el cinismo de cambiar de tercio y decir que los mediocres se han hecho dueños de la política porque está muy mal pagada. En fin, nadie se molestará tampoco en comprobar la mediocridad envilecida que se desliza por los consejos de dirección, las universidades, los bancos, los tribunales, la cultura, los laboratorios, los púlpitos, los medios de comunicación y otros lugares mucho menos vigilados económicamente que la política.
Cataluña ha vivido años muy difíciles. Mientras muchos catalanes se dejaban caer por la deriva de las identidades locas, otros resistieron para seguir hablando sobre la desigualdad, la sanidad, la educación, los servicios públicos, los valores democráticos y el respeto a la legalidad. Esos catalanes se merecen ahora que España no caiga en la deriva de las identidades locas y se olvide del compromiso político contra la desigualdad y en favor de la sanidad, la educación, los servicios públicos, el recibo de la luz, el ingreso mínimo vital, la muerte digna, los valores democráticos y el respeto a la legalidad.
Ya está bien de declaraciones e informaciones demagógicas. España no se merece la dinámica calculada de destrucción del crédito político que han puesto en marcha los fundamentalistas de las identidades y del fraude fiscal. El orgullo democrático español tiene derecho a vivir con dignidad debates que sirvan para resolver conflictos. España tiene derecho a que las actitudes políticas no se utilicen para provocar odios y obsesiones. España no se merece esta pena. España se merece un indulto. España se merece un indulto. España se merece un indulto…
Luis García Montero
Publicado en Infolibre