Decía Alexis de Tocqueville, uno de los defensores del liberalismo político que “es más fácil para el mundo aceptar una simple mentira que una verdad compleja”. Esto no justifica el uso de la mentira como estrategia política y, en cambio, parece que no solo se permite sino se defiende, se practica y se justifica como una estrategia más de campaña, anteponiendo que todo vale para ganar.
Quienes nos consideramos profundamente demócratas, comprendemos perfectamente que haya pluralidad de opiniones. Así lo hemos defendido y practicado, aunque a veces sea difícil, pues el grado de crispación impide diálogos serenos e intercambios de opiniones.
Después de la catástrofe de un PP que se ha visto inmerso en una corrupción generalizada en sus cargos principales, desde ministros a presidentes de autonomías, desde alcaldes a diputados, y un largo etcétera, la mayoría de españoles, de derechas y también de izquierdas, pensamos que era necesario refundar el partido conservador para que pudiera de nuevo competir “democráticamente” en las elecciones, sin trampas, sin corrupciones, sin mentiras.
Es evidente que yo nunca votaré a la derecha, pero eso no significa que no defienda que en democracia exista pluralidad de ideas, y que se defiendan desde el diálogo. Hemos luchado tanto para que la democracia sea real, para que exista pluralidad de opiniones y creencias, para que la libertad de expresión sea una práctica, que lo que resulta horroroso es sufrir lo que ahora está pasando.
No solo el PP no se ha regenerado, ni lo pretende, sino que está “blanqueando” su peor pasado.
Pablo Casado se ha convertido en un Trump local. Alguien que utiliza el cinismo en política, la mentira en el discurso, la pose frente a la razón, y cualquier arma que sirva para conseguir votos, sin escrúpulos. Tanto es así que empieza a sentirse nostalgia por M.R. Y es que, en esta ocasión, ni lo nuevo ni lo joven está resultando regenerador, sino todo lo contrario.
No solo es la mentira como uso válido del discurso político, sino la involución.
Se reabren debates que la sociedad española tiene absolutamente aceptados y que han supuesto un gran avance para la convivencia, el progreso, los derechos y la autonomía. Temas como el aborto o aprender a ser madres (qué bien que Casado nos va a enseñar a ejercer nuestro papel tal cual hacía el franquismo más puro).
Lo podíamos esperar de Vox que son “españoles valientes y sin complejos”, pero lo que esperamos de una derecha conservadora pero liberal es mayor inteligencia democrática y sensibilidad social.
Pero con Casado no se ha parado el reloj, lo hemos atrasado en el tiempo. Tanto que la involución que estamos viviendo es sorprendente. Ya no podemos hacer el mismo humor que en la Transición, ni plantear medidas trasgresoras que rompen el “orden político”, ni que la cultura suponga una provocación para hacernos reflexionar de forma crítica y abrir nuestra mente, ni que la juventud sea vanguardista y rebelde.
Y si fuera poco, se recuperan también términos que pertenecen a otra época. Habla Pablo Casado de “los españoles de bien”. ¿Y qué somos los rojos, homosexuales, feministas, ateos o agnósticos, y un largo etcétera?
Una vez más, la derecha española no dejará de sorprendernos. En esta campaña se otorgarán de nuevo los carnets de españoles.
Lo que espero es que la izquierda no baje la guardia. ¡Ya está bien! Somos españoles, y queremos serlo, pero como nosotros queremos, sentimos y pensamos. Ya está bien de imitadores del dictador para decirnos lo que está bien y lo que está mal, lo permitido y lo obligatorio, lo que es “patriota y lo que no”.
80 años después del fallecimiento de Antonio Machado, y de muchos otros que también quedaron en cunetas, en exilio o en el olvido, como la socialista feminista María Cambrils, Pablo Casado reabre las dos Españas. Espero que en su propio partido haya suficientes voces autorizadas para frenar esta peligrosa locura de su líder. Por el bien de España.
Ana Noguera