Esperanza
Anda el personal muy desesperanzado porque no le ve salida a la situación. Hacen este juicio a partir de los datos que diariamente le suministran los negocios de
suministrar datos, conocidos como los medios, y que pertenecen a quien pertenecen, y donde para ganarse el sueldo los operarios de la cosa, o sea, los periodistas y
aficionados a la tinta, dicen exactamente lo que sus jefes quieren que se publique, tal y como hacen los currantes del universo capitalista, por la cuenta que les tiene y hasta no necesitan que nadie les dé órdenes porque saben a ciencia cierta que si se arriesgan a contradecir al amo pueden quedarse a la luna de Valencia.
Pues yo no, justo lo contrario, estoy esperanzado. Es verdad que la situación es grave y que ya van más de un millón y medio de muertos por la Covid19. Pero no me olvido que hasta ahora hay mil doscientos millones de personas en situación de pobreza severa y que nadie ha echado las cuentas de cuantos son los pobres que mueren cada año de hambre, de malnutrición, de falta de médicos y medicinas, de aguas no potables, de ignorancia y de abandono. Es verdad, los pobres ni tienen nombre, ni están contados, y nos pillan generalmente muy lejos, así que no nos damos por enterados y seguimos a lo nuestro, sin querer ver que nuestro nivel de vida es la causa principal de su pobreza y que el capitalismo, como forma de organización social (en el que vivimos y nos movemos tan ricamente), es el causante de semejante barbarie.
Durante estos últimos años he creído (pensado) que me moriría sin ver la gran crisis del capitalismo que esperaba yo que se produjera entre los años treinta y cinco y cuarenta del presente siglo. No era un cálculo a humos pajas, sino que se desprende de la observación del ciclo largo del capitalismo. Desde la gran crisis del 29 hasta la siguiente de 73 pasaron 44 años. De ésta al 2007, 34 años. Como ésta última se prolongó artificialmente, era de esperar que la siguiente vendría unos treinta años después.
La realidad es que el capitalismo había salido muy tocado de la crisis de 2.007, tanto que no lo reconocería ni la madre que lo parió, fundamentalmente porque de pretender la desaparición de los estados para ser sustituidos por una sociedad regida exclusivamente por las leyes del mercado (oferta y demanda) y con la plena libertad de los burgueses, los dueños del capital, para hacer y deshacer, hemos terminado en unas sociedades en las que la economía depende por completo precisamente de los
estados.
No solo se trata del modelo chino y en menor medida del ruso, sino del hecho sustancial de que las empresas dependen de los organismos públicos para sobrevivir, porque no solo es el estado en que suministra los capitales, sino que, sobre todo, les paga para que inviertan, que eso es exactamente lo de los interesas negativos, cosa que a Adam Smith le hubiera hecho morirse de vergüenza. Todo lo cual, de paso, está llevando a los bancos a la ruina que tratan de evitar fusionándose para ahorrar en personal y ofreciendo servicios al pueblo en general en vez de capitales a los capitalistas, como han hecho toda la vida, mientras se hacen cada vez más dependientes de los bancos centrales controlados por el poder político. En esta sociedad los bancos son cada vez más irrelevantes y ya lo empezaban a ser cuando
tuvieron que tolerar que la culpa de la crisis de 2.007 fuera su actividad financiera, según la propaganda oficial.
El porqué hemos llegado hasta aquí es bien sencillo. Los grandes burgueses, los de las multinacionales y transnacionales, han aprovechado, por aquello de que a río revuelto, ganancia de pescadores, la gran crisis de 2007 (no de 2008, que aparentó ser una crisis financiera, cuando la realidad era que el exceso de oferta y la inflación habían provocado el cierre de numerosos empresas y el paro ya crecía fuera de
control). Al terminar la crisis habían desaparecido muchísimos autónomos y pymes, pero el número de las grandes fortunas había aumentado en todo el mundo. Al mismo tiempo, los salarios se había reducido y, como consecuencia, su capacidad de compra también. En los últimos cinco años los estadistas se han roto los cuernos a ver cómo conseguían reactivar la economía y solo aquellos países con capacidad tecnológica suficiente y con salarios muy bajos pudieron crecer algo, como en el caso de España.
El problema está en que la producción trata , como siempre, de aumentar, pero los salarios bajos no permiten que crezca la demanda.
Y como éramos pocos, parió la abuela y el coronavirus con un solo soplido hundió el chiringuito que los cerditos de turno habían edificado en dos siglos. La lucha contra la pandemia obligó a cerrar centros productivos y la única manera de sostener la demanda fué que los poderes públicos suministraran capacidad de compre mediante diversos artilugios, como los ertes o la renta básica. Al mismo tiempo, son los poderes públicos los que sostienen las empresas con préstamos subvencionados, a largo plazo
y con el aval del estado, amén de las reducciones de impuestos.
A todas estas, ¿dónde se ha quedado el mercado que tenía que resolver con su mano misteriosa e invisible todos los problemas de la economía? ¿qué tiene que ver la actual situación económica y social con el liberalismo político? ¿Como se justifica “científicamente” la protección del papaito estado a los pobrecitos ricachones del mundo?
No sé como se llama esto, pero capitalismo no es. Los ricos no han desaparecido, ni su poder tampoco. Pero su debilidad es patente cuando económicamente no pueden subsistir sin la intervención del estado, cuando políticamente tienen que recurrir al fascismo para seguir mandando. Trump, Abascal,
Bolsonaro, Orban, etc., existen como última defensa del capital, pero sus recetas económicas, si las tienen, no son precisamente las de acudir al libre mercado, porque son todos ellos defensores del proteccionismo. Finalmente, en materia de ideología el ideal burgués parece ser China. Lo que tiene su lógica, porque el triunfador en esta crisis es China, sin paliativos
Cosas veredes.
Juan García Caselles