Faltan conservadores en España
El PP de Moreno Bonilla se presentó a las elecciones prometiendo abandonar a su suerte a Doñana, porque, en este país, ser conservador nada tiene que ver con mantener y cuidar el entorno
Al principio de los tiempos ser conservador era otra cosa. Como la sal y el vinagre mantenían los alimentos, el conservador se encargaba de tareas imprescindibles. Antes de que el término fuese secuestrado por quienes se oponen a que la mujer, el homosexual o las personas trans vivan su vida libremente, el conservador se encargaba de poner por escrito tradiciones orales para que no se perdiesen, de cuidar del patrimonio artístico para que perdurase en el tiempo, de concienciar sobre la necesidad de conservar el entorno natural. Conservador era el que, sin haberlo oído nunca, tenía interiorizado aquel proverbio chino que dice algo así como que el mundo no es tu puñetero cortijo, sino un préstamo que hay que devolverle en buen estado a los que vienen detrás.
En la primera clase de Sociología, el profesor nos puso delante un dilema teórico que, según él, servía para situar políticamente a los individuos dentro de sociedades occidentales. Una refinería se ofrecía a instalarse en una comarca con alto nivel de desempleo. A cambio de la posibilidad de obtener un trabajo, los vecinos tendrían que aceptar la contaminación de su entorno natural y la pérdida de vida animal y vegetal en la zona. El debate entre los imberbes sentados en el pupitre fue simple: unos se posicionaron contra la refinería y a favor de luchar por alternativas laborales que no aparejasen la destrucción de la naturaleza, y otros, concretamente aquellos que se sentían más cercanos a una ideología conservadora, optaron por el beneficio directo de la refinería, renunciando a la conservación del entorno.
Aquel ejercicio teórico en el aula se hace realidad en Doñana. El conservador Partido Popular, al frente del Gobierno de Andalucía, ha apostado por la refinería, que en este caso se llama extracciones ilegales de agua que secan el parque natural. El beneficio directo son los miles de votos de economías agrícolas que viven de parasitar los escasos recursos naturales que le quedan a una Doñana en peligro. “No hemos engañado a nadie, venía en nuestro programa electoral”, se defiende de la polémica el presidente andaluz, y razón no le falta. Es cierto. El Partido Popular de Moreno Bonilla se presentó a las elecciones prometiendo abandonar a su suerte a Doñana, y la promesa fue comprada por un electorado acostumbrado a que, en este país, ser conservador nada tiene que ver con mantener y cuidar el entorno. Sí en Europa, lugar donde ecologista no es un insulto que se lanza subido a caballo. La Comisión Europea, presidida por la conservadora Ursula von der Leyen, ha manifestado públicamente que el mayor humedal del continente necesita para su supervivencia un nuevo modelo muy diferente al actual, y que lo que perpetra la Junta de Andalucía “es una violación flagrante” de la normativa europea de conservación, por lo que amenaza con graves sanciones. Andalucía, tierra que desde 1980 celebra orgullosa su autonomía política, tiene que celebrar hoy que, por suerte, nos gobierne Bruselas.
Faltan conservadores en España. Es Doñana, pero también es el árbol talado para hacer un parking o meter una mesa de más en la terraza del bar. Es el pelotazo urbanístico en primera línea de playa y el abandono presupuestario a la centenaria cultura artística española. En España no hay conservadores. Ojalá los hubiera. Ojalá quienes se autodefinen así por querer controlar las vaginas de las mujeres o las camas de los homosexuales, escondieran la cabeza como la esconden los pocos flamencos que quedan en Doñana.
Gerardo Tecé
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