Gandhi – Mandela – Mujica
Días atrás supe, casi prácticamente como a través de “Radio Macuto”, que el jueves 6, a mediodía, organizado por la Fundación por la Justicia y Derechos Humanos de Valencia, se iba a celebrar un acto en el Centro del Carmen en el que se le concedería un premio por su defensa de los Derechos Humanos a Pepe Mujica, el que fuera presidente de Uruguay desde 2010 a 2015.
Casi sin tiempo para organizarnos, un pequeño grupo de amigos fuimos temprano para coger sitio en la posible cola que se pudiese improvisar, para garantizarnos un lugar dentro del aforo propio del Centro del Carmen. Llegamos con más de una hora de antelación y, con tremenda sorpresa, nos encontramos con que la cola, a pesar de que se trataba de un acto a mediodía en un día laborable, ya llegaba hasta el nº 20 de la calle Roteros, o sea, que ya habían varios cientos, quizás miles, no sabría calcular, de personas de todas las edades, clase y condición, esperando no sé qué, porque es obvio que el Centro del Carmen como mucho, incluso habilitando salas anexas con pantallas, solo podría acoger a unos cientos, y, que a la inmensa mayoría de los allí presentes nos sería imposible poder acceder a él.
No obstante, no sabría decir por qué, de allí no se iba ni se movía nadie. Pasaba el tiempo y la cola crecía, y crecía, y engordaba. Y creció y engordó hasta llegar nada menos que al Pont de Fusta. No se percibía ansiedad en rostro alguno; ni impaciencia; ni malhumor. Con todos aquellos con los que hablé mostraban su certeza de que no iban a poder entrar, pero no perdían su sonrisa ni su aire festivo… ni abandonaban su lugar en la cola. Todos estábamos en lo mismo: aquello, sin pretenderlo, sin ser demasiados conscientes de ello, aquella cola se había transformado en una especie de manifestación de afecto y admiración al sabio, al honesto, al líder, al HOMBRE, a Pepe, y a su vez también a Lucía, la MUJER, a esas personas que hoy el imaginario popular ha decidido que son los más legítimos representantes de, al menos, la honestidad y el sentido común.
Cuando, ya tarde, se abrieron las puertas para permitir el acceso del público, la cola avanzó un poquito. La mayoría éramos conscientes de que sería imposible que se pudiese entrar, y, sin embargo, allí estábamos, tranquilos, sonrientes y felices. Y así fue. Poco después, unos guardias urbanos recorrieron la cola para informar que las puertas estaban cerradas y que eso era todo.
La reacción de la gente siguió siendo la misma: tranquilidad y sonrisas. El aire era y siguió siendo festivo. Poco a poco unos se fueron disolviendo, volviendo cada cual a sus casas y a sus cosas, y otros se quedaron un rato más gritando a coro frases como “Queremos ver a Pepe” y cosas así.
Aquello me impresionó, pensé que ya me gustaría tener en mi país alguien en quien creer y de esa talla, alguien con ese poder de convocatoria y ese carisma, alguien que concitara sentimientos solidarios en gentes tan heterogéneas como los que estábamos en aquella cola. Y pensé en Gandhi, en Nelson Mandela, el Che… pensé que son muy muy contadas las personas que poseen ese marchamo de dignidad y honradez impecable, y me alegré de que por ahora, el último de ellos, aunque no sea valenciano al menos se llama Pepe.
Creo que fue entonces cuando empecé a darme cuenta real de que no había perdido la mañana, que aquella cola, por sí misma había sido una lección que no íbamos a olvidar nunca. Que cuando se hable de la venida de José Mujica a Valencia podremos decir con orgullo: “Yo estuve allí”.
Miguel Álvarez