Huir de la deshumanización
En estos tiempos de estigmatizaciones estaría bien reflexionar antes de asumir señalamientos contra personas o colectivos que intentan trabajar por el bien común. Para deshumanizarnos ya está el fascismo
Hace muchos años entré a trabajar en un lugar donde casi todo el mundo me advirtió en los primeros días de lo estúpida, creída, malvada y desubicada que era una compañera. Tan virulenta era la campaña contra ella y tanto odio mostraban los acusadores, que comencé a temerla y evitarla sin ni siquiera conocerla aún.
Al cabo de unas semanas una noticia de última hora cruzó nuestros caminos. Durante días tuvimos que trabajar mano a mano en la investigación periodística de un asunto de actualidad, intercambiamos datos, impresiones, cooperamos y nos ayudamos. Ella era algo tímida, buena compañera, competente, inteligente, sin gota de maldad. Nunca me atreví a preguntarle si era consciente de toda la mierda que se echaba sobre ella; si se sentía odiada, expulsada, despreciada.
Pasaron los meses y la campaña de difamación contra ella prosiguió: los chistes, los chascarrillos, las mentiras, la deshumanización. Cuando alguien intervenía para defenderla o para restar dureza a los comentarios, estallaban las carcajadas. Cuando ella aparecía, casi todos callaban y le daban la espalda, sin más. Nunca pudo saber qué se decía de ella exactamente, en qué consistía la campaña de desprestigio. Nunca pudo defenderse de las mentiras vertidas contra su persona, porque no llegó a conocerlas con detalle, solo a intuir su existencia. Al cabo de unos meses desapareció. Alguien mintió diciendo que la habían despedido. Otros contaron que simplemente quiso irse. La campaña de acoso y desprestigio contra ella había tenido efecto. Hace unas semanas me la encontré por la calle, después de tantos años. No quiere ni oír hablar de aquello.
El culto a la mediocridad y a la sumisión es poderoso en las culturas corruptas. Las personas que se salen del carril, que no caben en las plantillas, que no se adecuan a todas y cada una de las decisiones de la camarilla se arriesgan a ser excluidas. Ocurre en todas partes, pero más aún en lugares donde la impunidad campa a sus anchas. Cuarenta años de dictadura con la máxima del ‘pórtate bien’, ‘no te signifiques’, ‘obedece’, ‘agacha la cabeza’, ‘asume todo sin rechistar’ crean un carácter social que requiere ser contrarrestado con una cultura democrática de enorme envergadura, para que la gente que no se deja arrastrar por las consignas del poder no sea expulsada, para que personas luchadoras que reivindican pensamiento propio no sean señaladas y ubicadas en listas negras.
Ahora que los discursos de odio se normalizan en horario de máxima audiencia, se consolida en muchos lugares el macartismo, el señalamiento, el sectarismo, las advertencias, las amenazas veladas, las acusaciones basadas en tergiversaciones o falsedades. Ser feminista puede ser un pecado. Ser ecologista, un peñazo. Ser catalán, un error. Ser pacifista, traición. Parar un desahucio es generar conflicto y atestiguar un porrazo policial es mentir y molestar. Defender los derechos humanos está bien visto siempre y cuando sean solo los derechos de los de siempre: de los míos. Personas que denuncian incumplimientos y exigen mínimos democráticos son tachadas de locas, pesadas, impertinentes, fastidiosas, desubicadas. Son campañas de deshumanización impulsadas por sectores diversos, no solo por la extrema derecha. Las inercias contagian.
Por eso en estos tiempos de autoritarismos, de insultos, estigmatizaciones y señalamientos, podría estar bien pararse a reflexionar antes de asumir como ciertos todos los rumores que diariamente llegan a nuestros oídos: cotilleos baratos, comentarios groseros, habladurías, deshumanizaciones contra personas o colectivos que intentan trabajar por el bien común. La madurez y la responsabilidad requieren de prudencia, de pensamiento, de valentía y de algunas máximas imprescindibles: la de desconfiar de aquellas personas que dedican buena parte de su tiempo a enredar, la de contrastar y comprobar los rumores, la de partir de la base de que todas las personas somos humanas. Imperfectas, marcadas por malos entendidos, con defectos y errores. Humanas. Ya está el fascismo para deshumanizarnos. Con eso sobra y contra ello debemos dedicar toda nuestra energía, colocando los derechos humanos en el centro.
Olga Rodriguez
Publicado en ElDiario.es
junio 5th, 2022 at 9:48 am
En los países latinoamericanos y en la práctica cristiana, hay un verbo que se usa mucho: Bendecir, que significa Bien decir, decir bien de los y las demás. Tal vez si las personas «Biendijeramos» más de los demás nuestro entorno, la sociedad, el mundo cambiaria
Bien digamos…. Aunque a veces nos cueste