Iglesia, IRPF y aplausos
Hace ya semanas que gran parte de la ciudadanía dedica desde sus balcones un merecido aplauso a las mujeres y hombres que han estado expuestos al contagio del COVID-19, cajeras, repartidores, transportistas y profesionales de sectores estratégicos para un funcionamiento mínimo de la sociedad. Pero si a alguien se le dedican especialmente los aplausos es al personal sanitario. ¿Pero qué significan realmente estos aplausos?
Hasta la semiótica más ramplona interpreta en estos aplausos un reconocimiento por el riesgo que corren atendiendo a los enfermos del virus. Pero también es un aplauso solidario por las precarias condiciones en que han tenido que trabajar; y un aplauso reivindicativo de la sanidad pública, la que ha frenado el avance del virus y le ha hecho retroceder. Es un aplauso con mensaje: la sanidad pública es el «salvavidas» imprescindible que, como sociedad, debemos mantener impoluto para cuando nos haga falta. Como ahora.
Con esta pandemia, nos hemos dado cuenta de que la inversión pública en ciencia, investigación, sanidad y prestaciones sociales, son imprescindibles para la supervivencia de la sociedad. No para vivir de manera opulenta. Sencillamente para sobrevivir. Y esa inversión la hace el Estado porque recauda impuestos, de las actividades comerciales a los beneficios del capital, pasando por el IRPF. Aportación colectiva para el sostenimiento de la sanidad pública y otras necesidades sociales. Por eso, toda merma de esa aportación me parece uno de los actos más insolidarios que se pueda ejercer contra la sociedad. Y más en el momento actual.
Pero esto es lo que hace la Iglesia católica a través de su casilla en la Declaración de la Renta. El contribuyente puede «desviar» una cantidad de impuestos a la Iglesia católica para el pago de los salarios de curas, rescate de su televisión 13TV y campañas publicitarias. Los 265 millones de euros que recibió la Iglesia Católica el año pasado del IRPF son 265 millones que no se destinaron a hospitales, escuelas o prestaciones sociales.
Como bien se encarga de difundir la propia Iglesia, el contribuyente no paga más por marcar su casilla. ¡Claro, porque el dinero no sale del bolsillo del contribuyente, sale de la hucha común de todos los españoles! Lo que Hacienda le da a la Iglesia, se lo quita a la sociedad española. Así de claro. Por eso el acto más solidario es no marcar la casilla de la Iglesia, para que lo que se recaude se destine íntegramente, vía presupuestos del Estado, a la investigación, a la sanidad, a la enseñanza, etc.
Quién quiera una Iglesia, tiene derecho a pagársela, pero no a costa de los «salvavidas» de la sociedad. No es coherente reivindicar la sanidad pública y, al mismo tiempo, desviar impuestos para salarios y televisiones de la Iglesia. Las leyes mas elementales de la anatomía y de la lógica dejan claro que para aplaudir se necesitan las dos manos a la vez. Lo que no se puede es aplaudir y, al mismo tiempo, extender la mano pedigüeña para un credo particular.
Eugenio Piñero Amendros
Artículo publicado en Levante.emv