Ignacio Martínez de Pisón – “El día de mañana”
Libro: “El día de mañana”
Autor: Ignacio Martínez de Pisón
Editorial: Seix Barral. Año: 2012
Ignacio Martínez de Pisón es un escritor nacido en Zaragoza, en 1960 y afincado en Barcelona. Sus orígenes y lugar de residencia marcan en muchos casos las coordenadas en las que se mueven sus novelas.
En este caso, el personaje central, Justo Gil, es un modesto emigrante aragonés que desde los Monegros decide instalarse en Barcelona durante la postguerra. Acompaña a su madre enferma de profundas convicciones religiosas.
El libro es una mirada ávida de cómo evoluciona una sociedad vista a través de una ventana. Primero fijando la atención en un personaje y luego ampliando el foco para observar cómo otros lo ven, para componer, al final, la vida de un colectivo. El conjunto determina una visión de la clase media en una Dictadura. Sobre ella, la situación política lo troquela todo. Dentro de ese espacio discurren los comportamientos sociales de los sujetos, y el autor observa como éstos lo empujan y van cambiando al individuo.
Justo Gil se esfuerza por buscar un remedio que la alivie, e incluso la cure, a su madre, pero tropieza con una serie de impoderables y acaba por acudir a la magia y a visitar personajes muy alejados de la medicina. El desenlace de su muerte le abre el camino a otras opciones, algunas no muy recomendables. Conoce pronto el Raval y descubre las intrigas y sinsabores de una ciudad plagada de inmigrantes que intentan luchar denodadamente por buscarse el sustento en condiciones miserables. Justo decide que eso no es lo suyo. Aunque de escasa envergadura física, el personaje está dotado para el chalaneo, el comercio, goza de las suficientes dotes de embaucador como para disfrutar en la conquista de mujeres a las que conoce apoyándose en un cierto don de gentes.
El sujeto va con el tiempo perdiendo los escrúpulos, es un personaje solitario y escurridizo. Los pocos que le quedan en su entorno y le conocen ven que alcanza a construir una vida artificial y dependiente, y observan la cuesta abajo en sus comportamientos. Avispado y ambicioso, ciertas tribulaciones le llevan a buscarse la vida de forma un tanto sórdida, llegando en sus vaivenes a convertirse en un confidente de la Brigada Político Social. Este grupo policial del régimen de Franco es la punta de lanza que troquela la vida cotidiana y determina el escaso espacio de libertades que deja la Dictadura.
Ante las dificultades para encontrar empleo estable, Justo busca el contacto con personas de la burguesía catalana, estudiantes de familias acomodadas económicamente. Avispado y ambicioso, ciertas tribulaciones le llevan a buscarse la vida de forma un tanto sórdida, llegando en sus vaivenes a convertirse en un confidente de la policía política. Su función es vigilar los escasos espacios que la autoridad deja.
Conoce la subinspector Mateo Moreno y con el que traba relación. Se presta a pasarle información y poco a poco se va introduciendo en ese papel de soplón. La retribución le llega sin trabajar, tan solo por el pago de favores que le otorga su faceta de confidente. Es una dependencia de la que no podrá librarse. Son vías oscuras y indignas, impropias de cualquier ética civil, pero que le otorgan pequeños poderes, e influencias sociales y económicas.
Una docena de personas memorables que lo conocen, son aportados por el novelista, que compone con ellos un caleidoscopio social para ilustrar el fondo del personaje y su conducta, aportando al relato una visión poliédrica del personaje. A medida que la trama discurre se puede seguir la degradación moral y personal del sujeto. En ese contexto, la delación, la corrupción se apoderan de la sociedad, lo que nos ayuda ahora a entender las entrañas de una Dictadura implacable, no solo por su dureza, sino por su duración.
El narrador nos sumerge en medio de un conjunto de sucesos que acaban por empujar al personaje principal, que nunca habla, a los brazos de la extrema derecha. Todos hablan de él, pero el sujeto apenas se pronuncia. El novelista recrea, a través del desfile de los personajes, la sociedad de su tiempo, que fue la nuestra, y que sigue dejando huellas en los más mayores. De uno u otro modo, fue una ola que llegó hasta mojar nuestros pies. El autor describe cómo le conocen, qué relación tienen con él, cómo se conduce con ellos, y cuáles son su respuestas. La clase media gris y perdida en el desarrollismo de ese tiempo, tan solo esperaba el día de mañana.
Justo, como personaje principal, ilustra la atmósfera asfixiante que se respiraba en los años sesenta y setenta. Ese período que luego los especialistas han denominado, genéricamente, la transición política del Régimen, y su mutación hacia un régimen democrático bajo el sello de una monarquía constituyente. Todo se dejó por el camino a cambio de la convivencia. Silencio, olvido y complicidades. El impacto de este periodo en amplias capas de la población dejó una profunda huella que perduró en el tiempo durante décadas porque constituyó un acopio de destrezas sociales que esmaltaron profundamente la sociedad y que dejaron hondos surcos en la misma, de los cuales, de sus hábitos y beneficios, muchos han vivido, y aún viven, ellos y sus descendientes.
Es una cultura de lo que denominamos la vida de los oportunistas y el pelelotazo, que con sus insidias, buscan en la sociedad las fórmulas de prosperar. Sus métodos, están basados en los parvos principios de que el fin justifica los medios. Suelen ser, cuando dominan, los que configuran el ideario colectivo, esas señas de identidad, que marcan el comportamiento del conjunto. Incluso aquellos que deciden apartarse y no comulgar con esos principios son empujados a la marginalidad..
En una sociedad pobre, inculta y atrasada bajo una dictadura inmisericorde, los colectivos sociales se encuentran sujetos por unos hilos invisibles que no son solo políticos, sino que son de una mayor sutileza y efectividad, donde los dirigentes estimulan, a través de favores, la supervivencia de los demás y de ellos mismos. Conocen las claves de los más bajos instintos, en los que unos pocos deciden para someter al resto al estar éstos ayunos de herramientas para la defensa. Es cierto que cuando el hambre aprieta las destrezas de superviviencia en los individuos crecen. Algunas de estas circunstancias quedaron grabadas en nuestra literatura, acuñándose dentro de la novela picaresca del siglo XVI.
En las novelas de Ignacio Martínez de Pisón esas atmósferas colectivas, con rasgos afilados y críticos alcanzan con este autor una considerable impacto. Son historias que el escritor ilustra a través de personajes muy bien dibujados, con notables rasgos identificatorios extraídos de la realidad mas decarnada. Los personajes descritos no son escogidos por ser anormales o monstruosos sino que tienen esa textura de personas de carne y grueso, vulgares, casi anodinas, a través de las cuales el autor va revelando en su conducta los rasgos propios de una maldad sorda, que impregna todo, y que se manifiesta poco a poco en un descenso de los valores morales. Era una época fascinante, incierta, en que todo era posible siempre que no afectara al statu cuo, y donde además de sobrevivir, la gente de un cierto nivel social, busca posicionarse en todos los terrenos, ante los nuevos tiempos que se avecinaban.
Martínez de Pisón escoge acertadamente los temas, los ilustra y los documenta muy bien antes de emprender su trabajo literario.En “Enterrar a los muertos” retrata con precisión el periodo histórico republicano y la capitalidad de Valencia como ciudad emblemática. En la última de sus obras recién publicada ”Castillos de fuego” la atmósfera a retratar son los inmediatos años de la postguerra, los crueles instantes en que la vida de los perdedores de la guerra civil no valía nada y sus despojos se repartían entre las carceles, los fusilamientos, los campos de exterminio en un enorme espacio de miseria. Sus retratos son inmisericordes, y los personajes estan escogidos con la precisión de un cirujano para dar vida a la trama arropados por un conjunto de secundarios que consolidan la atmósfera buscada. En muchos casos, son obras corales donde casi nada se escapa al observador atento a cada gesto. Uno de ellos es la propia portada de esta obra escogida para ilustrarlo. Está representado por el trabajo de un aplicado limpiabotas mientras un personaje lee la prensa.
Pedro LIébana Collado