Igualdad
El pasado ocho de marzo, día internacional de la mujer trabajadora (aunque ahora lo de trabajadora se va omitiendo) millones de mujeres españolas, y también de casi todo el mundo, se manifestaron pidiendo igualdad, lo que me parece de una necesidad casi agobiante.
Solo una pega: ¿Como conseguir la igualdad en una sociedad cuya economía, la capitalista, solo puede funcionar sobre la realidad de una imprescindible desigualdad?
Cuando, mas allá de la fraternidad universal de las mujeres, se trata de reivindicar metas concretas, aparte de la sangrante brecha salarial, resulta que lo exigido se concreta en cosas como la igualdad de los directivos del IBEX, en la cremallera de las listas de los partidos, en la paridad de ascenso en las diversas administraciones, etc. Y de la inmensa mayoría de las mujeres, las amas de casa, las Kellis, las del servicio doméstico, las currantas de tantas fábricas y tantas tiendas, las trabajadoras de los servicios de limpieza, las cuidadoras de los dependientes, etc. etc., aparte de la brecha salarial, si es que alguna vez se consigue, ¿a qué igualdad pueden aspirar?
Si viviéramos en una democracia, donde el pueblo efectivamente tuviera el poder, bastaría un grito tan potente como el del pasado ocho de marzo para que los políticos se pusieran manos a la obra para resolver tamaño desaguisado. Pero, ¡ay! nuestra patria de verdad es el capitalismo y tenemos y tendremos solo la democracia que no perturbe la explotación capitalista. Por eso los políticos prometen y prometen, porque, eso sí, pueden prometer, pero no pueden cumplir porque el poder real de la burguesía, de los dueños del capital (y, por eso mismo, dueños del mundo) les impiden ir más allá de la pura promesa.
Las necesidades económicas del capitalismo propiciaron el crecimiento del feminismo en los tiempos modernos cuando sacó a las mujeres de las casas y las puso a trabajar en las fábricas para sustituir a los hombres que se mataban en las trincheras. Pero ese mismo capitalismo las impide llegar a la igualdad prometida tanto por razones económicas (el trabajo doméstico no retribuido es necesario para mantener unos salarios bajos de los hombres), como por razones ideológicas (la dominación y represión de las mujeres es el mejor instrumento para que eduquen en la represión y el sometimiento a los/las futuros agentes subordinados y adaptados a la obediencia y la explotación que necesita el sistema para seguir funcionando).
No parece que, mientras dure el capitalismo, aunque su situación mejore en algunas cosas, las mujeres lleguen a la igualdad real y, teniendo en cuenta todas las agendas subconscientes de la relación mujer-hombre, parece necesario ir mucho mas allá del capitalismo para conseguirla.
Juan García Caselles