Kafka y la barra de pan
Conocimos a Cirne Agetro a finales de febrero en la cola del Museo del Prado, cuando nos preguntó a qué hora abrían con aquella curiosa forma de hablar, que sonaba a castellano antiguo. Luego comentaría que estaba casado con una sefardí, con la que había tenido una hija. Superaba los setenta años. Delgado y fibroso, piel tostada, ojos negros y pelo canoso abundante y largo, que recogía en una coleta y cubría en parte con boina tipo Che Guevara. De nacionalidad turco-chipriota (padre turco y madre iraní) era un trotamundos, culto y gran lector, autodidacta en muchos aspectos. Políglota, hablaba turco y griego moderno, farsi, italiano, ladino, nivel medio de inglés y alemán, y un francés muy académico ya que lo había aprendido trabajando como lector de farsi en la Universidad de la Sorbona.
Además de su experiencia como profesor hizo de camionero, cocinero, guía turístico, hippie en la Ibiza de los sesenta, y también había convivido con los chamanes centroamericanos. Un tipo locuaz y muy empático.
No volvimos a verlo hasta finales de julio mientras, mascarilla el ristre, buscábamos un lugar donde tomar algo en cualquiera de las tabernas que circundan la plaza de España. Ya encargábamos la comida cuando se nos acercó solicitándonos sitio en nuestra la mesa (el local estaba completo) y recordándonos nuestro circunstancial encuentro de meses atrás.
A los postres comentó que a mediados de los años sesenta, poco antes de la primavera de Praga, había conocido a Max Brod, el amigo íntimo al que Franz Kafka encargó que a su muerte destruyera todos los originales que no se hubieran publicado. Max justificó no haber cumplido aquella promesa ya que tras el fallecimiento del escritor habían seguido comunicándose, y el propio difunto le había liberado de tan cruel compromiso.
Cirne aseguraba que también él podía hacer viajes a través del tiempo, que los chamanes le habían iniciado en esta técnica, y que en algunos de sus viajes astrales había conversado personalmente con Kafka. Que Franz no era una persona atormentada , ni taciturna, como podía pensar la gente, y que departía sobre múltiples asuntos con él: política, literatura, tecnología ,religiones, etc. También hablaban de gastronomía, y el literato le llegó a explicar cómo tostar sin que lleguen a quemarse (evitando así su potencial efecto cancerígeno) los špekáček , el chorizo checo, o como hacer Česnečka, la sopa de ajo gratinada con queso.
La última vez que le visitó fue justo en el momento en que el escritor había terminado su obra En la Colonia Penitenciaria. Cirne quería recabar su opinión sobre una serie de situaciones que se daban en España y que le parecían paradójicas, y esperaba que un pensador como él, acostumbrado a bregar con asuntos insólitos, absurdos y angustiosos, pudiera interpretarlas y sacarle de su confusión.
Le comentó que una trama mafiosa y chantajista dirigida por un policía había hurtado información contenida en un dispositivo, y que sin embargo a quienes estaban cuestionando y encausando era a los propietarios de ese artilugio. Que el anterior Jefe del Estado, también llamado El Campechano, había desaparecido pese a ser tercero en la línea para regencia del Estado. Y que al parecer de parte de la prensa y opinadores el problema y la culpa los tenía el gobierno que debía aclarar con prontitud la cuestión o dimitir «porque algunos de su miembros, o todos (aunque no lo dijeran) tenían ideas republicanas», ideas que por cierto parecen más acordes con los tiempos que vivimos. Aclaró el informante que los disidentes criticados son contrarios a que se decida otorgar tan alta autoridad por lazos de sangre, por la gracia de Dios o cualquier otra gracia, y preferirían que fuera una decisión de todos, aunque muchas de las fuerzas vivas opten por el vasallaje. También le puso al día Cirne sobre las actividades de aquel elemento que fue responsable sanitario de la Comunidad de Madrid y que pretendió vender hospitales públicos (transacción detenida por la autoridad judicial) : «con su ideario de liberalismo privatizador (para los negociantes lo rentable y me quedo todo lo demás) colaboró activamente en que la sanidad madrileña quedara en la situación de debilidad con la que ha tenido que enfrentarse a esta pandemia» .»Pues bien -le siguió explicando a Kafka- este ciudadano se permite el lujo de menospreciar y culpabilizar a un profesional ejemplar,técnico en salud pública, que está trabajando denodadamente durante la crisis sanitaria y al que se intenta convertir en el enemigo público número uno».
Igualmente le contó que ha transcurrido ya un tiempo desde el cese del confinamiento y que los técnicos insisten en que deberían contratarse «rastreadores» de los futuros brotes. Y que en esa misma comunidad, en vez de haberse puesto en marcha una oferta pública transparente, se ha contratado «a dedo» el servicio una empresa privada , por un coste muy superior. Con el agravante de que esa misma empresa ha fichado a estos trabajadores pocos días atrás. Por último le informó de que en la comisión nacional de reconstrucción de la sanidad, frente al sentimiento mayoritario de la población española de que debe ser un servicio totalmente público, gratuito y de calidad, un elevado número de los expertos allí convocados son directa o indirectamente personas ligadas a la sanidad privada.
El autor de Metamorfosis escuchó con interés la información detallada que nuestro atribulado conocido le iba desgranando. Y según el propio Cirne relata, hizo un gesto astral entre la sorpresa y el hastío, entornó levemente los ojos y con voz reflexiva y pausada le aconsejó : «Sr. Agetro, visite todas las panaderías de la Mala Strana y no conseguirá encontrar pan para tanto špekáček«. El turco-chipriota aún no estaba al tanto de la gastronomía del bocadillo, y cuando la noche se cerraba sobre Praga atravesó el río Moldava por el puente Carlos, camino del Clementinum , barruntando qué diablos le habría querido decir el gran maestro.
Enrique Ortega
Artículo publicado en Público