La Almudena
Se nos ha ido. Se nos ha ido la Almudena, la Grandes, la más grande. Y se ha ido sin ver cumplido su gran sueño: vivir la Tercera República.
Porque, aunque muchos la conocían, entre otras cosas, por ser la más notable y, probablemente, la mejor novelista especializada en la Guerra Civil y la dura posguerra que le sucedió, para mí lo más notable de ella en el terreno político era que jamás olvidaba hablar de ese su gran sueño: la Tercera República.
Y de eso, en recuerdo de su vida y atraído por la fuerza de su discurso, es de lo que hoy quiero hablar. Para mí era y es una de las cosas que más admiraba de ella, el que como historiadora y escritora, nos hablase y descubriese más y más pasajes de nuestra historia, ocultados sistemáticamente por los miedos, falsedades y propaganda fascista, a la vez que como ciudadana de nuestro tiempo denunciase el aborbonado sistema actual, heredado del Franquismo y la Iglesia Nazional-Católica.
Me gusta la gente que busca sin miedos la verdad, que nos devuelven aquellas historias que jamás nos contaron y que son determinantes para nuestro presente, aquellos que no se resignan a no saber ni conocer la historia, los que siempre quieren saber, los que huyen de caer en aquella conocida frase de que Los que no conocen la Historia están condenados a repetirla.
Almudena era una persona, mejor aún: una de las más destacadas personalidades pertenecientes a ese digno grupo, que no por muy silenciados en los apesebrados medios (casi todos) jamás se callan; una de esas personas que sabiendo perfectamente que un sistema republicano no garantiza en absoluto la libertad, igualdad ni la fraternidad, conociendo que malos ejemplos de ello no solo existen, sino que los hay a montones, saben y conocen también de ejemplos contrarios y, uno de ellos, posiblemente para nosotros el que mejor nos puede ilustrar fue precisamente nuestra Segunda República, aquella que, en cuestión de apenas cinco años de existencia, colocó a este país a la cabeza del Progreso Social, junto a los países más adelantados de su época. Precisamente por ello concitó tanto odio entre los reaccionarios de todo tipo, y esa interminable ansia de exterminio que no se extinguió ni siquiera en la posguerra, viniendo a culminar en uno de los mayores genocidios del siglo XX.
Yo creo en Almudena, creo que ella y otros muchos intelectuales y políticos que son la punta del iceberg de una ingente cantidad de españoles que, estando por la República, se nos niega saber si somos o no, mayoría, a los que no nos permiten realizar algo tan democrático como un Referendum para saberlo, mientras, este país tiene que tragarse una monarquía que nadie ha votado.
Miguel Álvarez