La boda de José Luis
Por una vez yo quería escribir de algo serio, de John Barth, uno de los mayores novelistas contemporáneos, que se me murió el pasado jueves, pero mi jefa me dijo que nones, que Barth iba a seguir muerto y que estaba pendiente la boda de Almeida el sábado, un acontecimiento trascendental en la vida del país. Tanto que hasta ha venido al convite el rey emérito, que hacía años que no se pasaba por la capital, aprovechando que una abuela de la novia es prima hermana suya. Me parece bastante exagerado eso de exhibir lazos consanguíneos borbónicos, cuando podría decirse que en España -y en buena parte del extranjero- prácticamente todos somos borbones, y quien no es borbón es primo, primo segundo o primo tercero.
Yo sabía que escribir algo a la altura -y la profundidad- de la boda de Almeida iba a ser realmente imposible, ya que ni el retrato ni la caricatura iban a hacer justicia al esperpento que acaeció el sábado en Madrid. Max Estrella define España como una deformación grotesca de la civilización occidental, pero difícilmente podía esperarse el bueno de Max que, más de un siglo después del estreno de Luces de Bohemia, España siguiera inmersa en el bochorno, el atraso y el desatino más espantosos: parecía que todos los invitados hubieran salido de los espejos cóncavos y convexos del callejón del Gato.
Difícilmente, en cualquier país civilizado, la boda de un alcalde en funciones puede proporcionar semejantes niveles de ridículo, pero los esponsales de Almeida revelaron una vez más que España permanece anclada en el siglo XIX, mientras que la capital va más atrás todavía, al XVIII o al XVII. Lo de europeizar España o españolizar Europa, el cascarrabias de Unamuno no lo tenía claro hasta el sábado. Ni siquiera Berlanga, con la ayuda de un guion de Azcona, hubiese podido emular la fauna y el colorido de esta fiesta nupcial, una sucesión de memes vivientes en los que se echaba de menos el tono nasal del narrador del NODO o, mejor aún, la voz dramática y espléndida de Félix Rodríguez de la Fuente:
– Queridoooos amigos de la fauna ibérica, vamos a CONTEMPLAR el majestuoso vuelo del ave rapaz.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras y lo cierto es que no hay manera de describir, ni con la ayuda de la Enciclopedia Británica, el floripondio-mejillón que le plantaron a Esperanza Aguirre en la cabeza. En cuanto al chotis que se marcaron los novios -con claras influencias de la última película de Yorgos Lanthimos- acabó por levantar un acta en tres dimensiones de la gestión de Almeida al frente del consistorio: un recital de tauromaquia a lo Frankenstein en el que el alcalde demostró que baila igual que gobierna. No es extraño que les voten y que luego la gente se reúna a centenares para asistir a este desfile de espantajos de la alta suciedad: a diferencia del circo, aquí no hubo que pagar entrada.
Sin embargo, el blanco de todos los aplausos fue el rey Juan Carlos, cuya presencia corrobora que en el PP las bodas son la continuación de la política por otros medios: del mismo modo, la boda de Maroto sirvió para normalizar el matrimonio gay tras todas las barbaridades dichas sobre la homosexualidad como enfermedad mental y la unión de peras y manzanas. Hablando de frutas, la presidenta Ayuso acudió sola, sin novio, para dejar constancia de que en Madrid es imposible tropezarte no sólo con tu ex sino también con tu testaferro. Lo que más echamos de menos fue que Froilán no se trajera una escopeta y pegara unos cuantos tiros al aire al estilo de una boda afgana, sobre todo teniendo en cuenta que aterrizó directamente desde un after y que después empalmó la celebración en otro after del que salió el domingo a las once de la mañana. Populismos los justos. Vivan los novios.
David Torres
Publicado en Público