La carta de Rajoy a los Reyes Magos
Presidente en calcetines. Pontevedra profunda. Primera mañana del año. Apura el café, se pone el calzado deportivo, abrocha el anorak color señor de pueblo y avanza con decisión hacia la puerta. Al otro lado espera el mejor de los principios posibles: pasear deprisa por el paisaje de la infancia. Empezamos.
Bastan dos minutos para distanciarle de casi todo. La mente del protagonista comienza a despejarse. Ya puede ordenar mejor las cosas que importan. Es entonces cuando recuerda que el niño sigue pidiendo la nueva Playstation para estos Reyes. Tengo que hablarlo con Moragas, se dice. El hombre más poderoso de España acaba de darse cuenta de que no sabe instalar una videoconsola. Alguien tendrá que enchufarla el día 6, que no se me olvide.
La cercanía convierte a la fecha en compañía de sendero. ¿Cómo escribir una carta a los Reyes Magos? La simple pregunta duplica de golpe la carga de la marcha. Es el peso del tiempo: todo el que ha pasado desde que escribió la última.
Trata de venirse arriba, por eso levanta demasiado la cabeza como tantas otras veces. Se dice a sí mismo que el encabezado era una fórmula de protocolo, un “Queridas Majestades de Oriente”. Y que después seguía un “me he portado bien durante este año”. ¿Lo he sido?, se pregunta socarronamente. ¿He sido yo bueno en 2016? Suena el lento tañido de un campanario lejano.
Compara su situación actual con la de 12 meses atrás, cuando la amenaza de retiro era evidente. Quizá la pregunta adecuada es si hice las cosas bien, argumenta como quien hace trampas al solitario. Y parece que un poco mejor que los demás sí lo hice, se concede autosatisfecho. El campo le pone de buen humor.
Hoy tengo el mandato renovado, la nueva política está diezmada, y el PP vive las vísperas de un congreso tranquilo: sin oposición y con el relevo preparado. Queda contener el orgullo de Cospedal. Ella es dura, pero también leal. Creo que lo sabrá aceptar.
El presidente termina la cuesta abajo, gira a la derecha y encara un trayecto llano. Ahora es cuando viene la lista de regalos. Juguetea con la idea. Se lanza. Lo tengo claro, primero voy a pedir unos Presupuestos. Con la posibilidad de renovarlos para 2018, nos plantamos aunque todo se tuerza casi en 2019. A ver qué reclama el PNV. Con ellos, los de Rivera y los canarios, llegamos. Y eso es capital, capital…
‘Capital’, todo el mundo lo sabe, es una de sus palabras fetiche, como todas las que riman igual. Le llenan. Así que para apretar el paso comienza a desgranarlas todas en voz alta. ¡Capital! Un, dos. ¡Central! Un, dos. ¡Esencial! Un, dos. !Colosal!
Para colosal, la división de la izquierda, piensa sonriendo al triste par de burros que le ven pasar. Lo segundo que me pido es un poco más de eso. Que la izquierda siga partida en dos mitades iguales y que los dos partidos sigan igualmente partidos. Que se partan la cara también este año, de zasca en zasca, como dicen ahora.
De esa forma, sin fuerzas para pensar, seguirán peleando contra mi sombra cuando me encuentren en el Parlamento. Que sigan con el tópico de mi indolencia, mi ‘Marca’ y mis puros. Que sigan, porque cuando vienen por ahí, me siento hecho un chaval.
Nuevo giro a la derecha, inicio de repecho. Fuera… fuera es donde puedo pasarlo mal. Este año viene con mucha cita internacional. Casi todos los presidentes han sido derrotados, podría brillar porque de los moderados solo quedamos la Merkel y yo, y ya veremos cómo acaba lo suyo. El problema es que me siento inseguro en las cumbres, que no sé inglés, que allí me siento acomplejado. No sé si pedirme de Reyes otro cursillo de idiomas o que me salga bien el nuevo ministro de Exteriores. También tendré que hablarlo con Moragas.
La pendiente se agudiza. El lastimero mugido de una vaca, casi eterno, distrae al presidente. Tropieza enormemente. Varias veces parece que caerá al suelo, aunque acaba con los brazos en jarras y la respiración agitada. Cataluña, piensa, es el principal reto de la legislatura. Mi lugar en la historia quedará marcado por lo que ocurra allí, pero aquello no está en mis manos, reconoce jadeante mirando al suelo.
Retoma la andadura. Estamos un poco mejor de lo que estábamos, continúa. Soraya ha entrado bien y Puigdemont puede salir mal. Cuestión de tiempo que llegue ERC y que se marche Albiol. Vamos a necesitar un equipo diferente, gente que no parezca de otro siglo al lado de los riveras y los cuperos. Para Reyes podría pedir eso: un PP nuevo en Cataluña.
Último giro a la derecha, caminata circular. Generosa cuesta abajo. Y turistas, afirma, también voy a pedir turistas. Muchos. Porque las exportaciones irán bien y si funciona el turismo como estos años, vendrán más dinero y más empleo, y con ellos la alegría en los bolsillos de los españoles. La clave va a estar ahí: si este país cree que la crisis quedó atrás, acabará quedando atrás por el tirón del consumo interno. Esa es la paradoja: no se puede llegar a la verdadera recuperación, a retomar la capacidad de ahorro, sin haber atravesado antes el espejismo del consumismo. En eso estamos, admite jovialmente.
El presidente saluda con el espíritu recompuesto a una paisana. Piensa por un momento que conoce mejor que nadie al país entero. Olvida toda la España que le resulta ajena y le da miedo, las generaciones enteras que no alcanza a comprender por venir chapado en otra época.
Respira hondo junto a la puerta de la casa, cansado. Eleva la vista al cielo y pide un último regalo: que el Madrid gane la Liga y llegue a la final de la Champions, solo eso, de lo demás ya se encarga Sergio Ramos…
Sonríe como un niño. Atraviesa la puerta y pregunta por su teléfono. Quiero llamar a Moragas, deprisa.
Pablo Pombo.
Artículo publicado en El Confidencial