La periodista Rosa María Calaf me recibe y despliego ante ella un folio con mis preguntas, siendo consciente de que nos faltará tiempo. Optamos por guardarlo y conversar, aunque me advierte: “Hay un problema y es que hablo mucho”. Los veinte minutos previstos se convierten en una hora donde Calaf señala claves de la situación en la que vivimos. Respuestas donde no guarda silencio ante ningún tema, por delicado que sea: desde la democracia débil, pasando por los refugiados, la Unión Europea, Venezuela, Siria, el feminismo o la posverdad. Tras su despido en el ERE de TVE en 2009, confiesa que hay días en los que agradece no estar en primera línea, pero mantiene su defensa del periodismo comprometido en conferencias y clases porque, en el fondo, es “el único periodismo que conozco”.
Tras su jubilación ha tenido un descanso muy relativo pero, desde esa situación, ¿cómo ve el mundo?
Estamos en un momento de incertidumbre donde la ciudadanía cree que está informada cuando está solo entretenida, en realidad. Y eso es muy grave. La calidad de información que recibe es tan aceleradamente deteriorada que puede construir una sociedad muy indefensa. El no saber, no conocer…
Pero los ciudadanos creen que saben.
Claro, esa es la falacia. Porque si no sabes, intentas saber. Pero cuando ya te han convencido de que sabes todo, te das por satisfecho. Crees que con tantas pantallas, Twitter y Facebook ya es suficiente. Primero, eso no es verdad. Y segundo, piensa con qué calidad recibes la información. La información es cada vez más sesgada, menos independiente y menos rigurosa. Y así la ciudadanía se forma opinión en base a errores o mentiras. Una serie de parámetros extraordinariamente peligrosos porque con esa opinión tienes mucho riesgo de equivocarte y, en consecuencia, las decisiones que vayas a tomar van a afectar a ti, a tus hijos y a la construcción del mundo.
Según usted, el periodismo tiene una responsabilidad fuerte en este resultado.
El periodismo es un pilar fundamental de la construcción social y del modelo social. Una sociedad que no está bien informada corre el riesgo de equivocarse al tomar decisiones. Va a ser involuntario porque desconoce lo que está pasando realmente, ni tampoco cómo la están conduciendo e induciendo a creer determinadas cosas y hechos que son falsos. Así acabas decidiendo en contra de tus intereses, pero a favor de los intereses de unos pocos.
Porque nuestros intereses van más allá de votar cada cuatro años.
Claro. La democracia, hasta que se demuestre lo contrario, es el menos malo de los sistemas pero lo es siempre que se ejerza como tal. Para ejercer la democracia tienes que saber qué votas. Votar sin saber qué votas no tiene ningún valor. Y ahí te preguntas. ¿Somos demócratas? ¿Estamos en una democracia? Con esas premisas no es verdad que estemos en una democracia.
La ciudadanía también tiene una responsabilidad…
Sí, y darse cuenta de que están siendo manejados y de que la democracia cada vez está más vacía, es una cáscara, una apariencia de democracia. Pero el núcleo interno no es una democracia. Y los poderes están mezclados, cosa que es evidente. Eso es muy peligroso porque deja al ciudadano en una indefensión absoluta.
Al principio de la crisis vimos una mayor movilización social que ahora. ¿Tienen los medios que ver en ello?
“El poder económico ha fagocitado a la política y los medios”
Por supuesto. Tenemos que hacer autocrítica porque los medios ahí no han sabido defender el espacio que debe tener el periodismo y la información en la ciudadanía. En ese momento, de extremo peligro, la gente era consciente de hacer algo. Ahora la gente lo cree pero piensa que, cuando toma la decisión, lo hace con una base sólida de conocimiento y no es así. Ahora estaba viendo unas encuestas sobre los datos de la Red de Periodismo Europeo y los informes ponen los vellos de punta con la campaña de Trump, del Brexit, sobre Europa, de cómo los medios sistemáticamente han mentido, algunos más y otros menos. Pero han difundido una cantidad de mentiras tremendas y están haciendo un proceso de cerrar a la gente en burbujas, donde no son conscientes de que se retroalimentan con sus propios pensamientos, sin contrastar con lo que pasa alrededor.
¿La prensa también guardó demasiado silencio antes de llegar la crisis?
Sí, porque los medios convencionales en su momento se alinearon al pensamiento único, de lo políticamente correcto, de mensajes como esto es lo mejor que puede haber, resígnate, no puedes hacer nada, ten cuidado, ten miedo…
El miedo es muy eficaz en democracia.
Claro, y la prensa en lugar de combatir la instalación de esos métodos tan peligrosos, para que la gente se diera cuenta de que se les ocultaba la verdad, pues no lo hizo. Y, además, se alineó en la mayoría de los casos con los mismos intereses que promueven este mundo. La mayoría de los medios, aquí y fuera, está con grupos de poder económicos. Porque en este momento el peligro no es el poder político, es el poder económico.
Es el que manda.
El que manda. El poder económico ha fagocitado a la política y los medios.
Este discurso, en muchos sectores, lo etiquetan de rebeldía.
Te ven como un antisistema. Pasa con la igualdad de género o quienes no quieren una sociedad igualitaria. Siempre tratan de confundir, engañar y manipular el mensaje; y para eso nos dicen antisistema. No, no. Yo lo que estoy diciendo es que no estoy de acuerdo con lo que en el sistema funciona mal. Quiero reformar el sistema. Es como la Unión Europea. Hay unas grandes fuerzas que quieren que la UE desaparezca. Porque la UE si funcionara como debiera sería una protección para el ciudadano, porque legislaría en favor de las personas. Pero eso a los poderes económicos no les interesa. ¿Qué manera hay para desarticular la UE? Hacer lo que antes se hacía en la política: yo quiero conseguir los recursos de tal país. ¿Qué hago? Pongo un dictador, mato gente, hago un golpe de Estado y la gente se queda muerta de miedo. Pero ahora eso ya no es necesario porque con las redes, y lo que hemos aprendido sociológicamente, puedes hacer que la gente crea y logre convencerse de que hay que cargarse la UE y hay que planear campañas de descrédito. Hacemos grandes multinacionales que meten mucho dinero, te convencen que te cambies de móvil cada año a pesar de que para eso hayan vendido a 200 niños para trabajar en las minas y mujeres violadas… Vas perdiendo los valores. Cuando las víctimas dejan de considerarse víctimas, has ganado.
¿Un síndrome de Estocolmo?
Sí, porque se ponen de tu lado. En la igualdad de género se promueve esto. Que los machistas vendan que atacamos a los hombres y sustituirlos. No, sólo queremos defender los derechos de las mujeres que somos la mitad de la población, y tener los mismos derechos y opciones. Es tan simple como eso. Entonces se desacredita al feminismo poniéndonos de locas, poniendo sólo las imágenes de quien se manifiesta sin sujetador, dicen que queremos destruir la familia… ¿Perdón? No queremos eso para nada. Pero si incluso ahí convences a muchas mujeres de que ese mensaje de mentira es el verdadero… ya has ganado. Has conseguido que las víctimas estén de tu lado, trabajando en contra de sus propios intereses.
Ese es el mayor triunfo.
Por supuesto y se da en la sociedad también. Es igual. La gente cree que es libre porque vota. Y que es demócrata. Y si reclamas otro orden más igualitario, te dicen que eres un antisistema y te mandan a Venezuela. Y dices… oiga, perdone. Nada más lejos de mi intención que defender a Maduro, por favor, pero no todo es blanco y negro. Porque los que no son Maduro no hacían nada por la gente. Esta cosa de que antes era la gloria y ahora un desastre, pues no. Era la gloria para unos pocos, que son los que ahora se quejan porque no pueden seguir mangoneando. Los anteriores no eran mejores. La gente vivía muy mal en Venezuela.
Pero no salía en primera página cada semana.
Claro que no. Ocurre igual con los refugiados. ¿Piensan que cuando se van de sus casas es que no hay otra cosa mejor que hacer? Mientras no entendamos de dónde viene nuestro “bienestar” de despilfarro y de desprecio por los derechos humanos… La sociedad tiene que saber que el bienestar de una parte de la sociedad tiene que ver con la miseria de otra parte. Debemos defender que puedan vivir en sus países y trabajar con sus recursos, que estén al servicio de sus intereses y no de los nuestros. Es la única forma de que todos mejoremos. Nadie quiere más que vivir con dignidad. Pero si, además, abusamos de la mitad del mundo, esa mitad del mundo se volverá contra nosotros. Y encima te dicen: ¿entonces se vienen todos aquí? No estamos diciendo eso sino que seamos justos, solidarios, igual que nosotros tenemos derecho a vivir.
Solidaridad, que no caridad.
“Cada vez vivimos más en un mundo no de opinión pública, sino de emoción pública”
Claro, eso de darles… No. Ellos tienen sus recursos. Y los emigrantes son sujetos de derecho, igual que cualquiera de nosotros. No se puede traer a todo el mundo, eso es evidente. Pero sí que eso se haga de otra forma. Y la gente cree que se van de sus países como si se fueran de vacaciones. El problema es que todo se intenta simplificar demasiado, en blanco y negro, en buenos y malos… Y hay muchos grises. Cada vez vivimos más en un mundo no de opinión pública, sino de emoción pública. Y eso es muy peligroso. Basar las decisiones en las emociones tiene un riesgo extraordinario porque las emociones son muy difíciles de controlar. Y claro que hay una parte emocional, de empatía, pero esa emoción debe estar anclada en un conocimiento y una parte racional. No dejarse llevar por lo primero que te dicen.
Hoy, 3 de mayo, es el Día Mundial de la Libertad de Prensa y Naciones Unidas lo enfoca al papel de los medios en la creación de sociedades más justas y pacíficas. ¿Lo estamos consiguiendo?
Recuerdo que leí en una entrevista una frase con la que siempre enfrentaba sus reportajes: ¿a quién beneficia?
Esa pregunta viene por mi formación en Derecho. Siempre, en cualquier delito, hacerse esa pregunta tira de quién está detrás. Por ejemplo, ahora lo del ataque de las armas químicas en Siria. Tampoco voy a defender a Bashar al-Ásad. No estoy de acuerdo con él. Pero no va a ser tan imbécil. ¿Qué consigue matando a 73 personas con armas químicas si eso le puede servir de pretexto a los otros? Es absurdo. Al único que beneficia es a los propios EEUU y la industria armamentística. Aquellos que quieren seguir en el enfrentamiento del problema y no en la solución.
Como el Estado Islámico, que hacen creer que sale de la nada.
Claro, cómo van a ser cuatro vándalos fanáticos que salen de repente con un armamento carísimo y complicadísimo. ¿Quién paga eso? ¿Quién les enseña a manejar eso? Y consiguen que los periodistas se vayan de allí porque ellos mandan la información. Ellos hacen unos vídeos espectaculares. ¿Quién les hace los vídeos, que parecen de una empresa de Hollywood? ¿Quién hace algo? Esa es la pregunta y es lo que la prensa debería de responder, en lugar de páginas llenas de odio o de impacto sentimental e ir a por lo fácil. Debemos informar, que el ciudadano se haga preguntas y que, cuando se las haga, busque responsabilidades y se dé cuenta de la parte de responsabilidad que también tiene en todo lo que sucede. Hay muchos intereses que no quieren una sociedad justa y eso es lo que hay que desenmascarar. El ciudadano debe darse cuenta de no hacer el juego precisamente a quienes no les conviene.
¿La precariedad en el periodismo forma parte de ese juego?
«La precariedad es una manera de control porque si tus redactores trabajan en situación de estrés y angustia el resultado tendrá peor calidad»
La precariedad es una manera de control porque si tus redactores trabajan en situación de estrés y angustia, y no tienen los recursos para ejercer bien su trabajo, el resultado tendrá peor calidad. Este grado de precariedad es muy peculiar de España y no ocurre tanto en otros países donde, aunque existe, no a este nivel. Y eso lleva a dos conclusiones: ningún respeto por la profesión y ninguna voluntad de excelencia informativa. ¿Quieres hacer buena información? Entonces tienes que invertir en buena información. Vender que la precariedad fue producto de la tecnología o de un momento económico es una cortina de humo. Lo que existe detrás es una voluntad de que las redacciones no hagan el periodismo que deben hacer, el riguroso y de investigación.
De ahí el copia/pega de la nota de prensa o el periodismo de declaraciones.
El copia/pega y publicar siete temas que ni profundizas. Eso es convertir al periodismo en una apariencia de información. Hacemos el papel de periodistas, pero no lo ejercemos porque no tenemos ni recursos y, en muchos casos, ni la formación para ejercerlo. No es un coyuntural. Forma parte de una intención de no dar información de calidad. Y convertimos a los periodistas en lectores de comunicados que no se confirman, ni contrastan ni comprueban. O en comparsas de ruedas de prensa sin preguntas. Hacemos el papel en una peli de periodistas. Sólo hay que ver que gran parte del periodismo de investigación se hace con crowdfunding o fundaciones, que no son los métodos que deben ser.
Y, entre medias, tenemos la figura del periodista “estrella”.
Es muy evidente en televisión y redes. El periodista no puede ser más importante que lo que cuenta porque entonces hacemos del periodismo un espectáculo. Muchas veces se abre un informativo diciendo: “tenemos un equipo en un sitio donde es difícil de transmitir…” Lo importante es saber. Vale, está allí, lo he escuchado, ¿pero me vas a contar qué pasa allí? ¿O sólo importa que esté? Casi toda la información se rodea de una estética cinematográfica. Lo mismo ocurre con las tertulias. Los periodistas nunca deben discutir con un político, sino preguntar. Esto confunde a la audiencia porque confunde los géneros. Da audiencia, pero no informa.
En esa caza por la audiencia, ¿qué papel tiene la dictadura de la imagen, sobre todo, entre las mujeres periodistas?
«Vuelve una sexualización de la mujer, sobre todo en los medios visuales, donde se prioriza la apariencia física»
En el sentido general de la igualdad estamos retrocediendo y nos preocupa entre las mujeres que hemos luchado. En las sociedades donde la sociedad está más reprimida, se les hace llegar el mensaje de que no hay nada que hacer. Pero en nuestro mundo, donde hemos avanzado mucho, nos dan la idea de que no hay que hacer nada porque está todo hecho. Y cuando ocurre eso se van las ganas de luchar. Y si no luchas, vas para atrás. Ahora vuelve una sexualización de la mujer, sobre todo en los medios visuales, donde se prioriza la apariencia física y la edad. Cuando dije lo de Sara Carbonero justo publicaron lo contrario de lo que quería decir. Yo no dije nunca que porque es guapa es tonta. Lo que dije fue se ha valorado que es guapa, no si hace bien el trabajo. Es decir, haciendo el trabajo muy bien, si no fuera guapa no estaría ahí. Por lo tanto, no se valora que lo haga. ¿Qué importa la belleza en una periodista? Estamos hablando de información. En el entretenimiento puede ser relativamente diferente, pero en la información no se está valorando si lo hace bien, sino que se suma la valoración del patrón físico.
¿Cómo hacía frente a los estereotipos en su trabajo?
Primero, debes estar convencida de qué quieres defender, qué derechos tienes y saber que no es fácil, que tendrás que sacrificar cosas, y hay que estar dispuesto a ello. Yo tenía muy claro que iba a ser una militancia permanente, no agresiva. Pero entre ironías, no dejaba pasar ni una. Cuando llegué a Madrid era la única reportera de calle, y me decían… “oye, en la crónica de ayer estabas guapísima, la blusa te quedaba muy bien”. Cuando pasaron ocho días con estos comentarios, sin mala intención porque no era para humillarme y querían ser simpáticos, hice igual. Les decía… “oye, la corbata esa de ayer…genial”. Y claro, les descolocaba. No hay que desfallecer, no hay que tirar la toalla. Y es muy cansado, porque es dale que te pego. Por ejemplo, he tenido que pasar toda mi vida explicando por qué no he tenido hijos. No era necesario ni lo que yo quería. Pensaba que, como persona, mi realización no pasaba por la maternidad. Y tenía que explicarlo porque me veían como tarada, sin dejar de escuchar comentarios del tipo…”Le debe pasar algo”, “Qué rara es”, “Será lesbiana”… Como si ser lesbiana tuviese algo que ver. Eran las ideas más peregrinas. Me he pasado toda la vida teniendo que explicar que yo no quería una familia al uso y que mi profesión era muy importante. Que son opciones personales.
¿Era consciente que ganaba esos espacios?
A veces sí, pero no como algo heroico, sino como algo que nos sirviese a todas. Y eso lo hablaba con Carmen Sarmiento. No era premeditado. Sabía que era lo que había que hacer y lo que ya reivindicaban en otros sitios. He podido viajar desde muy pequeña. Me mandaron a estudiar al extranjero con 14 años, en los años 50, a Francia o Estados Unidos. Tuve una suerte brutal.
Esos viajes le harían ver la sociedad patriarcal desde muchas perspectivas.
Claro, mucho. Asumí que o peleas o no te regalan nada. Siempre hay que pelear. Yo dije que quería hacer esto. Y eso requería pelear por mi espacio y no dejar que lo pisoteen. Fui afortunada porque no encontré oposición frontal de mis directivos, por ejemplo. Yo cuando hice la prueba para entrar en la tele dije que quería hacerlo para crear una mejor sociedad y también para demostrar que las mujeres debíamos estar en todo tipo de programas. Que había que estar en política, economía, internacional, etc… Eso era los años 70. De las primeras cosas que me mandaron fue hacer un desfile de modas, pero le busqué un ángulo de género. Encontrarme con esos directores, como José Joaquín Marroquí, fue una suerte porque otro podría haberme machacado.
¿Cómo dio el paso para contar el intento de violación que sufrió durante la guerra de Los Balcanes?
Aún tengo la duda de haberlo contado. Lo comenté con mucha gente antes de dar el paso. Y lo hice porque las compañeras hacían un libro donde necesitaban casos relevantes en esta línea. Y coincidió con el momento en el que Reporteros Sin Fronteras, por la violación de una periodista en la plaza Tahrir, advirtió sobre la presencia de las mujeres periodistas en determinados sitios. Y eso es peligrosísimo porque después de ese espacio conquistado, si mandas el mensaje de que no vayan, lo pierdes. Lo que hay que hacer es que protejan tus derechos. No sólo los tuyos por ser extranjera, sino los de las periodistas locales, iguales. Pero no hice mal en no contarlo cuando ocurrió por respeto a las mujeres locales que sí violaban. La violación y el abuso se aplicaba como táctica de guerra. Había militares españoles a los que no iba a pedir que me defendieran, porque las víctimas era la población civil local. Yo no quería ser protagonista cuando hay otras, en una distancia, en verdadero riesgo y son las víctimas reales. Las mujeres periodistas sabemos que tenemos un riesgo añadido, pero no debería normalizarse.
¿Notó el machismo más al comienzo de su carrera o al final, incluso?
En todas las etapas. Al principio fue complicado porque de la mujer se duda y tenías que demostrar que podías. El tema de la igualdad y la perspectiva de género no estaba en la agenda. Ahora es cada vez más complicado porque se cree que no hay que luchar por ello. Ahora la idea de desacreditar es más sutil. Antes la oposición era muy burda, muy a lo bruto, a la desacreditación…
Antes era fácil identificar el machismo…
Efectivamente. Y ahora es más sutil. Hay que tener cuidado con el lenguaje, con las trampas en las que tú mismo caes, hay que estar más alerta. Eso vale para la igualdad como para la libertad. Porque cuando estás en una dictadura eres consciente, como ciudadano, de que tienes que estar con todas las antenas puestas porque te están escamoteando la información y la libertad. Cuando crees que los medios son libres, esas antenas las desactivas. Y es ahí donde te vuelves vulnerable.
En esa vulnerabilidad, ¿tiene algo que ver la continua desacreditación hacia los medios públicos?
Desprestigiar la televisión pública hace que el propio ciudadano pida que desaparezca. ¿A quién le beneficia que desaparezca? Al ciudadano, no. Una televisión pública que funcione como debe es una garantía para el ciudadano. El ciudadano debe exigir. E igual que hay una sanidad y educación pública, debe exigir unos buenos medios públicos. Quienes no quieren eso es porque saben que cuando esa televisión pública funciona bien, el ciudadano está mejor defendido. Y por lo tanto, aquellos que no quieren una ciudadanía defendida y capaz de defender sus derechos, van a ir en contra de todo lo público.
¿Y el medio privado?
Se le debe exigir también. Todos estamos de acuerdo de que exista libertad de empresa. ¿Pero a que no dejamos que en las latas de sardinas se ponga aceite tóxico? Eso lo vigilamos. ¿Por qué no controlamos que la calidad de la información sea la que debe ser? Y cuando decimos eso no es contradictorio con la libertad de expresión. Ni el derecho a la información. Hablamos de calidad, no de la interferencia ideológica. Hablamos de garantizar que se dé una información honesta al ciudadano. Da igual que sea pública o privada. No permitimos que una empresa nos dé a consumir sardinas en aceite de colza. ¿Pero permitimos que empresas nos den información tóxica? Cuando tienes unos medios que te dan algo tóxico mandas al hospital el cuerpo social. Y ahí es donde vivimos todos. Por la cuenta que nos trae deberíamos ser más activos a la hora de tener sentido crítico para no dejarnos arrastrar con mensajes más sencillos.
¿Esta profesión le ha hecho llorar?
He llorado, pero por personas. Yo creo que hay que alertar. Como decía Saramago, la situación no es pesimista, sino pésima. Pero también veo que hay una serie de movimientos y gente que quiere pelear contra esto. Debemos evitar que en 20 años no estemos peor que ahora. En los 80 pensábamos que hicimos la ruptura hacia la sociedad de la igualdad, y que el siglo XX era el de la utopía. No hagamos que el siglo XXI sea el de la nostalgia.
Ana I. Bernal Triviño
Entrevista publicado en el diario Publico