«La democracia siempre está en riesgo; la prensa tiene que estar siempre alerta»
En un momento en que el periodismo «está expuesto a un entorno mediático más complejo, con más actores, más intoxicación, más velocidad» y se ha vuelto «más vulnerable», Carlos Franganillo (Oviedo, 1980), periodista y presentador de la edición de la noche de Informativos Telecinco, apela a la responsabilidad de los ciudadanos para buscar «elementos de certidumbre» en medios de comunicación que den información veraz.
—————————————————————
Las redes sociales se han convertido en una fuente importante de información. Pero, en estos tiempos de fuerte polarización y posverdad, las fake news están a la orden del día. ¿Qué papel juegan los medios de comunicación tradicionales en la lucha contra la desinformación?
Es el filtro que deja pasar lo comprobado, lo contrastado y lo veraz y deja fuera lo que no lo es. Un medio de comunicación tiene unas reglas y se hace responsable de lo que dice; hay un daño reputacional si se hace algo negativo, cosa que en las redes sociales no existe, porque uno puede soltar lo que quiera. Un medio de comunicación está hoy expuesto a un entorno mediático más complejo, con más actores, intoxicación, velocidad, y eso lo hace más vulnerable, pero sigue manteniendo la misma responsabilidad. Quizá más ahora, precisamente porque es más fácil cometer un error, debido a esa velocidad y a esa cantidad de información que fluye. Las reglas siguen siendo las mismas que siempre fueron: no se debe contar nada que no esté suficientemente contrastado.
Algunas voces claman que la desinformación debería combatirse con medidas de regulación. ¿Compartes la opinión?
Soy muy escéptico con ese tipo de cosas. Creo más bien en el trabajo y el prestigio a largo plazo. Creo en la pedagogía en un entorno que, aunque ya no es nuevo, sigue teniendo ciertos elementos novedosos por la capacidad tan vertiginosa de cambio que tiene. Me refiero a la pedagogía en cuanto a que todos, como ciudadanos, debemos ser más conscientes del entorno en el que estamos y de dónde vienen las informaciones y lo expuestos que podemos estar a las intoxicaciones. En esa pedagogía los medios de comunicación sí que tenemos que ser un referente. Un ciudadano tiene que saber que si acude a ver el informativo de Telecinco o cualquier otro, o a leer tal o cual periódico, detrás hay un trabajo concienzudo de horas, de días; hay gente que pone su firma y su reputación va en ello. Es decir, hay un trabajo profesional. La información es un elemento crucial para el debate público.
Efectivamente, un periodismo veraz es fundamental para generar una opinión pública saneada que participe de los procesos institucionales y forme la base de una democracia sólida. Pero la ciudadanía cada vez confía menos en las instituciones y en los medios de comunicación. ¿Cómo podemos revertir esta situación en un momento de tanta crispación y división, al que está contribuyendo el mal uso de las redes sociales y plataformas digitales?
Esa es la gran la gran pregunta y creo que nadie tiene una solución perfecta, pero sí hay líneas en las que se puede trabajar. Hablaba antes de la pedagogía, de una conciencia desde pequeños de que ahora vivimos en un entorno más complejo. No podemos pensar que el escenario anterior va a volver, porque seguramente será aún más [enrevesado] de lo que estamos viendo hoy. La intoxicación no va a desaparecer, como tampoco ha aparecido de la nada, siempre ha habido mentiras y propaganda. La clave es la velocidad a la que se mueve. Los nuevos sistemas de comunicación han cambiado la manera de entender la política y las relaciones personales. Los políticos se han valido de las nuevas herramientas de la comunicación para construir sus discursos y han visto que esas redes sociales son el complemento para apelar al sentimiento y a mensajes políticos todavía más simples. Se han juntado esos elementos y han convertido la política en algo mucho más tribal. Ese es el riesgo, que ha contagiado a otros sectores de la sociedad. Ese bucle es muy complicado, pero confío en que el ciudadano, ante la confusión, busque en un medio de comunicación elementos de certidumbre y la información para tomar decisiones en su vida. A veces se nos atribuye a los medios, o a los reguladores, unas responsabilidades desmedidas y creo que también nosotros, como ciudadanos, tenemos una parte de responsabilidad.
También el periodismo, tal y como lo concebíamos hasta ahora, ha cambiado. En la sociedad de la inmediatez, donde lo que cuenta son los clics y las visitas que tenga una noticia, parece que cada vez se dedica menos tiempo a la investigación de los temas o la verificación de datos. ¿Debería el periodismo someterse a una regeneración?
Es un debate complicado, porque afecta a la pura industria periodística. Y es una verdad muy preocupante. El sector publicitario se ha fragmentado enormemente, ya no solo pone anuncios en un periódico o en una televisión, sino en otras plataformas; se han creado vías que permiten llegar directamente al consumidor y eso ha debilitado el sistema periodístico. Es una dinámica perversa, porque muchos medios de comunicación tienen que recurrir a trucos para recibir ingresos y evaluar el producto periodístico. Entiendo que gestionar una empresa periodística, hacer que sobreviva y poder pagar las nóminas a final de mes no es cuestión menor. Y no atañe únicamente a los medios de comunicación o al mundo publicitario, atañe también a los grandes operadores mundiales de la comunicación y la tecnología. Gigantes que están en Estados Unidos, como Google, que al final controlan todo ese tráfico y que con sus algoritmos incentivan el contenido viral. Escapar a esos condicionantes es muy difícil, así que el reto es conjugar las dos cosas: por un lado, elaborar una cierta economía de subsistencia y, por otro, productos de alta calidad periodística.
Últimamente, hemos visto al Gobierno hacer ruedas de prensa sin turnos de preguntas o vetar a ciertos medios que pudieran ser más críticos con él. ¿Cómo afecta esto a una democracia?
Yo creo que la democracia siempre está en riesgo, no es algo que esté garantizado. Muchas veces detectamos comportamientos más restrictivos, también en Occidente. Yo creo que la prensa y todos los que forman parte de ese ciclo de la comunicación tienen que estar siempre alerta. Es verdad que cualquier poder va a tratar de delimitar la comunicación o restringirla a determinados ámbitos que le sean más favorables, eso es algo que suele ser frecuente, pero la labor del periodista y del medio de comunicación es no permitirlo.
Después de haber sido corresponsal en Washington y Moscú, no puedo evitar hacerte un par de preguntas. La primera: en noviembre tendrán lugar las elecciones estadounidenses y parece que Donald Trump tiene papeletas para salir reelegido. ¿Qué repercusión tendría en el tablero internacional que volviera a ocupar la Casa Blanca?
Es difícil de predecir, Trump es una figura muy disruptiva. Si vuelve a la Casa Blanca, posiblemente sea un Trump perfeccionado. El primer Trump tardó un tiempo y unos años en poder organizarse, llegaba a un sistema que no controlaba y, sobre todo, tuvo que verse acompañado de figuras de Estado que pudieron poner ciertos límites. Si llegara de nuevo a la Casa Blanca, su conocimiento del Estado es mucho más amplio y, además, su figura ya ha generado un gran movimiento casi religioso: tiene adeptos incondicionales no solo entre los votantes, sino dentro del aparato estatal, y eso le va a dar una mayor capacidad de toma de decisiones. Muchas veces Trump tiene un discurso muy rompedor, muy llamativo, que no siempre se traduce en una política exterior delirante. Yo creo que ha tenido aciertos en su política exterior, Oriente Medio es quizás el mejor ejemplo: impulsó los Acuerdos de Abraham [en agosto de 2020 entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos], que, de alguna manera, estaban buscando pacificar la situación [en la región] y que se han visto interrumpidos por el ataque de Hamás contra Israel y por las operaciones israelíes en Gaza. También ha tenido estrategias que Biden ha conservado y que creo que van más allá de una política concreta de un presidente. Me refiero a la confrontación con China, que Obama ya había iniciado con ese giro de la política exterior hacia Asia. Trump la recrudeció con una guerra arancelaria y comercial, pero Biden fue todavía más allá. Hay tendencias que Trump ha reforzado, pero que no dejan de ser por el interés nacional de Estados Unidos. En el caso de Rusia, a pesar de todo ese ruido y los gestos muy preocupantes de cariño y cercanía a Putin, durante los años previos a la invasión rusa en Ucrania también estuvo formando y mandando armamento para Ucrania. En cuestiones de política exterior, una cosa es lo que dice y otra lo que hace. Por supuesto, como europeo entiendo la inquietud que genera la idea de que vuelva a la Casa Blanca, sobre todo en tiempos mucho más complejos que los de 2016, con circunstancias que antes no existían y con el hecho de que pueda desaparecer el paraguas de protección estadounidense.
La segunda es sobre la guerra en Ucrania, que ya dura más de dos años. Lo que Putin pensaba que iba a ser una «corta operación militar» se está alargando más de lo que imaginaba. Está claro que Ucrania necesita a Europa y a Estados Unidos para ganar la guerra, pero parece que la ayuda se ralentiza, más ahora que la atención mediática se ha desviado a Gaza. Tú que conoces un poco mejor a Putin y a la sociedad rusa, ¿qué crees que puede pasar?
Pienso que, salvo que haya un hecho que no controlemos —como un magnicidio en Rusia—, Rusia sí está preparada y dispuesta a una guerra de larga duración. Y tiene algunas ventajas frente a Ucrania. La primera es la demografía, la cantidad de gente que puede mandar al frente y con muchos menos escrúpulos de lo que pueda hacer Ucrania. [La segunda], tiene una economía adaptada a la guerra más eficaz de lo que pensábamos; está produciendo proyectiles de una manera que incluso genera envidia en Occidente: cuando ahora estamos hablando tanto de rearme, nos vemos incapaces de fabricar suficientes proyectiles no solo para los ucranianos, sino para nosotros. Y los rusos han sido muy hábiles, han sabido sortear las sanciones, han derivado gran parte de la economía hacia China y, de momento, están resistiendo mejor de lo que pensábamos. Han asumido que esta guerra puede durar muchos años. Ucrania tiene una enorme desventaja: la población. Tiene grandes problemas para reclutar, es un país muchísimo más pequeño, empieza a tener serios problemas en la pirámide poblacional y, además, los recursos son finitos. El compromiso occidental ha sido muy llamativo al principio, pero poco a poco se está desgastando. Y lo que dice Estados Unidos es preocupante: en las filas republicanas, incluso en algunos sectores demócratas, empieza a desgastarse esa ayuda a Ucrania, a una guerra tan alejada de las fronteras estadounidenses. Veremos qué pasa, porque ahora va a condicionar mucho el discurso de Trump.
Carmen Gómez-Cota
Publicado en Ethic