La eutanasia
Es la intervención voluntaria para inducir la muerte a un paciente terminal o crónico grave, a fin de ahorrarle dolores y sufrimientos. A esto le llamamos los asociados a DMD, Derecho a una Muerte Digna.
Es un gran motivo de alegría que al fin el Congreso de los Diputados haya aprobado dicha Ley. Ya iba siendo hora. Habrá que vigilar ahora cómo se desarrolla y aplica, porque las fuerzas regresivas van a estar ahí todo el tiempo, para poner palos en las ruedas a cualquier avance de tipo humanista o social.
Este avance no hay que confundirlo con un reconocimiento de derechos, sino más bien tomarlo como una reconquista, pues se trata de un derecho natural que nos tenían secuestrado a los seres humanos en casi todas las culturas y religiones, porque ¿quién se puede arrogar, y en nombre de quién o de qué, la facultad de decidir sobre mi propio cuerpo?
Esta nueva ley es tan justa, tan sólida y tan humana que no obliga a nadie a realizar lo que no quiera hacer con respecto a su propia muerte. Lo único que cambia es que, a partir de ahora, somos todos los que tenemos derecho a decidir sobre nuestra forma de afrontar nuestros últimos momentos.
Yo no pienso impedirle – jamás se me ocurriría – a un buen cristiano a aguantar sufriendo hasta llegar a la muerte cuando su dios decida. Es su decisión y su problema. El mío, mi problema, ha sido hasta hoy, que yo sí tenía que aguantar sufriendo hasta morir, porque “el buen cristiano” había hecho de su creencia, ley; que tenía que tener todos los hijos “que dios me diese“ porque “el buen cristiano” había hecho de su creencia, ley; que si yo tenía una tendencia sexual que no le gustase a su dios, yo sería considerado un enfermo, una aberración o un degenerado, porque “el buen cristiano” había hecho de su creencia, ley; que yo no podía divorciarme porque “el buen cristiano” había hecho de su creencia, ley …
En cambio, yo, no tengo la opción de cabrearme con ese dios que me complica y amarga la vida: porque no creo en él, y es de tontos pegar patadas al aire, además de ser bastante insano pasarse la vida cabreado.
Por eso, le pediría a “los buenos cristianos” que vivan su fe a placer, que la disfruten y que su dios se la conserve. Pero que se olviden de los que no somos de su gremio, que nos dejen en paz, que vayan aprendiendo a respetar, que llevan siglos intentando imponernos no solo sus creencias y forma de vivir, sino que, además y para colmo, ni siquiera nos han dejado morir en paz.
Miguel Álvarez