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La honradez de los socialistas

Soy hijo de un tiempo que ya se marcha. Abrasado por pasadas experiencias, pensaba que el socialismo ya no se vería afectado por la corrupción que ahora se ha conocido. Pensaba en Adolfo, Manolo, Joan, alcaldes o concejales de aquella otra Transición: la que condujo la democracia a ayuntamientos y diputaciones. Pequeños empresarios que se dedicaron plenamente a su trabajo institucional y que, cuando concluyó su mandato, se encontraron con que sus empresas no existían, anuladas por la competencia o, lo que era aún peor, ahogadas por quienes fueron sus contrincantes políticos. Todos ellos eran socialistas de convicción. Tuvieron que buscarse la vida desde cero y lo hicieron decentemente.

Como hicimos quienes pudimos estudiar, en los 60 y 70, gracias a las becas del Pio y, ya en la universidad, a éstas o a las becas salario. Concluida la carrera muchos optamos por el servicio público: era nuestra forma de agradecer a la generación de nuestros padres, que confiaba en la educación como ascensor social, la sabiduría de su intuición y la magnitud de su esfuerzo; y era la forma de desempeñar una labor vocacional que rindiera tributo a la ciudadanía y a la democracia. Muchos de aquellos jóvenes éramos socialistas de corazón y en éste habían inculcado nuestros mayores la grandeza de la honestidad.

Ahora, constatamos que algo ha fallado de nuevo. Algo que provoca estupor, dolor y vómito: dos secretarios de Organización consecutivos del Psoe, unos de ello ministro en su momento, han maquinado durante años para obtener comisiones de empresas que contrataban con la Administración. Ante este hecho, de extrema gravedad, su separación del partido es el punto de partida. La revisión de la financiación del Psoe bajo su mandato llama asimismo a la urgencia por si la bicha de la corrupción hubiera dejado huevos en algún lugar.

A partir de ahí no cabe reaccionar únicamente en clave de partido, con el tú más como arma preferente. No estamos juzgando a otros, el juicio nos concierne a nosotros porque muchos ciudadanos que han mostrado su apoyo al Psoe se encuentran consternados y deseosos de una reacción a la altura de lo conocido; porque otros sienten que la democracia española sangra de nuevo, precisamente cuando mayor es la presencia y empuje de quienes la desprecian y utilizan para dividir a los españoles y valencianos.

Se dirá que no existen recetas mágicas; pero sí direcciones correctas para dificultar los propósitos de canallas que, como las pulgas, aspiran a ser parásitos; en este caso, del dinero de los contribuyentes. Para ello siempre hará falta una mayor presencia de transparencia, dación de cuentas y evaluación del eficiente uso de los recursos públicos. Y seamos sinceros: la posición ante estos principios de una parte de la Administración es reluctante cuando no antagónica.

Administraciones como la central, -y otras les siguen el paso-, se han convertido en un magma de muy difícil control. Sólo de aquélla dependen 453 entes, de muy diverso tipo, organización y supervisión. Teóricamente, la expansión de estos organismos ha tenido, como fundamento preferente, la consecución de un mayor grado de eficacia en la obtención de sus fines. Un objetivo que parece exigir con notable frecuencia el “desenganche” del derecho administrativo, la sustitución del control permanente de los fondos públicos por la auditoría anual de cuentas y el debilitamiento de otros medios de vigilancia existentes en los ministerios. De éstos se puede presumir un mayor rigor, en principio; pero, ¿qué sucede en la filial de la filial de cualquier gran grupo público? Con tantas tuberías diferentes resulta difícil detectar las fugas.

La corrupción, como se ha visto, no sólo es económica. También se ha producido mediante la contratación de gente que ni siquiera se sentía impelida a acudir a su puesto de trabajo. De nuevo, la telaraña antes mencionada contribuye a que sea posible y más probable en empresas públicas y otros organismos en los que la selección responde a pautas relajadas y a convocatorias desigualmente publicitadas.

Existe, además, una práctica perversa que, aunque no se encuentre calificada de ilegal, sí merece una intensa corrección crítica: el fichaje de los cargos públicos y personal eventual de las administraciones. Un terreno fértil para la designación de quien pueda ser aliado orgánico o bien del testaferro que media en la corrupción, como ahora hemos contemplado. Sin la exigencia de idoneidad para el puesto y la justificación real y transparente de la misma, la intensidad del riesgo se eleva: no es lo mismo intentar corromper a un funcionario que se juega su medio de vida que hacerlo con alguien para el que la Administración no es más que una estación de paso y la fidelidad a quien lo ha nombrado un título imprescindible.

Por último, una cuestión a tener clara: no existe corrupción sin corruptores. Despierta perplejidad que los miembros de las empresas, que han ejercido la actividad delictiva del soborno, logren resolver sus problemas judiciales sin pisar la cárcel, mediante generosas sentencias de conformidad. Más aún: no resulta excepcional que una misma empresa aparezca en distintos casos de corrupción. Esta reiteración y aquella bondad sentenciadora precisan de una severa corrección.

Superar deficiencias estructurales de la Administración, como las anteriores, son parte de las respuestas que se requieren para que la ciudadanía perciba contundencia en los socialistas; pero también cabe mirar dentro de casa. Podemos proclamar que el socialismo es honrado, aunque existan casos concretos enfrentados a la abrumadora mayoría insobornable de sus afiliados. Pero esa afirmación será más sólida si se corrigen algunas cosas, transformando la indignación en energía renovadora. En particular, parece obligado revisar la excesiva autoridad conferida a algunos cargos del partido. Cuando se gobierna es tentadora la idea de delegar lo máximo posible para dedicar mayor tiempo a la acción de gobierno. Este desplazamiento de poderes necesita de equilibrios que sólo la existencia de contrapesos puede garantizar. Asimismo, las federaciones territoriales merecen recuperar una presencia que se ha diluido en el reciente pasado, retrayendo su presentación de puntos de vista propios: cuando se embrida demasiado a una organización se está sujetando su pensamiento crítico.

Finalmente, se precisa vigorizar al Pspv. La agenda valenciana, a la que se incorporó el 29 O el trágico historial de la Dana, necesita reclamar a la Generalitat y aportar, al mismo tiempo, acuerdos del gobierno central coherentes con la mejora suficiente de la financiación autonómica y la aceleración de las infraestructuras que devuelvan la seguridad a las comarcas damnificadas. Son objetivos clave para la identidad socialista en las tierras valencianas.

Y, más allá de España, recuérdese que el Psoe constituye la mayor muestra gubernamental de la socialdemocracia europea y de esa responsabilidad forma parte que, entre su gente, se despierte la necesidad de pensar el actual tiempo y sus cambios desde una lógica progresista actualizada de la Democracia, Europa y el Estado del Bienestar, que combata las nuevas formas de autoritarismo, neofascismo y antieuropeísmo. Manos a la obra.

Manuel López Estornell
Publicado en Valencia Plaza

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