La injusticia de generalizar
Ya sé que en la mayoría de la ocasiones no queda más remedio que generalizar, especialmente al obtener datos que nos impliquen a todos como conjunto. Ya sé que se utilizan nombres colectivos para definir sectores sociales. No queda más remedio que, sociológicamente, hablar de “clases sociales” o de “grupos sociales”. Pero lo lamentable ocurre cuando se generaliza en el discurso político con el fin de enfrentar, de generar exclusiones (no adhesiones) y de denunciar malos comportamientos.
Al igual que el populismo usa, de forma demagógica en numerosas ocasiones, el término “pueblo” con el intento de colectivizar al tiempo que separar de otros, considero que no hay nada más injusto que generalizar cuando se quiere reprochar comportamientos o acciones sin señalar específicamente a nadie.
A veces, esas generalizaciones ocultan la intención de no querer señalar abiertamente con el dedo a quienes son responsables de las algarabías, del desorden o de fomentar la desestabilización. A veces, esas generalizaciones también suponen desvirtuar la balanza de la justicia, situando al punto medio (y no al justo) como espacio del encuentro.
Por ejemplo, cuando Vox sale a la calle con sus protestas automovilísticas, que a algunos les recuerdan una celebración de la Copa de Fútbol en vez de las lágrimas por los fallecidos por la pandemia, y hablan a voz en grito en nombre de los españoles, yo no me siento identificada. Claro que soy española, pero no de ese grupo de españoles, a los que puedo respetar (espero que ellos a mí también), pero ni entiendo ni comparto. En cambio, “los españoles” como “el pueblo” son términos recurrentes en los que, si no te consideras, se te excluye o afea como si fuéramos apátridas. En esta ocasión, me alegra saber que somos muchos más los españoles que no compartimos ni su ideología, ni sus acciones, ni sus comportamientos.
De la misma forma ocurre cuando muchos nacionalistas hablan en nombre de sus representados como si toda la Comunidad Autónoma formara una misma, única e indivisible nacionalidad, sin más opiniones ni formas de sentir.
Ni siquiera sirve tener la mayoría social para apropiarse en el lenguaje político del colectivo. Basta con que uno le eche arrojo para erigirse en “padre de la patria”. Y, cada vez más, hay muchos padres de la patria que hablan falsamente en mi nombre.
Sin embargo, lo que hoy me preocupa más es la injusta generalización que se hace al criticar.
Escuchaba a mi respetado Iñaki Gabilondo mostrar su indignación, con toda la razón, contra el comportamiento de los políticos, más preocupados por la letra pequeña (como él señalaba) que por realizar acuerdos y consensos. Y tiene toda la razón. Salvo en el siguiente matiz, que quizás sea pequeño, pero significativo: ¿de verdad “la clase política” al completo está comportándose de la misma manera ruin y mezquina?
Me lleva al hartazgo cuando se habla “desde las alturas” (y no lo digo por Gabilondo, aunque en esta ocasión también), situándose en la indignación social por el mal comportamiento de los “políticos”, tratándolos como un compacto único. Todos difaman, todos discuten, todos pelean, todos se comportan de modo infantil.
Tuvimos la noticia de que en el Ayuntamiento de Madrid se había conseguido una mesa de negociación con todas las fuerzas políticas. Magnífica noticia. Con todo el mérito que le corresponda al alcalde. Pero sin olvidar quién ejerce la oposición. En España, hay que tener buena memoria para saber quiénes han ejercido la responsabilidad para lograr Pactos de Estado o conseguir acuerdos por encima de los partidos; y normalmente, se ha conseguido estabilidad cuando la oposición la han ejercido los socialistas, y resulta inviable los acuerdos cuando en la oposición se sitúa la derecha, cuyo juego político es “cuanto peor, mejor para mis intereses”. ¿Acaso no desearía el gobierno de España contar con el PP como un aliado en estos momentos? El PP puede perfectamente ejercer su crítica como oposición al tiempo que muestra gallardía y nobleza política.
Si todo lo medimos por el mismo rasero, al PP le sale genial su estrategia. Cuando gobiernan, el PSOE pacta; cuando están en oposición, desestabilizan. Llevamos demasiados años con la estrategia del PP de embarrar la vida política cuando ejerce oposición, consiguiendo el hartazgo y aburrimiento social, para que todavía caigamos en la ingenuidad de juzgar a todos por igual.
¿De verdad alguien puede comparar las figuras de Isabel Díaz Ayuso y de Ángel Gabilondo, y decir abiertamente que están haciendo la misma política, los mismos discursos, los mismos comportamientos? La deslealtad (e incompetencia) de Díaz Ayuso respecto al gobierno central (y de paso al conjunto de madrileños) no tiene nada que ver con la actitud de Gabilondo como jefe de la oposición socialista en la Comunidad de Madrid.
Con aciertos y con muchos errores, con equivocaciones mediáticas, con problemas y tropiezos, con dificultades, con nervios, y con todos los atenuantes de esta situación (y que se le podrán reprochar en su momento), el gobierno de España está atendiendo una situación social, sanitaria y económica gravísima, inyectando recursos en sanidad, atendiendo a autónomos y pymes, dando cobertura a millones de trabajadores, prestaciones, ayudas de alquiler, moratoria en hipotecas, reducciones o aplazamientos de pagos e impuestos, …. y un ingreso mínimo vital.
¿De verdad es comparable a los discursos, ruedas de prensa, manipulaciones en las redes, protestas provocadas, desvíos de atención mediática, que están realizando la oposición de Vox y el PP?
Ni siquiera pretendo juzgar si el Gobierno lo ha hecho bien o mal, porque el nivel ha caído tan en picado que solo puedo valorar si las cosas se están haciendo con buena o mala fe.
Y, permitan un consejo: Vox y el PP tienen mucho que confesarse. Aunque imagino que el Papa Francisco (o ciudadano Bergoglio como le llaman los de Vox para no reconocer su autoridad) no les sirve.
Ana Noguera