La Izquierda frente al espejo (2ªparte) Ser o no ser
El retrato que nos quedó de las últimas Elecciones Generales del pasado mes de Diciembre fue la modificación sustancial del mapa político hasta entonces y que refleja una sociedad muy fragmentada tanto entre los votantes de la derecha como entre los de la izquierda.
La crisis política que, durante estos años, ha venido gestándose paralelamente a la crisis económica se ha manifestado también en las urnas. No se si con la contundencia esperada por algunos, pero, sea como fuere, se ha manifestado. La aparente solidez y firmeza del denominado “régimen del 78” surgido de la transición a la democracia, ha saltado literalmente en pedazos. Ello ha puesto de manifiesto que igual que ocurre con algunas de las grandes obras del arquitecto Calatrava, tras su aparente magnificencia se esconden fallos de diseño, de materiales o de construcción que acaban deteriorando el edificio y que obliga a acometer urgentes reformas.
Todas las instituciones acusan un cierto desgaste. De entre ellas, quizás sean los partidos políticos los que transmiten un mayor grado de deterioro. La corrupción económica se ha instalado en ellos, aunque con extensión desigual, como un virus infeccioso que amenaza gravemente la salud del sistema. Secuelas de ello son el desprestigio de la denominada clase política y la desafección de gran parte de la ciudadanía que cada vez se ve menos representada por las distintas organizaciones y por los diferentes líderes que están al frente.
Pero la corrupción económica, con ser la más estridente y presentar una sintomatología más agresiva, no es la única enfermedad que aqueja a nuestras fuerzas políticas. En el terreno de las izquierdas, hay otras enfermedades, más silenciosas, aparentemente asintomáticas, cuyos efectos no se dejan sentir inmediatamente pero, con el tiempo, van alterando profundamente la naturaleza de la realidad de los problemas que nos aquejan y, por tanto, de las políticas con que hacerles frente. Esa especie de corrupción silenciosa se llama corrupción moral. Es decir, la corrupción de los valores. Es un proceso por el que, de una manera generalmente sutil, algunos partidos y algunas organizaciones, que nacieron como remedio frente a la injusticia y la degradación del ser humano, van alterando su percepción y su valoración de la realidad social para acomodarla a los intereses de sus élites dirigentes. A partir de ahí adoptan la estrategia de la ambigüedad ideológica calculada que busca relativizar la maldad del sistema e incluso justificar muchas de sus consecuencias negativas presentándolas como inevitables sacrificios que hay que tributarle al dios “progreso”. Todo ello convenientemente envuelto en un manto de responsabilidad de gobierno y espíritu constructivo que intenta hacer calar la idea de que, a pesar de todo, vivimos en el “mejor de los mundos posibles”.
Este mecanismo de autoengaño de la izquierda tiene su efecto mientras sea útil para el sistema porque le previene de males mayores. Pero cuando se desencadena una crisis como la actual todos los mecanismos de defensa saltan por los aires y cada cual se manifiesta como realmente es. La polaridad de la realidad se muestra con toda su crudeza. Los ricos, mas ricos. Los pobres, mas pobres. Los de arriba, mas arriba. Los de abajo, mas abajo. En consecuencia, los de derechas, más de derechas y los de izquierdas, más de izquierdas. El efecto narcotizante que durante décadas habían tenido en Europa opciones como la socialdemocracia ya han perdido todo o casi todo su efecto y con ello también su utilidad para el sistema.
Pero ahora que nos acercamos de nuevo a un proceso electoral es el momento de que las izquierdas asumamos nuestra realidad y recordemos por qué y para qué nacimos y crecimos como opción ideológica. Cual fue la necesidad histórica que provocó nuestra existencia, qué errores y qué traiciones hemos cometido por el camino, y a partir de ahí con qué mensaje de futuro le pedimos que depositen su confianza en nosotros aquellos sectores sociales que, igual que antes, nos siguen anhelando. Tengo la firme convicción de que el éxito o el fracaso de la izquierda va a depender mas de que sea capaz de conectar con verdadera naturaleza y con su espíritu originales para con ello seguir alimentando el deseo permanente de emancipación y de justicia social, que de las ofertas programáticas concretas que con el tiempo han acabado derivando en puro “marketing” electoral. En definitiva, parafraseando a Shakespeare, “ser o no ser, esa es la cuestión”.
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Josep Antoni Román.
Filosofo y Consultor Psicológico