La Izquierda y los procedimientos democráticos
¡Qué difícil es encontrar en las prácticas democráticas la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace!
Como siempre suele ocurrir en estos menesteres de la práctica política, es decir, del ejercicio de los partidos políticos, es la izquierda quien se enreda en vericuetos de procedimientos.
Ahí tenemos al PSOE, por un lado, con la organización de su próximo Congreso, con la legitimidad de una gestora que se alarga en el tiempo esperando, no se sabe si a calmar los ánimos de la militancia, imponer un candidato/a, o controlar el proceso para que no se desmadre. Mientras que enfrente se siguen formando plataformas, organizando actos y recogiendo firmas, exigiendo cuanto antes la votación de un nuevo Secretario/a General. Cuando aparece la bruma de una tercera opción, las dos partes sacan los sables: unos deslegitimando la opción, diciendo que estaba próximo al “traidor” de Sánchez; los otros, diciendo que eso es una maniobra para anular todo el trabajo y esfuerzo de la militancia. Así pues, parece que el PSOE se dirige hacia un choque de trenes que cada día pinta peor.
Por otra parte, está Podemos, mostrando públicamente sus diferencias entre el número uno y el número dos, respecto a cómo concebir lo que son las bases del partido político que se está conformando. Cada vez que se organizan un poco más, se alejan un paso de la frescura que desprendían cuando eran unos recién llegados. No obstante, era inevitable que esto ocurriera, puesto que su llegada a la política había sido como un vendaval que abre las ventanas de golpe, pero ahora, para mantenerse en un sistema político, es necesaria la organización.
Pero estos “líos de camarote” no ocurren nunca en la derecha. Hemos visto al PP metido en charcos graves y profundos, que han llevado a la expulsión de algunos de sus miembros destacados, a sentar en el banquillo a prácticamente toda la cúpula aznarista, a decisiones que se toman a dedo imponiendo candidatos. Pero la organización actúa siempre toda a una, en silencio, sin discutir iniciativas. Y tanto los cargos públicos, como la militancia o, incluso, sus propios votantes, acallan, aceptan y siguen a pies juntillas lo impuesto, casi como una cuestión de fe, que es mejor aceptar y no razonar.
Y no debería extrañarnos que esto ocurra, porque en la propia organización de los partidos está también el modelo de entender las relaciones políticas entre los partidos y sus militantes, y entre los partidos y sus ciudadanos votantes.
Si no hay conflicto, si no hay discusión sobre procedimientos, si no hay posiciones confrontadas, no se avanza, no se innova, no se modifican las estructuras. Ahora bien, las consecuencias de las confrontaciones en política son duras. La primera y más negativa es siempre el eco potente que tienen sobre la ciudadanía que ve con estupor cómo se discute, se debate, se enfrentan, y se genera la desilusión de que la izquierda tiene en su adn: la división permanente.
No parece que socialmente estemos preparados para entender varias cosas. Por ejemplo, que la discusión sobre los procedimientos y la organización no es trivial ni baladí, sino que es básica para fomentar un proyecto democrático, que se aleje de presidencialismos, imposiciones, manipulaciones, o deje al margen a voces plurales que también representan el proyecto.
Ni lo entiende fácilmente la sociedad y los votantes ni tampoco los medios de comunicación, que prefieren agrandar y agigantar los problemas porque son noticia.
Tampoco lo entienden bien los propios miembros de las organizaciones que, al final, tienen que restañar las heridas, olvidar los comentarios que se dicen por el camino, y tragarse las decisiones colectivas.
Es obvio que las discusiones cuestan votos.
Lo difícil para la izquierda es mantener el equilibrio: garantizar el respeto a su militancia, profundizar en la democracia de sus procedimientos, evitar liderazgos personalistas, explicar con claridad el origen de sus conflictos y asentar proyectos con capacidad de mayoría.
Es la doble cara de la moneda. En el mismo mal de la izquierda, su permanente división y confrontación, está también el propio bien, la innovación y el avance democrático.
Ana Noguera