La maldición
«Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas»
Howard Carter. Egiptólogo
Llego tarde para hablarles de la necesaria, justa y restaurativa exhumación del dictador del monumento infame en el que estaba sepultado, y que fue construido por sus víctimas. No obstante, no puedo sustraerme de reflexionar hoy sobre la maldición lanzada por la susodicha Merry Martínez-Bordiú -de nacimiento María del Mar, como tantas de nosotras que se han podido desenvolver sin un apodo pijo en la mochila- sobre la Notaria Mayor del Reino, Dolores Delgado, ni su eco entre absurdo y medieval: «¡Que la maldición de desenterrar a un muerto caiga sobre vosotros!». Vosotros. ¿Vosotros, quiénes? ¿Vosotros todos los parias? ¿Vosotros los que no acatasteis nuestra gloria y propiciasteis nuestra caída? ¿Vosotros, no soy también yo? ¿Vosotros, no son también ustedes? Y es que al franquismo, como fascismo cruel pasado por el surrealismo hispánico, siempre le ha colgado una capa de sátira y de absurdo y de marqués de Bradomín que nos ha permitido sobrevivir, durante una larga y sedimentosa capa de años, reconfortándonos en su no ser para no hundirnos en su ignominia y, por tanto, en el odio.
No la vimos, pero podemos imaginarla. Vestida de negro sepulcral, en una nave en la que hace un frío del carajo, pero la podemos imaginar lanzando en una superstición toda la bilis que la pérdida de los privilegios de casta le había producido. Le faltó añadir «y a tus hijos y a los hijos de tus hijos», que es lo que te colocan las gitanas del Generalife cuando no les das unos euros por su rama de romero. Aquí la maldición fake sólo le cayó a una generación y eso es generoso. Un fake al que se abrazó Abascal con toda la fuerza del tonto de la linde, es decir, sin matiz, tragándosela hasta el bolo: «quien desentierra a los muertos, acaba pagándolo como los que desenterraron a Tutankamon». Que ya sería mucho pedirle que se hubiera coscado de que esa leyenda la creó Conan Doyle, en aquella época en la que le interesaba tanto el esnobismo del espiritismo, sin que hicieran otra cosa los familiares de Howard Carter que seguirle la corriente, abandonando la explicación científica, para crear un mito en torno a su casa. Pero así son estos chicos. Y así estaba Merry -la feliz, según su mote pijo- frente a la dignidad de la verdad y la ciencia, frente a los ojos de las mujeres ultrajadas y relegadas por un régimen de mierda, que descansaba en la mirada serena de la ministra Delgado. Lola frente a Merry. La fuerza de la España real frente a la pataleta absurda y tardía de la privilegiada por su cuna fascista, a tantos metros en la explanada y a tantos kilómetros del mundo real y de esa España a la que invocan como al genio de una lámpara que se apagó hace tiempo.
Una maldición sólo puede surgir de la superstición.
No obstante, déjame Merry, llamada María del Mar, que te maldiga en broma yo a ti en nombre de todas esas mujeres a las que tu abu les impidió vivir su vida como seres humanos libres e iguales. Déjame que te maldiga en nombre de las que no pudieron trabajar, porque eso no era cosa de chicas que tenían que bordar y tocar el piano, y de las que dejaron sus riñones y sus tersas manos y su inexpugnable belleza en la rueda del servicio a los de tu clase, a los vencedores, a los fascistas, a los hombres que les dieron. Déjame Merry que te maldiga en nombre de mi bellísima tía enamorada de un guardia civil que fue obligado a dejarla por ser hija de rojo.
Déjame Merry que te maldiga en nombre de las mujeres inteligentísimas que no pudieron estudiar porque no eran hijas de la clase adecuada, porque no había dinero suficiente y había que destinarlo al hermano varón, porque había que sacar adelante a la familia, por tantas cosas. Merry, te maldicen también todas las que amaron en secreto, las que fueron estigmatizadas, las que cargaron con los hijos del poder y con la vergüenza, las que no pudieron vivir su sexualidad ni siquiera soñar con lo que hubieran deseado. Déjame Merry que te maldiga en nombre de mi madre y de tantas otras cuya juventud y cuyas ansias fueron robadas, y eso que eran hijas de funcionarios del régimen, porque de toda esa represión sólo podía salirse con un volumen de fortuna que ni tu abuelo tenía cuando llegó, pero que se encargó de procurarse. Allí, en la mirada dura pero calmada de la ministra Delgado, estaban todas: las que no pudieron ser fiscales, ni juezas, ni diplomáticas pero también las que ni siquiera pudieron amar a quien querían o ni siquiera pudieron amar, ni gozar, ni sentir placer. Todas aquellas que el régimen franquista y castrador de tu abuelo logró sumir en la tristeza gris de ser mujeres. «¡Otra desgraciada más al mundo!», y así lo sentían y así lo oí decir a muchas cuando sus vástagos era féminas y no varones. Así, Merry, así como sucedía en China y en tantos pueblos oprimidos, mientras tú jugabas con el abu en la playa a costa de todos nosotros.
Aquí la única maldición real es la que el genocida de tu abuelo echó sobre todo un pueblo. La única maldición es la de un país que tuvo que subir gateando a la democracia sin traspasar las líneas más peligrosas, sin meter los dedos en los enchufes, o lo que es lo mismo, respetando el manto de protección que se tendió sobre los que habíais y habían hecho fortuna a la sombra o a plena luz en el fascismo, la dictadura, y la muerte.
La maldición que nos persigue es la de un pueblo que no ha podido hacer con tranquilidad el repaso de sus culpas, que no ha podido reconocer sus errores, un pueblo que sigue teniendo en su seno a los privilegiados cuya escalera se inició en las columnas quebradas de los que no pensaban como ellos. La maldición es la de esos niñatos pijos, que ya no se llamarían Merry, ni Cuqui, ni Pitita, así los mataran, y que simplemente creen que una bandera preconstitucional, un Cara al Sol o una disco con ultras les combinan al pelo con el Gucci y el Vuitton, como un complemento que termine de rematar la diferencia que les han dicho que deben marcar. A ellos y a los hijos del pueblo que pretenden lavar el olvido de su origen en un máster de Cunef.
La maldición, Merry, sois vosotros y la del país que no fue capaz de sacudirse a los descendientes del sátrapa, a las rémoras, a los que viven con el servicio colgando banderas fascistas de madrugada a cuentas de habernos chupado la sangre.
La maldición, María del Mar, es la que cayó sobre ti siendo fruto de la estirpe del fascismo. Es cuestión de generaciones que termine cayendo sobre vosotros como esa losa que tanto te ha pesado que levanten.
Las maldiciones, Merry, sólo existen en la cabeza de los ignorantes. Es una pena que derrocharan tanto dinero expoliado en la tuya para que no seas capaz de comprenderlo.
Elisa Beni
Artículo publicado en ElDiario.es