La rebeldía del planeta
El dolor siempre es una advertencia del cuerpo, una alarma señalando que algo va mal. Tomar un analgésico a modo de anestesia (el famoso paracetamol, no confundir con paracetamor), nos quita el dolor pero no la causa. Un estudio más pormenorizado nos da un diagnóstico que puede curarnos más allá del dolor. Es cuando el médico dice esa frase crucial: hemos de hacer pruebas.
A nosotros ya no nos quedan pruebas que hacer. Lo que el capitalismo da de sí, ya lo sabemos. Tiene como objetivos principales el negocio, la propiedad privada, el crecimiento, y la fantasía de que todo es ilimitado. Mucho es poco, dice, y cree que de esos objetivos se deduce la felicidad. Pero sabemos que eso es falso y que con su ley, una minoría disfruta, pero la mayoría sufre las consecuencias dramáticas del desatino.
La democracia intenta equilibrar esa situación dando voz a la ciudadanía, pero el poder, muy astuto y disfrazado de demócrata, se reserva aquellos resortes que le permiten seguir disfrutando de sus privilegios.
Con lo que no contaba ese capitalismo avaro es con la rebeldía del planeta. Y lo que no han conseguido las revoluciones de las gentes, la fuerza de la naturaleza le ha puesto al poder las peras a cuatro mandando lo que llamamos catástrofes pero son avisos.
Ya saben, la reacción del capital es seguir recetando analgésicos para adormecer al personal y proponer la clásica solución que ya sabemos: mendrugos para hoy, y desolación para mañana. Pero el mañana ya ha llegado.
Eso sí, creamos universidades, centros de investigación, lugares de donde salen científicos brillantes, pero no les escuchamos, incluso permitimos que se les persiga con amenazas e insultos. Cuestionamos sus informes y preferimos echarle la culpa a los ciclos imaginados y a la casualidad. Esa es nuestra torpe respuesta.
Lo que ocurre es que el planeta, más listo que todos nosotros, ya no acepta anestesia alguna. Nos zarandea, y genera víctimas dolorosas entre quienes no lo merecen. La respuesta del poder es la desidia, la ineficacia, y el vaticinio de que solo es una rabieta pasajera de la Tierra.
Podemos cerrar los ojos y seguir con la quimera de crecer, consumir, poseer, expoliar, pero el enfado mayúsculo del agua y del viento nos expulsará. Podemos continuar con encuentros internacionales vergonzosos con acuerdos insuficientes de madrugada, da lo mismo, el planeta tomará las medidas oportunas para seguir, pero sin nosotros, porque no solo no nos necesita, sino que somos su peor enemigo. Ha soportado un maltrato reiterado, nos ha avisado, ha dictado sentencia y somos culpables.
Los analgésicos ya no sirven. Solo nos queda la otra rebeldía, la de la ciudadanía, la rebelión que acompaña a la naturaleza y se enfrenta al poder negacionista. La que exige responsabilidades y cambios. Creo que ahí está la esperanza.
Rafa Rivera