La soledad y el orgullo
Recuerdo el sentimiento de soledad que viví al visitar la casa de Manuel de Falla en Alta Gracia, una ciudad de la provincia de Córdoba, en Argentina. Me identifiqué con la tristeza de un músico expulsado de su vida por culpa de los suyos. Después de sufrir la barbarie del golpe de Estado de 1936 en Granada y de fracasar en el intento de salvarle la vida a Federico García Lorca, aprovechó la excusa de unos conciertos en Buenos Aires y se alejó para siempre de España.
Falla era muy religioso, su música modernizadora y europea no le había salvado de una devoción católica obsesiva. Por eso fue muy duro ver cómo los autollamados defensores de su Dios se levantaban en armas para hacerse con el poder de forma desgraciada, subiendo la mentira y el asesinato a los altares. Cuando un enemigo ideológico te agrede, tienes tu propia razón y tus sentimientos para darle una respuesta a la vida. Cuando son los tuyos los que pervierten el sueño de una existencia legítima, la soledad íntima es extrema y el corazón se ve obligado a latir no ya en la lejanía, sino en el vacío.
Las vidas y las historias se cruzan. Me acordé de las fotografías de Falla y García Lorca en la Alhambra, mientras hablaba este pasado viernes con Gioconda Belli y Sergio Ramírez en el Palacio de Carlos V, en una sesión del Festival de Poesía de Granada. Unos recuerdos se cruzan con otros. Me acordé también de la alegría con la que viví en 1979 la noticia del triunfo del Frente Sandinista en su lucha contra la dictadura de Somoza. Me acordé del apoyo convencido de escritores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Claribel Alegría y Tito Monterroso a la nueva Nicaragua libre y progresista. Me acordé de la alegría y el orgullo con el que, siendo yo un poeta joven, participaba en actos de solidaridad junto a Ernesto Cardenal, Claribel, Gioconda y Sergio. Fue una ilusión justa y necesaria.
La paulatina degradación ética de Daniel Ortega convirtió de nuevo a Nicaragua en una dictadura feroz y condenó por segunda vez al exilio a Sergio Ramírez y Gioconda Belli. Reconozco en ellos la misma soledad íntima que viví junto a Falla, porque ha sido la perversión del sueño propio la que los ha alejado de su tierra al negarse a compartir la actual miseria totalitaria de los que un día fueron sus compañeros. Hay quien intenta acusarlos de haber colaborado hace años con el tirano de hoy. Pero es una mezquindad: antes y ahora luchaban por lo mismo, por una Nicaragua libre y socialmente justa.
Las fechas se cruzan. Rafael Alberti y María Teresa León, después de un largo exilio, volvieron a España en un mes de abril de hace 45 años. Les deseo a Gioconda y Sergio que su doble soledad se convierta más pronto que tarde en una doble alegría. Y este deseo, al sentirlos cerca, en Granada y en Madrid, tiene para mí un ingrediente solidario de orgullo. No es ya el orgullo individual del joven poeta que se sube a un escenario junto al padre Cardenal y a Tito Monterroso, sino el orgullo cívico, nacional, español, de un poeta sesentón que recibe en su país con los brazos abiertos a escritores expulsados de sus tierras por la represión y la dictadura.
Recuerdo a la Argentina en la que vivieron Rafael y María Teresa, al México de Cernuda, Max Aub y Buñuel, a la Italia de María Zambrano, al París de José Bergamín… Y me siento orgulloso de la España de hoy, la España europea y latina que recibe en sus casas a escritores como Gioconda y Sergio.
Luis García Montero
Publicado en Infolibre