La verdadera España vacía
Cuidémonos de las nuevas formas de analfabetismo porque son muy viejas. Cuando observo la realidad y analizo muchas ofertas mediáticas, algunas declaraciones políticas y algunos presupuestos autonómicos poco respetuosos con la educación pública, me reafirmo en la tristeza de comprobar las importantes inversiones que hacen nuestras sociedades en las nuevas formas de analfabetismo. Enseguida recuerdo el poema Del pasado efímero que publicó Antonio Machado en 1913, en El porvenir castellano. El cultivo de la ignorancia no es una novedad, aunque ahora hay un imperio tecnológico muy poderoso para desempeñar estas funciones.
El hombre del casino provinciano que protagonizó los versos de Machado tenía una expresión que no debía confundirse con la tristeza. Era otra cosa: «el vacío / del mundo en la oquedad de su cabeza». Convencido por la oquedad, como espacio hueco en el interior de un cuerpo sólido, y por las rimas de hastío, vacío, tristeza y cabeza, me dejo llevar por la ocurrencia de que el nuevo analfabetismo supone la verdadera España vacía. Luego comprendo que estoy equivocado. Las formas de ignorancia no son hoy una invitación a la tristeza, porque están dominadas por el orgullo narcisista de los clientes que siempre tienen razón y no aceptan ni el saber de la ciencia, ni la autoridad de las instituciones.
En su ensayo Las tres dimensiones de la libertad (Anagrama, 2021), el músico y activista Billy Bragg recuerda una de las frases más celebradas de Ronald Reagan. La escribo en español: «Las nueve palabras más terroríficas en lengua inglesa son: hola, soy del Gobierno y aquí estoy para ayudar». El empobrecimiento de amplios sectores de la población americana, la pérdida de derechos cívicos, las degradaciones democráticas y el aumento ilimitado de las ganancias de las corporaciones tienen mucho que ver con esa desautorización de las instituciones y la política. Por eso conviene recordar también otra de las graciosas frases de Reagan, muy celebrada por el neoliberalismo: «Dicen que la política es el segundo oficio más antiguo del mundo. Me estoy dando cuenta de que cada vez se parece más al primero».
La pérdida de autoridad política supone un desamparo de la ciudadanía, provoca miedo, inseguridades y reacciones más inclinadas a las soberbias identitarias que a la defensa del bien común. El yo fuerte dispara sus certezas contra las amenazas del otro. Las cabezas se llenan de odios, las sociedades de especuladores que suben los precios, aumentan las brechas y convierten incluso las crisis más graves en oportunidades para beneficios ilimitados. Y todo en nombre de la libertad santa, porque buscar marcos de convivencia equitativos es una tentación del mismísimo demonio.
Junto a la educación y la cultura, el mejor remedio para los supremacismos está en las buenas leyes laborales que aseguren un trabajo decente. O la política recupera su autoridad reguladora, o la democracia se degradará hasta caer en el abismo.
Las cabezas llenas e inseguras permiten sabrosas estrategias electorales. La verdad es que resulta antipático preparar un programa basado en la destrucción de la sanidad y la educación públicas, la rebaja de las pensiones, el perdón fiscal a los ricos, la negación de la desigualdad machista, la falta de control en la especulación inmobiliaria y el apoyo a los oligopolios de la energía en sus carreras de precios. Sin duda es mejor camuflar todo ese programa en odios y guerras identitarias sobre la Hispanidad, la conquista y los idiomas.
En busca de un sentido de pertenencia democrático, confieso que me siento patriota. Por eso me gusta cada vez más otra de la reflexiones de Billy Bragg: «Cuando Samuel Johson observó que el patriotismo es el último refugio de los bribones, estaba haciendo un comentario sobre los bribones, no sobre el patriotismo».
Luis García Montero
Publicado en Infolibre