La pasada noche de Reyes cruzó por la tecnología cotidiana un poema de Miguel Hernández titulado «Las abarcas desiertas». Fue un hermoso homenaje para cerrar un año en el que se ha cumplido el 75 aniversario de su muerte, en una prisión despiadada del franquismo, en 1942. El poema se había publicado en la revista Ayuda, en enero de 1937, para recordar desde su propia experiencia las injusticias sufridas, una conciencia que explicaba la firmeza con la que el pueblo español, más humillado que bello durante años, estaba defendiendo la República y enfrentándose al fascismo de Hitler, Mussolini y los militares golpistas.
Miguel Hernández contaba en sencillas cuartetas heptasílabas las decepciones a las que siempre estuvieron condenados sus sueños infantiles y adolescentes. Todos los años preparaba sus abarcas en espera de los Reyes: «Por el cinco de enero, / cada enero ponía / mi calzado cabrero / a la ventana fría». La realidad golpeaba con sus hostilidades, cabrera y fría, pero la ventana, esa frontera cotidiana entre lo privado y lo público, siempre estaba dispuesta a cultivar una ilusión. Después un mundo inmóvil dentro del tiempo fugitivo condenaba al desencanto, a los finales del dolor repetido: «Y, hacia el seis, mis miradas / hallaban en sus puertas / mis abarcas heladas, / mis abarcas desiertas». El orgullo republicano y la lucha revolucionaria contra el fascismo habían legitimado por fin una esperanza de emancipación y un deseo de cambiar la caridad por la justicia al recoger juguetes para los niños pobres.
Me ha conmovido la presencia en las redes de este poema sencillo de Miguel Hernández. La ciudadanía del siglo XXI, como los seres humanos de todos los tiempos, tiene suficientes motivos para avergonzarse de sí misma. Somos un rebaño de cabras sin pudor, dispuestos a gritar, babear y dar rienda suelta a los instintos bajos. Las redes sociales y la tecnología cotidiana, con su facilidad de romper la frontera entre lo privado y lo público, muestran del modo más agresivo nuestra barbarie. Ya vemos en público lo que antes era un cotilleo en el estiércol particular. Que se recuerden al mismo tiempo, en las pantallas de los móviles, los versos de Miguel Hernández, llegados de un mundo sin consumo y sin telebasura, me da una excusa para pensar que la dignidad humana busca también su hueco en el futuro. No siento que este poema forme parte de la ritual hipocresía navideña.
El espectáculo mediático al que ha dado lugar el descubrimiento del cadáver de una pobre muchacha marca la temperatura ética del final de 2017 y el principio de 2018.
La morbosidad ocupa las horas hasta unos niveles de asquerosa degradación. ¿Han visto ustedes ya los dientes del asesino y el pozo en el que se ocultó el cadáver? ¿Han visto a los reporteros correr detrás de la familia, la mujer, la madre, el padre del asesino para exigirles que escupan sobre sus fechorías? ¿Y la honrada vecindad? La han visto amontonarse a las puertas del juzgado para insultar al culpable, con la misma lujuria que hace unos meses consumían tertulias televisivas en las que se hablaba de las costumbres de la víctima o de la separación de sus padres? Entre otros muchos aportes,
la tecnología nos ha facilitado la evidencia, por si alguien no había caído en la cuenta, de que
somos repugnantes. Los medios se portan como se portan, los políticos se portan como se portan, porque saben las banderas y los crímenes que queremos consumir.
Pero de pronto se cruza por el espectáculo el poema de alguien que ponía sus zapatos en la ventana cada cinco de enero en espera no de mercancías o caridades, sino de justicia. Sabía también que la gente es un producto que se fabrica, igual que cualquier juguete, aunque sea para que aprenda a sufrir con resignación el dolor, la desigualdad, el frío, el hambre, la soledad. Por eso Miguel Hernández no se conformaba con criticar a la gente miserable, sino que señalaba a los responsables del circo: «Toda gente de trono, / toda gente de botas / se rio con encono / de mis abarcas rotas».
En la situación actual, quizá la mejor lección del poema de Miguel Hernández resida en la persistencia de «cada enero». Hay motivos para la desesperanza, hay motivos también para preguntarnos dónde está la izquierda en los debates sangrantes del mundo y de la sociedad española, una pregunta pertinente porque para dar respuestas sociales no basta con las esperanzas ciegas de cada individuo.
No podemos caer en la renuncia: Cataluña, los contratos precarios, las pensiones debilitadas, el asalto de las compañías energéticas y las multinacionales a los bolsillos más humildes a través del Estado, la liquidación de los servicios públicos, la corrupción, el envejecimiento de la Constitución, el uso partidista de las instituciones, la violencia machista convertida también en espectáculo mediático, el nuevo analfabetismo galopante… Prometo hacerme una pregunta a mí mismo cada cinco de enero al escribir la carta o al poner los zapatos de profesor y poeta en la ventana: ¿dónde coño está la izquierda?
Luis García Montero
Artículo publicado en Infolibre