Las cosas no son tan sencillas como parece
Los problemas complejos no tienen soluciones fáciles. Aquellos que las proponen suelen pertenecer, casi sin excepción, a la derecha más reaccionaria. ¿No han escuchado nunca a nadie pronunciar frases como “yo eso lo arreglaba en dos patadas” o “eso se resuelve de un plumazo”? Yo a esas conclusiones respondo siempre lo mismo: “si fuese tan sencillo, ya estaría resuelto”.
Existen, sin embargo, cuestiones en las que, más que en el problema, la dificultad estriba en la voluntad de resolverlo. Eso es lo que sucede con nuestro sistema judicial. Desde que se aprobó la tan mareada Constitución nadie ha tenido el coraje o, meramente, la intención, de querer afrontar una reforma del sistema judicial. Ahora nos encontramos con una institución obsoleta, reaccionaria: un problema enquistado, de no tan fácil solución. ¿Por qué?
A juicio del que esto escribe, el sistema judicial está gobernado por magistrados de corte conservadora y, en algunos casos, ultra. Y, lo que considero aun peor, mayoritariamente, el colectivo de jueces y fiscales responde a esa misma ideología, puesto que el acceso a la carrera judicial pasa por la criba de sus mayores.
¿Cómo resolvemos, entonces el problema? ¿Cómo conseguimos la independencia del Poder Judicial? ¿Se lo han preguntado, o se lo están preguntando ahora, después de esta reflexión? ¿Se puede permitir que los miembros del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo los elijan entre ellos? ¿No sería incluso peor?¿Y si lo hacemos los ciudadanos, con qué criterio lo hacemos?¿Elegimos de entre los que conforman dicho colectivo?
Hace tiempo que debería haberse emprendido una reforma en el modelo de ingreso a la carrera judicial, algo por lo que los partidos de izquierda vienen luchando desde hace tiempo, y que no ha tenido apenas repercusión en la opinión pública, distraída en otros menesteres en los que tenían mayor interés, despreciando un asunto que tiene mayor importancia de lo que, probablemente, la ciudadanía podía siquiera imaginar. Ahora nos hemos despertado, y nos hemos dado cuenta de la bomba que sosteníamos en nuestras propias manos. Ahora queremos solucionar un problema enquistado a golpe de decreto, que es como querer curar un cáncer con pastillas para la tos.
Por si fuera poco, se critica a los partidos de izquierda, que han manifestado reiteradamente su oposición a este sistema, que vayan a participar en el mismo, incluyendo en el Consejo del Poder Judicial a jueces progresistas, acusándoles de oportunistas, de fariseos, en definitiva, de pasar por el aro. Discrepo. O se hace una revolución, o el único modo de cambiar las cosas es hacerlo desde dentro. Lo comentaba al principio, no es un problema fácil. Es necesario que la carrera judicial responda al crisol del resto de la sociedad, y, cuando ello se consiga, será posible la independencia total del Poder Judicial. Y eso no se va a resolver en dos días.
Víctor Chamizo
Artículo publicado en Rompamos los grilletes