Las mujeres que enfadaban a Javier Marías
Que los columnistas cipotudos españoles han encontrado en el feminismo una diana contra la que disparar no creo que se le escape a nadie. Seguro que le vienen a la mente un buen puñado de ellos. Cambian sus caras y sus nombres pero no su misoginia, que los lleva a sacar las mismas conclusiones machistas hablen de lo que hablen, escriban de lo que escriban, piensen en lo que piensen.
Cuando escriben de mujeres es sólo para venerar sus físicos o para odiarlas por lo mismo. Rara vez uno de estos columnistas cipotudos dedican sus columnas a mujeres (mucho menos a mujeres cuyas apariencias no encajen dentro los consabidos cánones que contentan a la cipotudez) y, cuando lo hacen, jamás lo enfocan de igual a igual, sino que adoptan un tono (en el mejor de los casos) paternalista-condescendiente que dice más de lo que supuran sus líneas. A muchas ya hace años que no nos engañan, y quizás por eso insisten en tratar a las mujeres como objetos con los que ganarse el pan que surten en Casa Lucio, para que nuestra rabia viralice sus textos.
En realidad les da igual toda esa pataleta feminista que viene tras cada artículo perpetrado, su miedo de hecho está muy lejos del griterío; es precisamente la ausencia de éste los que les aterra. ¿Hubiera leído mucha gente a Pérez Reverte contar que ha estado bebiendo Frangelico en Casa Lucio si no hubiera dicho que Christina Hendricks tiene las tetas gordas? ¿Hubiera leído tanta gente ayer la opinión de Javier Marías sobre una autora si no hubiera sido un ataque a Gloria Fuertes y al feminismo? ¿Lee la misma cantidad de personas a Salvador Sostres cuando escribe sobre las virtudes de nuestra España que cuando dice que «las lesbianas no existen»? Estas preguntas se responden solas. Y ellos lo saben.
El problema no es el daño que hagan, porque la verdad es que no lo sé calcular. A veces me digo que hacen mucho, y otras estoy segura de que sólo nos envían más y más mujeres a la lucha. El problema es que desinforman y eso a veces puede generar dudas, como ha hecho Javier Marías este domingo es su columna de El País. El escritor, que como el resto de compañeros de cipotudez lleva mal la difusión que las feministas hacen de las obras de otras mujeres, cargó su pluma y decidió que era buena idea dispararla contra Gloria Fuertes en un artículo llamado «Más daño que beneficio». Contra Fuertes y contra el feminismo, por supuesto. «¿Cómo puedo relacionar yo estas dos cosas?», se preguntaría el buen hombre en su sillón orejero de piel al tiempo que encendía su pipa. Y se le encendió la bombilla. «Voy a decir que Gloria Fuertes es considerada una poeta relevante por culpa del feminismo, que le da mucha difusión». Y, con esta ideaza como base, en su columna escribe:
«En la actualidad hay una corriente feminista que ha optado por decir que cuanto las mujeres hacen o hicieron es extraordinario, por decreto. Y claro, no siempre es así, porque no lo puede ser. Como no puede serlo cuanto hagan los catalanes, vascos o extremeños, o los zurdos o los gordos o los discapacitados (…) Hoy, con ocasión de su centenario, sufrimos una campaña orquestada según la cual Gloria Fuertes era una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio».
Gloria Fuertes te puede gustar o no. Hasta ahí, todo en orden, tú puedes decir que este u otro autor no te parece bueno en absoluto por los motivos que tú expongas y lo único que se te puede rebatir es que tu gusto no es compartido por quien te lee. Hasta ahí, todo bien. Javier Marías no da ni un sólo motivo en toda su columna sobre por qué a Gloria Fuertes no hay que tomarla en serio: no sabemos qué ha leído de ella ni qué razones le han llevado a ningunearla como escritora. No sabemos si es una ausencia de motivos planeada o si es que estaba tan concentrado en atacar al feminismo que se le pasó. Sea como fuere, es fácil llegar a la conclusión de que a Javier Marías lo que le molesta no es Fuertes sino la difusión de obras de mujeres por parte del feminismo. Le revuelve un poco que, tras siglos de invisibilización, muchas de nosotras hayamos decidido dar viralidad a contenidos creados por otras que fueron silenciadas por el simple hecho de ser mujeres.
Y para fortalecer un argumento que nace de la misoginia y que a priori es débil, se inventa que el feminismo considera cualquier obra femenina como una obra de arte. No sé a cuántas feministas conoce el señor Marías, pero podría asegurar que cualquiera de nosotras conoce a muchas más que él, y yo no conozco a nadie que considere que las mujeres sólo creamos oro cuando pintamos, escribimos, esculpimos o actuamos. Nadie es nadie. Lo que sí creemos las feministas es que es necesario paliar una injusticia histórica como es la de haber enterrado y olvidado obras sólo porque las escribieron mujeres.
Como cualquier machista con más de nos neuronas que no cae en el «vete a fregar» porque sabe que queda en ridículo, Marías tiene a bien recomendar a otras mujeres (que sí tienen su visto bueno y que sí merecen la fama que ostentan), para que no parezca lo que es: que fue el machismo lo que le llevó a escribir su columna.
«Así, cada vez que se descubre o redescubre a alguna pionera de algún arte, pasa a ser al instante una estrella del firmamento, a la altura de los mejores, sólo que eclipsada tozudamente por los opresores del otro sexo. En contra de esa supuesta y maligna ‘conspiración’, tenemos el pleno reconocimiento (desde hace ya mucho) de las artistas en verdad valiosas: por ceñirnos a las letras, Jane Austen, Emily y Charlotte Brontë, George Eliot, Gaskell, Staël, Sévigné, Dickinson, Dinesen, Rebecca West, Vernon Lee, Jean Rhys, Flannery O’Connor, Janet Lewis, Ajmátova, Arendt, Penelope Fitzgerald, Anne Sexton, Elizabeth Bishop, en el plano del entretenimiento Agatha Christie y la Baronesa Orczy, Crompton y Blyton y centenares más; en España Pardo Bazán, Rosalía, Chacel, Laforet, Fortún, Rodoreda y tantas más».
(Desde aquí le damos las gracias, señor Marías, sin la opinión de un hombre no sabríamos diferenciar por nosotras mismas a las autoras buenas de las malas. Porque como usted bien sabe, no tenemos criterio).
Marías entrecomilla la palabra conspiración después de admitir que «hoy lamentamos que durante siglos no se las dejara ni siquiera estudiar, ni ejercer más oficios que los manuales» (a esta falacia de reconocer un hecho innegable para luego negar sus consecuencias habría que ponerle ya nombre). Y es que nosotras, además de considerar estrellas del firmamento a todas las mujeres sólo por ser mujeres, también estamos un poco locas y caemos en conspiranoias, como ésa del patriarcado y el género opresor. Ojalá no fuéramos tan crédulas para no enfadar domingo tras domingo a éste y otros señores. Recuerdan mucho a aquella cita de Virginia Woolf (perdonen, no está en la lista buena, pero me atrevo a citarla): «Exceptuando la niebla, parecía controlarlo todo. Y, sin embargo, estaba furioso».
Cuando Marías cita a todas esas autoras, me asalta la duda de si las ha buscado en Google tecleando «escritoras muy buenas, pero buenas en plan: sin crítica posible» o sí que ha leído algo sobre ellas y/o de ellas pero bueno, qué-más-da, de-perdidos-al-río. Porque lo cierto es que, con poco que las hubiese investigado, ya sabría don Marías que mejor no haberlas nombrado, ya que sus propias historias de miseria e invisibilización hablan por sí solas; y no precisamente para darle la razón al don.
Prefiero inclinarme por la «opción Google» antes que pensar que Marías sabe a qué se enfrentaron esas mujeres por tener la osadía de adentrarse en el mundo de los hombres. Y cómo muchos de sus colegas de profesión las trataron (aquí un hilo interesante de una feminista difusora de mediocridad).
Veamos algunas de las citadas:
Emily y Charlotte Brontë: la obra más famosa de las Brontë, ‘ Cumbres Borrascosas’ no fue considerada un gran obra hasta mucho después, sus contemporáneos no le dieron valor. Las hermanas Brontë usaron en sus inicios nombres masculinos para que alguien las leyera.
George Eliot: Otra que se puso un nombre masculino para evitar una conspiración que nunca existió. Su nombre era Mary Anne Evans. Si a día de hoy tiene reconocimiento es porque tuvo que optar por el nombre de George para poder escribir de algo más que de amor romántico. Mucha gente (incluso a día de hoy) ha leído El molino del Floss sin saber que está leyendo a una mujer.
Jane Austen: en vez de masculinizarse como hicieron muchas otras mujeres y adoptar un nombre de hombre para tener más libertad en sus escritos, escribió bajo el nombre «By a lady». Y ya eso era un riesgo. Pero Austen hizo malabares para no salirse de historias que giraran en torno al amor romántico y al matrimonio de sus protagonistas, salirse de esa temática era más arriesgado aún que dedicarse a escribir siendo mujer. Woolf, en Una habitación propia, dejó claro el porqué de este particular: «La crítica asegura que tal libro es importante porque trata la guerra. Otro, por el contrario, es insignificante porque se ocupa de los sentimientos de las mujeres en una sala de estar». Mientras las mujeres escribieran de amor, estaban más o menos controladas dentro del «libertinaje» que suponía escribir en sí mismo (y esto nos lleva a otra gran frase de otra mujer, Kate Millet, «El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban.»)
Como contó más tarde el sobrino de Austen en sus memorias: «Que pudiera realizar todo esto es sorprendente, pues no contaba con un despacho propio donde retirarse y la mayor parte de su trabajo debió de hacerlo en la sala de estar común, expuesta a toda clase de interrupciones. Siempre tuvo buen cuidado de que no sospecharan sus ocupaciones los criados, ni las visitas, ni nadie ajeno a su círculo familiar».
Emily Dickinson: es gracioso que la nombre precisamente a ella, porque murió sin haber visto prácticamente nada salido de su puño publicado. Sólo años más tarde, cuando ya no estaba tan mal visto que las mujeres escribieran, algunas feministas «difusoras de artistas que no deben tomarse en serio» la sacaron de donde fue olvidada. Hoy es considerada como la imponente poeta que es para que Marías pueda nombrarla en sus artículos.
Podríamos seguir, pero creo que todo se resume en aquella frase de otra de las citadas por Marías, Emilia Pardo Bazán, sobre la conspiración que entrecomilla él y que ella describe como «si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida».
Podríamos seguir, como decía, pero sería repetitivo; no es difícil entender los obstáculos que encontraron en vida estas autoras, y cómo no fueron reconocidas hasta que el feminismo hizo avanzar a la sociedad. Una vez dados los pasos necesarios hacia delante, hubiera sido imperdonable que sus obras no se hubieran desempolvado como ahora desempolvamos a escritoras de la II República como Luisa Carnés. La Historia, con la colaboración necesaria de señores con el criterio lleno de prejuicios, ha enterrado siempre obras y vidas de mujeres porque eran mujeres. El progreso y el feminismo hace que otras mujeres quieran investigarlas, homenajearlas, conocerlas y recordarlas, y poder sumar sus creaciones a las bibliotecas donde siempre debieron estar.
Lamentablemente, siempre habrá hombres -que jamás tuvieron el problema de las incontables mujeres de cuyas obras jamás sabremos nada- que usarán sin remordimientos su lugar privilegiado para echar otra capa de tierra a las enterradas. Y, de camino, también a las que están con pala en mano intentando salvar la memoria.
Barbijaputa
Artículo publicado en ElDiario.es