Todo lo que nos gusta engorda, es ilegal o lo ha hecho ya Alaska
Carmen Maura: “Alaska, ¿tú sabes nadar o cuando te metes en el agua eres de las que te pones a gritar pidiendo socorro?”.
Alaska: “Mi único problema cuando me meto en el agua es que no se me moje la cresta y no se me corra la pintura”.
En esta entrevista que le hicieron en TVE María Olvido Gara Jova ya llevaba las cejas dibujadas con tiralíneas y le decía a la Maura y a un crítico musical que The Beatles nunca le aportaron nada, y que lo que de verdad soñaba debajo de esa cresta y ese maquillaje a prueba de balas pero no de piscinas era “ser multimillonaria, tener un castillo y poder”.
El descaro de la mexicana, hija de padre español y madre cubana, venía de cuna y tiene poco de postura. “Mi madre en los 50 bailaba y la abuela jugaba al póquer y estaba divorciada. Cuando llegamos a Madrid en 1973, en el colegio de San Nicolás yo era la única hija de divorciados y la única que no había hecho la Primera Comunión”, dice esta cantante, compositora, actriz, presentadora y estudiante de Historia por la UNED que recomienda leer Meditaciones de Marco Aurelio, el libro que le hizo descubrir “que soy una estoica”.
Sigue opinando lo que le viene en gana sin la coraza de lo malditamente correcto pero con cierta frialdad y distancia, que transmite en todas y cada una de sus intervenciones. Cuando canta o cuando se sienta delante de un micrófono y comparte estudio con Federico Jiménez Losantos o Jaime Cantizano. Con uno habla del corazón y con el otro de música, y al revés.
Su historia de amor con la música empezó siendo muy joven y le dura hoy pasados los 50, aunque haya sido bajo la forma de distintos nombres: Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, Alaska y Dinarama y Fangoria. Distintos nombres y distintas influencias, supuestamente locas, supuestamente antagónicas, pero no tanto para ella; la mujer que tuvo una infancia marcada por Star Trek y Los Monsters, The Carpenters y Raphael, David Bowie y Lou Reed. De este último tomó el nombre de una de sus canciones y así nació Alaska, cuyo debut con nuevo nombre artístico tuvo lugar en un fanzine llamado Bazofia.
Ese gazpacho de inspiraciones se mantiene en la actualidad en esta mujer, a la que una nunca se imagina gritando sino siempre con templanza, puro estoicismo y ningún sectarismo. “No me hace falta que compartas mi opinión para que pueda admirarte”, ha dicho en más de una ocasión. Por eso ha grabado canciones con Sara Montiel, su ídolo Raphael y Miguel Bosé; por eso fue Bom en esa Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón de Pedro Almodóvar que al principio iba a llamarse Erecciones generales.
Por eso se lo puede permitir casi todo. Casarse en Las Vegas, recasarse allí, hacer un reality show para la MTV y mostrar su veneración por los excesos y el barroquismo, por Chewbacca, y el culturismo. Participar en Arrebato, en Airbag, Los Serrano y La que se avecina. Mostrarse contraria a la tauromaquia y hacer campañas a favor de PETA. Valorar la posibilidad, entre un grupo y otro, de presentarse en solitario con un disco inspirado en la Edad Media y el Camino de Santiago. Grabar un disco, Fan fatal, con referencia a sus ídolos: Prince, Ramones, Depeche Mode, Michael Jackson, Gracita Morales y Blade Runner.
En una entrevista en El País Semanal, cumplidas las cinco décadas, le decía a Mikel López Iturriaga que “el travestismo es la máxima demostración de que no te tienes que quedar con lo que te toca” y hablaba de su actitud ante los retoques estéticos y lo que ella denomina “venganza travesti: las cosas que antes eran extrañas ahora se las ves a una señora por la calle de Serrano”.
Todo lo que nos gusta es ilegal, engorda o ya lo ha hecho Alaska. Olvido por un olvido real de su padre al registrar el nombre. Educarnos con La bola de cristal, un programa en el que nos hablaba como adultos a los niños de la época y al que nunca agradeceremos lo suficiente que nos mostrara a Santiago Auserón. Pertenecer a ese grupo de cantantes sin voz que lo ha vendido todo menos su alma, que debe andar escondida en algún lugar de su pelo. Cantarnos himnos como Ni tú ni nadie, Cómo pudiste hacerme esto a mí, Mi novio es un zombi y Bailando. Desmentir a la revista ¡Hola! en una entrevista en la televisión de su país natal, mientras su entrevistador le decía que cómo era posible ser tan punk “con canciones tan fresas” y tener ese aspecto que transmitía desorden, promiscuidad y drogas. Ella, sin inmutarse y con las rastas bien puestas, sonreía y adoptaba un acento mexicano que de tan impostado resulta tierno. Pero ella puede, porque es Alaska. A quién le importa.
Ángeles Caballero
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