Lo que hemos descubierto en tiempos del coronavirus
Amanece, que no es poco, como reza la película del inolvidable José Luís Cuerda. Ha pasado un día más de confinamiento. Al escribir estas letras el sol de València todavía se nuestra rácano y las nubes se empeñan en teñir el cielo de un gris sucio. La calle, como en los últimos días, ha confinado el ruido en la celda del silencio. Apenas unas pocas personas, -con su carro de compra, la bolsa de Mercadona bajo el brazo o el perro sujeto por la correa-, rompen la simetría de vacíos que ocupa la vía pública. Somos testigos de una muestra de realidad mágica: todo es insólito y al tiempo forma parte de una nueva lógica.
De puertas adentro, nuestros hogares han experimentado un intenso reconocimiento. Hemos calibrado las distancias, una y otra vez, buscando las rutas internas que nos proporcionen los andares más duraderos. Los atrevidos han añadido algún tramo de la escalera a sus breves correrías. Las terrazas de las fincas, ocupadas por turnos, se han convertido en campo de juegos para los niños, una vez los deberes, los juegos domésticos y los medios audiovisuales han consumido su reserva de paciencia y agotado ese depósito de imaginación del que madres y padres no habían tenido plena conciencia hasta ahora; pero, quizás, lo más relevante yace en el ensanchamiento de la convivencia: de la simple coexistencia, alentada por los distintos modos de vida y horarios de los hogares, se ha pasado a un estadio en el que compartir la palabra con los próximos recupera valor y aligera las capas de aislamiento acumuladas en el pasado.
A la recuperación del hogar como espacio convivencial hemos añadido horas extra de socialización con parientes y amigos. Arden los teléfonos y aprendemos a usar las videoconferencias. Nos hemos convertido en esponjas del humor ajeno, ya sea en forma de anécdotas, de experiencias compartidas o de ansiedades comunes. Existe un temor que no siempre se verbaliza, pero también late la confianza y la esperanza. Y, junto a los medios digitales, hemos recobrado los balcones como espacio de diálogo vecinal desde el que trasladar nuestros partes diarios y transmitir los aplausos que brindamos a quienes nos cuidan.
Los medios de comunicación tradicionales se han convertido en fieles compañeros. Siempre ocurre cuando lo que se encuentra en juego forma parte de nuestras grandes prioridades. Nos informan, momento a momento, de lo que sucede en los numerosos espacios que ahora nos están vedados. Nos dan cuenta de la evolución de la pandemia con rigor generalizado, aunque algunos no resistan la tentación de excitar e incluso amedrentar: el límite ético de ciertos programas y editoriales hace tiempo que emigró a los vertederos.
No obstante, en estos días de forzado encerramiento, somos más conscientes que nunca de que la gente responsable y entregada, cuya labor nos pasaba casi desapercibida, supera en mucho a los trileros del morbo y las opiniones mezquinas. Buena gente responsable como el personal público comprometido con nuestra salud, aunque sea a costa de la suya. Como el personal privado que hace posible que los flujos de producción y transporte permitan reponer de bienes básicos las estanterías de supermercados, farmacias y hornos. Aunque sea soportando largas horas de trabajo, domingos sin descanso, aglomeraciones, malhumores ajenos y el contacto con cientos de personas. Trabajadores a los que se suman los voluntarios que vigilan a quienes viven en soledad o sufren algún tipo de dependencia.
Aunque haya quien les atribuyan ahora valores marciales para encuadrarlos en mentalidades de combate, lo cierto es que sus valores reales son civiles y cívicos. Valores que responden a una sociedad penetrada por la solidaridad y la voluntad de ayudar a los demás. Gente que no precisa de más energía que llegar al final de su agotadora jornada sabiendo que ha hecho lo correcto. Profesionales y trabajadores que, pese a su modestia, o precisamente a causa de ésta, se merecen un reconocimiento público que trascienda los gestos efímeros. Para que el primer día tras el confinamiento sea también el inicio de un tiempo de gratitud y justicia hacia su inolvidable desempeño.
Artículo publicado en Levante.emv