Los abusos en la meca del cine descubren la peor cara del éxito.
No terminan de aparecer casos de abusos sexuales en la Meca del Cine. Resulta terrorífico pensar el silencio que se había impuesto durante largos años para permitir que todo esto ocurriera mientras la alfombra roja del éxito seguía brillando.
Resultan sorprendentes varias cosas.
En primer lugar, podríamos pensar que eso no ocurría en Hollywood, en el paraíso del glamour y la belleza, del éxito, de la riqueza, de la fama. Lo hubiéramos imaginado en otros lugares del planeta, donde podríamos presumir que no existía ese escaparate de buenas formas y elegancia. Pero, debajo del éxito, estaba la podredumbre.
En segundo lugar, no hay mujer a salvo, por muy prestigiosa y fuerte que parezcan debido a su imagen social. Actrices de gran nivel, con fama, con los focos y los micros puestos a su disposición, han silenciado por miedo la situación de abuso que han vivido durante tiempo y de forma consecutiva por los mismos abusadores. Tendemos a pensar que el abuso a la mujer no se da allí donde existe mayor nivel cultural, económico y social; y la depravación que se ha vivido en el cine americano tambalea estos autoengaños, porque se trata de imponer el poder entre géneros, del hombre sobre la mujer, un poder cultural antropocéntrico, donde el hombre sigue considerándose dueño y señor de todas las cosas, incluida la mujer.
En tercer lugar, la belleza femenina que tanto se prestigia, se promueve, se difunde en concursos, en portadas, en revistas, acaba siendo la esclavitud de la propia mujer. Las mujeres occidentales llevamos años peleando para que la belleza no sea el canon que nos clasifique, que acompleje a adolescentes y a mujeres que no aprenden nunca a quererse por culpa de una tiranía estética. Peleamos para que se vea algo más que el envolvente de una mujer, y ahora descubrimos que también las mujeres guapas, agraciadas por la lotería de la naturaleza, sufren la consecuencia de su propia “gracia”.
En cuarto lugar, cómo han podido sobrevivir durante tantos años estos depredadores que han abusado y acosado a tantas mujeres sin que hubiera consecuencias. Es más, cómo han podido disfrutar del éxito, del reconocimiento social, de las palmadas en la espalda, de la búsqueda de favores, del silencio cómplice. Actitudes que resultan vomitivas, escandalosas, han sido perdonadas sistemáticamente. Seguramente, el dinero y el poder han influido mucho en esa actitud pasiva de silencio que hacía mirar hacia otro lado, pero también existe una complicidad social generalizada donde, hasta hace poco, este tipo de abusos contra las mujeres no se veían tan mal, no eran tan criticados, ni penalizados, se justificaban como parte de la naturaleza y relación entre hombre y mujer.
Un abuso que se ha consolidado sobre el hecho de tener poder, de ejercer la tiranía y el abuso en las relaciones íntimas, y no solo como hemos visto contra la mujer, sino también contra los hombres que han sido abusados sexualmente. Como en plena Edad Media, el poder, aunque se haya vestido de marca, se ejerce de la forma más primitiva e incivilizada.
Y, si eso ha ocurrido y ocurre en Hollywood, podemos pensar que ocurre también en otros países, en otras profesiones, en otras circunstancias.
Afortunadamente, el primer gran paso se ha dado: denunciarlo. Decir en voz alta lo que todo el mundo conocía con rumores. Obligar a que no existan cómplices. Avergonzar a quienes miran hacia otro lado.
Ana Noguera