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Los futuros de la Educación

«Aquellos que educan bien a los niños merecen

recibir más honores que sus propios padres,

porque aquellos sólo les dieron vida,

 éstos el arte de vivir bien.»

Aristóteles

Los bienes que ofrece la educación, tanto a nivel individual como colectivo para el conjunto de la sociedad, son de sobra conocidos. No hace falta incidir en que la educación es una herramienta de justicia y de progreso social. No obstante, siempre estamos cuestionando su eficacia, a veces de forma desmesurada o desenfocada.

Si echamos la vista atrás, la evolución de la educación en nuestro país ha sido asombrosa: con altos índices de escolarización, con una red diversa de colegios, con un sistema de universidades de gran oferta extendida en toda la geografía, con alternativas curriculares, con atención a la diversidad y la inclusión, desde los más pequeños a los adultos, … El resultado ha sido la generación de jóvenes mejor formados de nuestra historia. Pero ¿es suficiente? Hay profesores que alertan de la falta de interés de los jóvenes, de la escasa curiosidad ante las preguntas, de lo poco que se disfruta con la literatura clásica, o de no saber discernir la ingente información que circula en las redes.

Sin duda, la educación está expuesta a los vaivenes de los cambios sociales, y nuestra sociedad está en plena ebullición de una forma tan vertiginosa que nos produce una constante incertidumbre. No podemos predecir cómo será el futuro en apenas unas décadas. Pero sí sabemos que hay elementos nuevos que están transformando nuestra propia condición humana y nuestras relaciones sociales. La ciencia, la tecnología y la globalización son algo más que herramientas; forman parte del acervo cultural de la sociedad del siglo XXI. Al mismo tiempo, se producen nuevos retos a los que hemos de dar respuesta: la pendiente e imparable revolución de la mujer, no como un factor más de la diversidad, sino como la esencia de una sociedad verdaderamente justa e igualitaria; la convivencia con el otro en un mundo global, donde la presión migratoria se producirá tanto de forma trágica como voluntaria en un mundo al que sobran las fronteras; la supervivencia de nuestro planeta acosado por nuestra propia existencia y nuestras formas de vida; la modificación de nuestra intimidad expuesta en bancos de datos que atentan contra nuestra privacidad; y una sociedad virtual, tan real como la física, donde desarrollaremos nuestro “yo social”. Eso sin predecir hasta dónde llegará la ciencia para alterar la genética humana, y sin saber cómo atajar el fenómeno de la concentración de la riqueza y el aumento imparable de la desigualdad que se ha convertido en la lacra del siglo XXI.

Al sistema educativo, “a la escuela”, se le exige que sea reparador de todos los problemas. Cada vez más escuchamos dos factores. El primero es que, ante cualquier problema, la escuela debe tener una asignatura (contra la violencia, para la convivencia, por el medio ambiente, por la movilidad, para el reciclaje, para comer sano, educación en valores, …). En segundo lugar, se reprocha que el sistema educativo no “prepara” a nuestros jóvenes para el mercado laboral (“hay que adaptar el currículo para la oferta del mercado”). Porque la mejor herencia que los padres pueden dejar a sus hijos es una sólida educación que les permita vivir bien, o como mínimo, igual que sus padres, porque el problema del desempleo, el trabajo precario, las condiciones laborales abusivas, la inestabilidad y temporalidad son características de un empleo radicalmente diferente al del capitalismo industrial, al mismo tiempo que se produce, por primera vez en la historia, el descenso social entre generaciones. Así pues, lo primero que unos padres quieren son unos estudios que tengan una salida laboral; y eso es lo que reclama la empresa: unos estudios hechos a su medida.

¿Quién debe decidir las materias a estudiar? ¿Debe ser el mercado? ¿O el conocimiento no significa tan solo una transmisión de conocimientos especializados para el trabajo? Claro que las universidades deben ofrecer materias adecuadas a la sociedad del siglo XXI, y que hay que especializarse para ofrecer un conocimiento preciso ante tanta variedad y dispersión de oportunidades. Pero también resulta esencial que nuestros jóvenes no aprendan solo el contenido sino también el continente, es decir, no solo el qué hacer, sino para qué hacerlo. Conocer el entorno en el que se vive y saber qué consecuencias tiene la aplicación del conocimiento aprendido es tan importante o más, que la propia transmisión de información. No se trata solo de aprender sino de razonar, no se trata solo de ser técnicos sino críticos, no se trata solo de memorizar sino de reflexionar. En definitiva, la educación no es tan solo proporcionar respuestas y datos, sino que consiste en ofrecer los instrumentos para saber buscar, analizar, reflexionar y decidir.

Y mucho más ante una sociedad cada vez más compleja. La sociedad se mueve y cambia, pero también nosotros, y ante ello también cambia la percepción de enfrentarse a los problemas. Surgen nuevos conocimientos en los que se requiere, ya no solo la especialización, sino la interrelación entre materias. Por ejemplo, la informática se ha convertido en una herramienta de uso en cualquier área del conocimiento, o la ética se cuela de forma transversal en áreas como la biología, la genética, la tecnología o la ciencia.

Sin embargo, nos damos cuenta de que la “escuela” no dispone de todo el tiempo y el espacio, ni los profesores son superhéroes (aunque muchos lo intentan). De hecho, según el informe Panorama de la Educación 2019 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos OCDE, descubrimos que los estudiantes españoles de secundaria dan muchas más horas lectivas al año que Finlandia, Noruega, Suecia o Japón, con peores resultados. Entonces, ¿faltan más asignaturas todavía o estamos equivocando las materias que se enseñan?

Es evidente que el debate de la educación del futuro está condicionado fundamentalmente por la tecnología. Internet ha venido a ponerlo todo patas para arriba: con un ordenador o un móvil se puede acceder a más conocimiento que jamás hayamos imaginado consultando una biblioteca; disponemos de conversaciones on-line con cualquier persona en cualquier parte del mundo en tiempo real; tiene más influencia que cualquier profesor; y lo que se difunde es incontrolable, también respecto a su veracidad.

Los expertos analizan que el sistema educativo futuro tendrá algunas de las siguientes características: dos pilares fundamentales basados en la innovación tecnológica y una educación personalizada; la desaparición de las clases magistrales, convirtiéndose el profesor en un guía o un orientador; una ruptura del espacio físico, ya que se estudiará más on-line en el domicilio, haciendo “casi” innecesarias las escuelas; el inglés como lengua de comunicación; las habilidades informáticas; una base de administración de la economía doméstica; un aprendizaje más práctico y colaborativo; y el desarrollo de las habilidades de liderazgo y comunicación.

Al mismo tiempo, ya hace muchas décadas que se analiza la “deshumanización educativa” que puede producir la tecnología. Así se hizo con el Informe Faure (1972) o con el Informe Delors (1996). Porque, aunque la tecnología nos abra un mundo nuevo y apasionante para acceder al conocimiento como nunca hubiéramos soñados, seguimos siendo seres sociales que necesitamos hablar, reflexionar en común, debatir, y socializarnos, que ha sido, no lo olvidemos, el primer y más importante papel de la educación: nuestra relación con los otros y con el entorno.

La “escuela” no será el lugar donde los estudiantes, sentados ante un pupitre, sencillamente escuchen; sino que el profesorado deberá “despertar” la interacción, el trabajo en equipo, el debate, la búsqueda de información, el análisis de los contenidos, el espíritu crítico, la libertad de pensamiento y la razonada argumentación. Como señala el filósofo José Antonio Marina, “Estamos, iniciando una era donde las cosas pueden ocurrir con tanta rapidez que no tengamos tiempo de reflexionar sobre lo que nos pasa. Por eso, quienes nos dedicamos a la educación deberíamos ser los mejor informados, los más alerta, los que negociáramos mejor con la novedad, sin miedo pero sin complejos, los que fuéramos capaces de desarrollar el pensamiento crítico necesario para orientarnos en una realidad que está inventándose”. Y para él, los aspectos fundamentales de la educación del futuro se concentran en mejorar el pensamiento crítico, la comunicación, la colaboración, la creatividad y la comprensión.

Mientras que el debate del futuro educativo “despega” en los países industrializados, España todavía arrastra lastres pendientes como la religión como materia curricular, el debate de la coeducación o la falta de un Pacto a nivel de Estado, que reaparecen cada legislatura.

Sin embargo, existen viejos dogmas cuya validez aún perviven, como el consejo de José Ortega y Gasset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”.

Ana Noguera
Artículo publicado en el num. 300 de la Revista Temas

 

 

 

 

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