Los mayores, esa nueva especie en investigación
Parémonos un momento. Precisamente porque nos falta tiempo, nos sobra tiempo. Tenemos «una edad», a veces dicen que la tercera, incluso una cuarta, ancianos no nos vemos, y, desde luego, no somos vuestros mayores. Cada cual tiene los suyos, igual que sus niños, sus primos o sus cuñados. Con ese paternalismo, empezamos mal.
De repente, han descubierto que los jubilados o en edad de estarlo tienen voz y agallas. Y derechos. Muchos han venido andando hasta Madrid, al kilómetro cero de la Puerta del Sol. De norte a sur, hasta 700 kms. Gastando suelas y fuerzas, ganando músculo y dignidad. Por unas pensiones dignas, aseguradas por ley. Un logro del Estado del Bienestar que, como todo el conjunto, está en peligro, amenazado por el capitalismo sin freno. Por eso, también se exige sanidad y suprimir el copago que implantaron Ana Mato y Rajoy con el PP y que ahí se quedó. Y contar con residencias dignas que, eso sí, a estas alturas el cuerpo se resiente. Se pide para los jubilados de hoy y los de mañana. Porque el pacto fue que detraían impuestos de los salarios para asegurar esa serie de servicios al término de la vida laboral. Esa que se quiere alargar para no pagar ni pensión.
En la niñez y juventud, estos mayores lucharon lo suyo por salir adelante, por cambiar el mundo legado de silencios, conformismo y falta de oportunidades. Pocas sopas bobas comieron. Verán, es que hasta inventaron el rock –desde diversos géneros, por supuesto- y con eso está dicho mucho. Aquel rock tan liberador que soltaba los cuerpos y lanzaba al vuelo los ánimos. A las mayores de hoy, aún les tocó ayer fregar los suelos a mano y lavar la ropa sin máquina automática. Y salir a comprar casi a diario. Y no poder aspirar a mucho más futuro profesional que el de casarse y ser ama de casa y de familia. Condena de nuestras madres, todavía quedaban vestigios. A cambiar una mentalidad que nos machacaba todas las horas de todos los días afirmando que las mujeres éramos inferiores.
Y le dimos la vuelta. Y continuamos peleando porque esto no da tregua de una forma u otra. ¿Cómo pueden asombrarse de que ahora sigamos teniendo voz? Disculpen que mezcle los sujetos verbales con «ellos y nosotros», es como me sale. Porque algo que se aprende con el tiempo, o que se mantiene y acrecienta con el tiempo, es a romper ciertas reglas y no pedir demasiados permisos. Mi casera en Nueva York, una sesentona estupenda, le dijo un día en el ascensor a un vecino que la recriminaba: Forbidden is nothing for me, prohibido es nada para mí. Y fue como si me leyera el pensamiento. Desde la libertad labrada pulso a pulso, se pierden muchos miedos. Desde luego a decir lo que se piensa, si merece la pena decirlo, que tampoco hay que matarse por eso. A hacer lo que se quiere. Si faltan cuatro días (o cuarenta años vistos los avances de la ciencia) no vamos a andarnos con melindres. Si yo les contara todo lo que he hecho desde que me planteé que a lo mejor era «la última oportunidad», no me creerían. Y qué gozo y qué maravilla en algunos casos. Suéltense el pelo si ya tienen canas.
Ya no desperdiciamos el tiempo. No con batallas demasiado perdidas. Y no, en absoluto, con personas que no merecen la pena, que nos aburren y constriñen. No. Eso sí que es un calvario, cuando hay tanta gente valiosa por ahí, hasta por descubrir. «¿Y ahora qué? Más música, más libros, más ideas», me respondió un día el músico George Moustaki. Mientras el cuerpo aguante. Y, por cierto, diría que el cuerpo se nutre con actitudes positivas, con caminatas por los derechos, aunque sin perder de vista acrecentar también la coherencia para sintonizar lo que se piensa con lo que se hace.
Mis mayores (como mayor tengo unos cuantos en mi círculo) son ejemplos de vida. En su valentía y coherencia, repito, en sacar fuerzas de donde parece que no las hay, para subir montañas de tierra y de ideales. En seguir luchando más allá de las fuerzas y saber disfrutar a continuación de un paisaje, una mirada, una conversación y todos los placeres. Nos caben todos los placeres, si realmente queremos. Más o menos adaptados, si es preciso. Y disponemos de algún resorte más, siquiera la experiencia, para aguantar losas como la que está atravesando España en estos momentos. Es una mezcla en realidad: de estoicismo, rabia y un saber que siempre amanece aunque sea nublado.
Así he venido pensando, incluso previendo las etapas del futuro que fueron llegando, hasta ahora. ¿Cómo podría ser de otra forma si yo misma estoy en ese grupo de edad? ¿Qué les voy a decir? ¿Qué en la suciedad de los intereses manipularon tuits, troceando los hilos, y lo propagaron al infinito? Llegado el momento, hasta se olvida en qué basurero se metieron.
Los mayores que fueron jóvenes libres –entre ataduras-, con brío, conscientes y responsables, suelen mantener esas actitudes. Y algunos que no lo fueron, han aprendido. Saben elegir sus batallas y a qué dedicar su tiempo cada vez más preciado. Dejen de pintarnos bailando, tan graciosos, como en una vigorexia trasnochada. Lo que más se mueve es nuestro cerebro y el genio de saber vivir. Y aparquen la chufla que les llevamos mucha ventaja en el camino hacia una meta a la que -solo con suerte- llegarán también.
Hace unos días vimos a la actriz Jane Fonda, 82 años, detenida en Estados Unidos como en los viejos tiempos, por pedir medidas contra el deterioro de la tierra, tranquila y segura, con las manos esposadas a la espalda. En el Reino Unido, metieron en un furgón policial a un hombre de 91, con una sonrisa cargada de ironía y orgullo. Está lleno el mundo de mayores valientes. Nos hemos vuelto viejos indignos que avientan los prejuicios y disfrutan con ello.
Llega un momento en el que no se tiene nada que perder. Y mucho que ganar. Para todos. Esta tarea es para todos ustedes. Échennos una mano que eso llevan ganado. Tengamos y dejemos un mundo lo más aseado que quepa –a pesar de las dificultades que ponen-. Un mundo del que por cierto esperamos disfrutar plenamente todo el tiempo que sea posible.
Rosa María Artal
Artículo publicado en ElDiario.es